Mario Livio. La ecuación jamás resuelta.

octubre 10, 2019

Mario Livio, La ecuación jamás resuelta
Ariel, 2007. 390 páginas.
Tit. Or. The equation that couldn’t be solved. Trad. Blanca Ribera de Madariaga.

La ecuación que no se consiguió resolver es la de quinto grado, verdadero caballo de batalla para los matemáticos hasta que se consiguió demostrar, por un lado, que no se podía resolver. Y por otro, que es realmente lo importante, que para saber si una ecuación es resoluble o no hay que analizar las propiedades de su grupo asociado.

En el centro dos matemáticos cuyas vidas fueron de película. Por un lado Galois, que murió joven en un duelo cuyos detalles no se han aclarado aún (aunque el autor da lo que considera la versión más probable) y que con su invención del concepto de grupo creó una rama nueva de las matemáticas que ha sido extraordinariamente fecunda.

Por el otro, Abel con una vida menos agitada, pero llena de penurias e incluso hambre. Ahondó en los conceptos introducidos por Galois y juntos marcaron el camino para las ecuaciones que iban a describir la simetría en el universo.

El libro acaba con las aplicaciones de estas teorías en la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría que se creía iba a unificarlas pero que todavía no lo ha conseguido: la teoría de cuerdas. Riguroso, bien documentado, es una lectura excelente tanto para conocer la vida de estos matemáticos como para aprender sobre el desarrollo de esta rama de las matemáticas.

Recomendable.

Un romántico enamorado
En la primavera de 1832 una devastadora epidemia de cólera se extendió por Europa. París la sufrió con especial dureza. El agua contaminada del río Sena fue responsable aproximadamente de un centenar de muertes. Quizá en parte por su frágil salud, pero más probablemente porque era una práctica común con los prisioneros políticos, Galois fue trasladado el 13 de marzo de Sainte-Pé-lagie a una casa de convalecencia en el 84-86 de la rué de Lourci-ne (más tarde el 94 de la actual rué Broca), por lo que quedó en situación de libertad condicional. En esta casa, conocida en aquel entonces como «casa de salud» Sieur Faultrier, sucedió algo dramático. Galois se enamoró. Hasta entonces, posiblemente por la dominante personalidad de su madre, Galois no había tenido relaciones con mujeres. De hecho, durante una de las juergas en prisión le confió a Raspail: «No me gustan las mujeres y me parece que sólo podría amar a Tarpeia y a Graccha» (dos legendarias mujeres romanas; Tarpeia traicionó su ciudad para las Sabinas y Graccha es Cornelia Gracchus, que educó a Tiberio y Cayo). El objeto de su ardiente atención era la joven Stéphanie Potterin du Motel, que vivía en el mismo edificio de la casa de convalecencia. Su padre, Jean-Paul Louis Auguste Potterin du Motel, era un antiguo oficial del ejército napoleónico y su hermano, que entonces tenía dieciséis años, más tarde se convirtió en médico. Los Potterin du Motel mantenían una estrecha relación con el propietario de la casa de convalecencia.
Pocos asuntos amorosos han tenido consecuencias más trágicas en la historia. Inicialmente, Stéphanie quizá mostró algún interés por el apasionado e inteligente joven, pero no tardó en rechazar sus propuestas con frialdad. En la parte trasera de uno de sus papeles ya utilizados, Galois copió dos cartas de Stéphanie. Lamentablemente, estas cartas contienen lagunas en las que faltan palabras y sílabas. Con toda probabilidad, Galois debió de romper los originales en un arrebato de ira. Más tarde, desesperado, trató de reconstruir las palabras de su amada, por dolorosas que fueran, a partir de los trozos.
El destino de uno de los mayores genios que jamás haya existido estaba a punto de ser sellado por los comentarios desgarradores de una «infame picara» que entonces tenía menos de diecisiete años. La primera carta, con fecha de 14 de mayo de 1832, dice:
Pongamos punid final a esto, por favor. No tengo humor para
proseguir una correspondencia de esta clase, pero trataré de tener el suficiente [humor] para conversar con usted, como lo hacía antes de que nada hubiera sucedido. Así que se acabó, Monsieur, el … ha [o: hay]… que debe… usted… que: o para mí y no piense más en cosas que no podrían existir y que jamás han existido.
Las cartas dejan pocas dudas de que el inexperto y demasiado vehemente Galois hizo o dijo algo que ofendió a Stéphanie, o la espantó. El frío tono indica que seguramente el joven quizá no fuera tan entusiasta. La segunda carta, escrita probablemente unos pocos días después, era aún más devastadora. Stéphanie ya no estaba interesada ni siquiera en una simple amistad.
He seguido sus consejos y lo he pensado… lo que ha ocurrido…, se ha producido entre nosotros, como quiera llamarlo. Lo que es más, Monsieur, puede estar seguro de que con toda probabilidad, nunca habría habido nada más; usted realizó suposiciones equivocadas y sus lamentaciones carecen de fundamento. La verdadera amistad apenas existe como no sea entre personas del mismo sexo, especialmente… amigos… lamento en el vacío que… la ausencia de cualquier sentimiento de esa clase… mi confianza… pero ha sido profundamente dañada… me ha visto apenada, [usted] [me] ha preguntado la razón, yo he respondido que mis sentimientos han sido heridos. Pensé que se lo tomaría como cualquier persona ante la cual se pronuncia una palabra de éstas… uno no es…
El sosiego de mis pensamientos me deja libertad para juzgar a las personas que normalmente trato con mucha reflexión; ésta es la razón por la que raramente lamento haberme equivocado con ellos o haber sido influenciada en mis opiniones por ellos. No estoy de acuerdo con usted acerca de los sentimientos]… más de lo que ha… pedido ni… [Yo] le agradezco sinceramente todos esos [sentimientos] en los que estaba dispuesto a tomar medidas respecto a mí.
Galois estaba destrozado. Los poderosos efectos de este asunto sobre su humor y su actitud emocional ante la vida en general pueden juzgarse a partir de esta carta del 25 de mayo a su buen amigo Auguste Chevalier. Por entonces, Auguste, su hermano Michel y otras tres docenas de san-simonianos habían establecido una pequeña comunidad en Ménilmontant, al este de París. Galois escribe melancólicamente:

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