Tibor Fischer. Filosofía a mano armada.

diciembre 5, 2023

Tibor Fischer, Filosofía a mano armada
Tusquets, 1997. 376 páginas.

Tras sufrir un robo frustrado -por el poco dinero que lleva encima- un profesor de filosofía un tanto estafador se alía con el atracador y se dedican a robar bancos con gran éxito. La banda del pensamiento se convierte en un quebradero de cabeza para la policía.

Se alternan las andanzas de la banda con recuerdos del profesor que no lo dejan precisamente en muy buen lugar. La obra es de humor y a mí no me ha hecho mucha gracia, en general. Algún chiste o situación se salva. La trama central de los atracos se deja leer, pero el personaje central me ha resultado bastante cansino, y algunos chistes de trazo gordo más propios del astracán que de una novela.

En goodreads le ha hecho gracia a mucha gente, pero a mí no.

Regulero.

Así que me encontraba privado de copas, secuestrado en un cuartucho y a raya del líquido hiperespacial que podría proporcionarme el acceso a los viajes sin billete.
—Doctor Féretro, es usted perezoso…, inconsciente…, un crápula…, despreciable. —Yo me reservaba hasta que se presentara algo que pudiera objetar, pero nada surgió en su desprecio que pudiera realmente discutir—. Usted está en Barra. Aun cuando pudiera desesposarse, está a kilómetros de distancia de la tienda clandestina más cercana. Tiene un problema: yo. Y yo tengo un problema: usted. Podemos desproblemarnos mutuamente. A mí me gusta el trabajo editorial, pero usted está obstaculizando, de hecho amenazando mi carrera. Nadie ha sido nunca tan reticente como usted para emborronar el papel, nadie ha sido tan absorbente de fondos ajenos. Ahora yo tengo la tarea de conseguir un libro suyo. No la he solicitado, pero de ello depende mi carrera. He intentado ser amistosa, he intentado ser severa, he intentado dejarlo en paz, he intentado importunarlo con insistencia…
—Puedo recordar la parte en que me dejaba en paz, pero no puedo ubicar la parte de importunarme o…
—Su memoria es extremadamente selectiva.
—Toda memoria es extremadamente selectiva —dije, como buscando una salida—, de otro modo estaríamos en medio de un desastre, para eso está la memoria, para no recordar, porque si no estaríamos hundidos por el peso de números telefónicos, cepillado de dientes, zouk, de sonarse la nariz, techos, muebles, compras, esperas de transporte público, nuestro trabajo… —Me agoté, dado que estaba empobrecido y me sentía incapaz de lanzar un bombardeo retórico desde el suelo.
—Aunque corra el riesgo de agotar su memoria, déjeme reiterarle los hechos destacados. Usted ha tenido un plazo de siete años y el anticipo más grande que hemos otorgado nunca. Recibimos a cambio treinta páginas mal mecanografiadas a triple espacio, sin demasiado sentido.
—Podemos contratar a alguien para que busque buenas ilustraciones…, así lo engordamos un poco.
—Doctor Féretro, nosotros, pero particularmente yo, necesitamos un libro. Los libros comienzan con una extensión cuatro veces superior a lo que usted nos ha enviado.
—Podríamos hacer algo diferente.
—No, lo que podemos hacer es sentarnos y escribir. Diez páginas una comida. Cuando haya hecho doscientas páginas puede decirle adiós al radiador.
Tendré mis faltas (no hay muchas que no tenga), pero en muchos aspectos soy razonable e inconmovible. Había estado conduciendo un coloquio desde un frío suelo, secuestrado y maniatado a un radiador, y lo hice de buen humor. Tal vez no se había manifestado mi personalidad, pero de pronto mi ego se liberó de su perrera y ladró. Me volví loco y largué un buen sollozo.

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