Un libro centrado en el narcotráfico y como corrompe a toda la sociedad a su alrededor. Aunque los personajes sean imaginarios no es difícil encontrar gente parecida. La prosa y los personajes, como siempre, impecables.
Otra reseña: Todo es silencio
Muy bueno.
Pero esta vez, no. Esta vez añadió:
—Ni tengo cojones. Ni tengo derecho. Lo que tengo que escribir no lo puedo escribir. ¿Sabe cuando el viejo pastor se encuentra a Edipo Rey? «Estoy a punto de contar algo terrible, pero tengo que contarlo.» Eso es, más o menos, lo que dice el pastor. Y Edipo responde: «¡Y yo tengo que oírlo!». ¡Qué par más grandioso!
Lo que daría por poner en azul de metileno de Ehrlich el proceso que pasaba por su mente. Estaba en el castillo de Santo Antón, en A Coruña, detenido cuando el golpe militar. Un montón de hombres presos. Sin saber si todo aquello iba a acabar en tragedia o en un estupor pasajero. Pero antes del anochecer apareció un oficial con un ayudante, un soldado jovencito. Y el oficial dio una orden de lectura a aquel que hacía las veces de secretario. Era una lista de gente. No había ninguna explicación sobre el destino, sólo la idea abstracta de «traslado» que soltó el oficial. Prepárense para un traslado. Así, sin más, la palabra sonó con el rubor del terrible eufemismo. Y entonces Luis Fonseca oyó su nombre completo. Calló. No sabe cuánto duró aquel silencio. El soldado repitió más alto. De entre el montón de gente, se abrió paso un hombre. Era mayor que él. Unos diez años, más o menos. Después se enteró de que era un mecánico. No sabía nada de él, no eran familia, pero tenían el mismo nombre. Yo soy Luis Fonseca, dijo con decisión. Lo mataron esa misma noche. He aquí una versión verdadera del clásico asunto del Doble.
—Pero yo no soy ni el pastor ni Edipo —dijo el doctor Fonseca—. Ni estoy a punto ni tengo nada que decir.
—Estoy pasmado. Impresiona mucho trabajar con alguien que hizo su tesis sobre Las expresiones post mórtem en humanos y animales.
—El catedrático me aconsejó que la hiciese sobre post mortem auctoris. La duración de los derechos de autor después de su muerte. Van a ser los pleitos del futuro. Sobre todo cuando dominen el mundo esos maravillosos cacharros que acabarán con los libros de papel. Pero yo preferí competir con Darwin. Él ya había escrito sobre la expresión de las emociones en los vivos.
Posó los pies en el suelo. Apoyó el codo en actitud pensativa y miró con fijeza a Fins.
—Tú tampoco vas mal servido. El alias de Simenon no te lo puse yo. Yo soy de Hammett, a muerte. Dicen que el informe parece una novela. Una buena novela, además.
—Se van a cargar el informe, Mará. Ya verás.
—Pues a mí me entusiasmó. «Excelentísimo señor: en Brétema el verdadero poder se ejerce en la oscuridad y el silencio…». Maravilloso. Parece un pasquín anarquista.
Y siguió con la voz de locutora de una remota emisión en onda corta: «La única forma de hacer algo efectivo contra el crimen organizado es ver y oír en esa zona de sombra y de silencio».
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