Tres monólogos de tres mujeres diferentes. Una mujer mbyá que tiene gemelos cuando en su cultura es señal de adulterio y que tiene que quedarse en la casa de su cuñada para no volver al pueblo. Una joven alemana que se escapa con su hermano a un nuevo mundo donde nadie sepa de sus relaciones incestuosas. Una bordadora que se maravilla ante el ballet y que empieza a tener sus primeras relaciones sexuales mientras lleva un diario.
He recomendado esta editorial en el podcast Punto de libro porque prácticamente todos los libros que leo -y este no es una excepción- comparten un extremo cuidado con el lenguaje, narran unas historias que son como cuchillos y, en general, su lectura no te deja indiferente.
Me ha encantado la libertad que se toma la autora con el lenguaje, de manera justificada porque en los dos primeros casos son mujeres cuya lengua materna es otra y, en el tercer caso, por el hálito poético y un tanto alienado de la protagonista. Ha sido una delicia leerlo y las historias, dramáticas, me han dejado como una gelatina.
Muy bueno.
—Toda la culpa —respondía, por mí, Eugenia—. Ella piensa que fue Marcelo el que mató a su hermana.
—No es cierto. ¿Qué puede ser la culpa de este niño? Recién nació, ¿qué puede haber hecho mal?
—Vera quería ser virgen —respondió Eugenia, sin siquiera consultarme, decidiendo lo que yo quería decir, ella sola.
—¿Virgen? ¿Y para qué, Gran Monte? Mejor será que te llevemos a la aldea y te bañemos. Pero se nota que no estás lista, limpia del todo. Mirá que te cuelgan aún de la panza algunos hilos negros…
Mi papá se iba, se despedía de Marcelo y de Eugenia. A mí no me tocaba, por mi mal absoluto. Por mi suciera de estar. Yo era despreciado polvo. Y Eugenia también, mientras estaba mi papá, fingía tener reparos contra mí. No contaba que dormíamos juntas. Que ella me había limpiado la herida y lavaba la ropa que yo iba ensuciando.
—Eugenia, ¿por qué sos distante cuando está mi papá?
—Por respeto a él. Y para que nadie nos moleste.
En la cama, en la oscuridad, de noche:
—¿Para qué hubieras querido ser virgen, Vera?
No preguntó de espaldas. Se había dado la vuelta, para que yo pudiera oler.
—¿De verdad querés saber?
Me enredé un poco en mí misma y me intimidé. No quería decir del todo, pero para ella, para Eugenia, quizá…
—Mirá, antes de casarme, en la aldea, yo fui cuñataí, que es el estado de gracia. Para ser cuñataí, primero le cortan a
una al ras el cabello. La obligan a una a permanecer todo el día quieta dentro de su casa. Durante quince días, quieta muerta, en un rincón. Está la abuela tirada a un lado, por vieja, que no se levanta. Y al lado de la abuela vieja: cuña-tai, en silencio. Durante ese período, sólo tienen derecho a hablar con ella la mamá y la abuela. La gente masculina no debe dirigirse, debe ignorar con la mirada el rincón en que ella está. Cuñataí, mientras tanto, no debe reírse ni soplar el fuego. Si tiene comezón, no debe rascarse ni tampoco sacarse de piojos. La mamá la baña con agua fría, a oscuras: si la muchacha mira el agua, la toma para su servicio el demonio del agua. Si mira el cielo, la toma para su servicio el demonio del cielo. Esta espera dura hasta que a cuñataí le vuelve a crecer el cabello. Entonces, la abuela y la mamá la levantan y la ofrecen para que otros se la vengan a llevar. De otra familia, a otro lugar. La preparan para otros. Pero, en el tiempo que dura su preparo, cuñataí está siempre sola. Es silenciosa como una sombra…
—¿Por qué querés ser virgen, Vera?
—Durante ese preparo, una sólo ve la araña entre el rincón y el polvo. En la oscuridad, una está concentrada. Cuando una ve algo, inmediatamente todo el espíritu se le va a algo. Con la luz del sol, ya es para siempre otra cosa. Hay visión. En cambio, en la oscuridad, tanta es la concentración que es un peligro para cuñataí en el piso. Es un peligro de su vida, que ella no se pueda interrumpir. Si la concentración dura más de lo que tiene que durar, dicen que cuñataí sube los ojos y grita. Cuando cuñataí se encuentra concentrada, ella puede hacer crecer un yuyo. Puede
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