Penguin Random House, 2022. 160 páginas.
La autora hace un repaso a gran parte de las mujeres de la historia o de los cuentos desmontando el punto de vista patriarcal que siempre las culpa de alguna cosa: Pandora abrió la caja, Eva mordió la manzana, Medea mató a sus hijos…
Cuando la mujer es la heroína del relato siempre se trata de una mujer sumisa y obediente que espera ser salvada por el hombre. La bella durmiente será rescatada y María acepta sin reparos su destino, porque siempre que una mujer piensa por su cuenta las cosas acaban en desastre.
Las personas que somos diferentes sabemos lo difícil que es encajar en una sociedad que por lo general está en contra de lo que se sale de la norma. Si eres una mujer la cosa es cien veces peor, eres una loca peligrosa o malvada o puta. La lectura de este libro ayuda a poner los puntos sobre las íes.
Las ilustraciones que acompañan al texto, con esa mezcla habitual en la autora de inocencia y crudeza, son una delicia.
Muy bueno.
Debe de ser pura casualidad, pero las madrastras perversas de los Grimm, y de Disney después, son mujeres fuertes y astutas que no dependen de ningún hombre. Y por si fuera poco, les sobra ingenio e iniciativa. Si no se dedicasen a intentar matar a diestro y siniestro, hasta podríamos admirar sus enormes talentos.
Las heroínas de los cuentos, en cambio, no muestran un pelo de voluntad propia. Blancanieves jamás cuestiona a su madrastra y, en cambio, acepta todos los venenos que aquella le ofrece. Rapunzel se resigna mansamente a vivir desterrada por la hechicera malvada hasta que el príncipe ciego se topa con ella en el bosque. Cenicienta no habría pasado a la historia si la mano derecha del rey (otro hombre) no hubiese insistido tanto en que se probase el zapato de cristal que todas ansiaban, hasta el punto de que una de sus hermanastras incluso llega a amputarse los dedos del pie para poder calzarlo.
Son las madrastras las que se echan a la espalda el peso de los cuentos. Sin ellas, la historia sería un culebrón como cualquier otro. Para derrotar a mujeres de esta talla, enemigas declaradas de otras más jóvenes e indefensas, hace falta un hombre; y si es príncipe, mejor, que así podrá mantenerla de por vida, para que ya no necesite salir de casa y meterse en problemas.
En los cuentos tradicionales, son ellos los que viven la aventura y los que imprimen aliento vital a la vida de las doncellas, incluso sin su consentimiento. Como anota Héléne Cixous en La risa de la medusa, cuando estas mujercitas inertes vuelven al mundo real, su primera visión son los príncipes, sus salvadores, su nuevo universo de referencia. Solo ellos pueden restablecer el equilibrio roto por alguien que podría haber sido una amiga y compañera.
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