Con casi cien películas a sus espaldas, muchas de ellas de las más taquilleras en el momento de su exhibición y buena parte de ellas superando el millón de espectadores, no cabe duda de que Mariano Ozores es un director de importancia dentro del cine español. Exitos indiscutibles como ¡Cómo está el servicio!, Cristobal Colón de oficio descubridor o Los bingueros, que no sólo lo fueron en el cine, también en el mercado del videoclub y en la televisión.
Su cine ¿Tiene calidad? Quizás no calidad artística. Él mismo lo dice, después de girar con su familia por los teatros de España tomó buena nota de qué era lo que hacía reír a la gente y lo aplicó a sus películas. Que están cortadas por fórmulas parecidas, un esbozo de trama con un enfrentamiento entre un débil y un poderoso y, como desvela en estas memorias, tres o cuatro efectos cómicos por página de guión.
Llegó un momento en que su humor dejó de hacer gracia y los espectadores dejaron de acompañarle en el cine, pero no cabe duda que las generaciones de nuestros padres siguen disfrutando de su tipo de cine. Personalmente no son unas películas que me hagan mucha gracia pero tenía curiosidad por ver qué es lo que contaba.
Y lo que cuenta es poca cosa, un libro blanco sin detalles morbosos -que no los buscaba- pero también sin gracia. Si en sus guiones metía cuatro chistes por página, aquí no hay ni siquiera una anécdota simpática por película, de las cuales nos da información de recaudación y número de espectadores, pero poca sobre las vicisitudes del rodaje.
Se deja leer.
La historia tiene una base que, a partir de entonces, ha estado presente en todo mi cine: el poderoso que trata de aplastar al débil, humillándolo, comprándolo… Casi siempre pierde el débil, como en la vida. La mayoría de las veces he tratado esa idea con humor o comicidad, pero a menudo ha estado presente en mis guiones. En unas historias el poderoso es un hombre, en otras una empresa o el Estado o la propia sociedad, pero siempre hay un perdedor que es un ser normal al que las circunstancias ponen en situación de enfrentamiento con el poder. Nadie ha visto nunca eso en mis películas. Puede que el envoltorio haya sido tan descaradamente cómico que no haya dejado ver la intención última. Esto me recuerda una frase que, a menudo, decía don Jacinto Benavente: «Cuando en mis comedias hay algo que me interesa resaltar, lo escribo una vez para que lo entiendan los actores; dos veces para que lo capte el público y tres para que puedan enterarse los críticos.» Yo, en este apartado, incluyo a los que llamo «sabios del cine», que son esos que nunca han hecho nada en nuestra pobre industria, pero opinan como si fuesen John Ford.
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