Tan desconocida es la obra de Manuel Quinto que no encuentro ningún comentario de este obra en internet, pero yo disfruto como un enano con cada entrega de este detective salido de madre, que por haber sido editor en una editorial de tercera tiene la cabeza llena de libros como un Don Quijote al revés.
Aquí una entrevista al autor: Manuel Quinto: «Me divierte parodiar la novela negra».
Muy recomendable.
Esta vez el taxista era una enorme cabeza llena de granos purulentos. El cabello le caía a tiras y se le abrían en el cráneo unas cavidades sebosas, que despedían humo amarillento como sulfataras. El hombre iba pinchando granos con la uña y lamía el contenido que le dejaba la erupción en la yema de los dedos. Por lo demás, conducía muy bien y era una persona amable y considerada.
En la puerta de «El Tribunal de Osiris» —este era el nombre completo del local que se abría en Princesa, pasados los bulevares— una momia dentro del correspondiente sarcófago nos exigía el importe de la entrada. Glenda regateó con la momia, aduciendo que, por la hora, el espectáculo que nos ofrecieran sería parcial en todo caso. La momia replicaba que ella no tenía autoridad para hacer rebajas. Al final, entramos por un precio ni tú ni yo y dejamos a la momia rehaciéndose el vendaje tras la discusión.
La gente que apuraba las heces del esoterismo en la noche madrileña componía una fauna variada, aunque unida en lo relativo al culto a la evasión y la extravagancia. Mujeres con el cabello coloreado al arco iris; efebos de cabeza rapada o peinado iroqués, con las áreas psicomotrices del cerebro dibujadas a lápiz carbón en el cráneo; baronesas chupando largas boquillas de semen plastificado; esqueletos vivientes rodándose con agua lustral; hermafroditas venerandos azotándose las jorobadas espaldas; poetas albaneses escribiendo versos políticos en muslos de holandesas rubicundas; especímenes frustrados revolviéndose por los rincones. Un muestrario ilustrativo de las sublimaciones y las evasiones hacia mundos tangenciales.
La pista circular, iluminada desde la base por luces mortecinas de tono verde, estaba habitada por un magnetizador alto y enjuto y por su víctima, un muchacho de aspecto enfermizo, que aspiraba cuanto ajre podía por la nariz, como si estuviera ahogándose en periódicas inmersiones en agujeros negros de la conciencia. Horus y Anubis nos condujeron a una mesa muy cerca del espectáculo. Era un obsequio del
señor Rosas, que rogaba esperáramos unos instantes. En el sofá circular donde tenían que reposar nuestros cuerpos roncaba una vieja apergaminada, que olía a formol. Las moscas cebolleras zumbaban, sin embargo, alrededor de la baba qu: se escapaba de sus labios. Horus y Anubis despertaron a la anciana a papirotazos y la obligaron a trasladarse a otra mesa. Por lo visto, se trataba de una cliente habitual. Pedimos dos pócimas y Seth en persona accedió a servírnoslas con los mejores saludos del señor Rosas.
El magnetizador había conseguido catapultar al muchacho que permanecía sentado dándonos la espalda hacia sus otras vidas en el pasado. Preguntas y respuestas se sucedían en medio de un silencio ceremonial.
—¿Dónde estás ahora?
—Estoy en Baker Street… Sólo él puede salvarme de la terrible maldición que pesa sobre mi familia.
—¿Quién es él?
—Sherlock Holmes. Mister Sherlock Holmes.
—¿A qué tienes miedo exactamente?
—A un perro… Es un perro monstruoso, las fauces sangrientas… surge del páramo… ¡Me va a atacar! ¡Socorro! ¡Ayúdenme, por favor!
El magnetizador hacía ímprobos esfuerzos para sacar al muchacho de la dimensión en que se encontraba y proyectarle hacia otra en la que se mantuviera a salvo.
—Valdemar… ¡Atento, Valdemar! ¡Retrocede! ¡Retrocede!
—¡Nnnnnno pueeeeedooooo!
—Entonces… ¡avanza! ¡Avanza, Valdemar!
—¡El sabueso me corta el paso!
—No tengas miedo. Avanza y el perro se desvanecerá en el tiempo. Tiempo y espacio son las dos medidas de una misma magnitud.
El viajero sacudía brazos y piernas. Los espasmos recorrían todo su cuerpo electrificado por el roce con la espiral einsteniana.
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