Círculo de tiza, 2014. 246 páginas.
Recopilación de artículos de la autora en los que trata, generalmente, del proceso de la escritura, qué significa para ella el periodismo, como llegó ella al medio, todas las cosas que están en la trastienda del acto creativo.
Además de ilustrarnos sobre sus mecánicas internas o que para ella tan literaria es una crónica como un relato (y se nota cuando uno lee sus columnas) nos golpea con su habitual estilo que a mí, personalmente, y desde aquel Teoría de la gravedad, me emociona con las cosas más nimias.
Un libro excelente y tan bien escrito como cualquiera de sus crónicas o columnas.
Muy bueno.
Por cosas como ésas me gusta la realidad: porque si uno permanece allí el tiempo suficiente, antes o después ella se ofrece, generosa, y nos premia con la flor jugosa del azar.
Yo encuentro cierta belleza en que las cosas sucedan –absurdas, contradictorias, a veces irreales– y me gusta entrar en la realidad como a un bazar repleto de cristales: tocando apenas y sin intervenir.
Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración. Es, sin salvar ninguna distancia, como ser periodista y no tener curiosidad.
Pasarlo mal cuando se escribe no es la regla (mucha gente siente enorme placer al hacerlo y lo hace rápido y asquerosamente bien), pero, en todo caso, sucede, y no estaría de más dedicar algún tiempo a hablar del asunto para desactivar toda expectativa acerca de que escribir buen periodismo sea el arte de combinar una Mac Air con un par de horas libres. En todo caso, pasarlo mal no es la regla, pero pasarlo bien tampoco: cada quien debería encontrar su método, el punto justo de presión, encierro, asfixia o ausencia de todas esas cosas en el que la producción fluya mejor. Pero, yendo más allá, el punto es que no importa. Disfrutar o no disfrutar: no importa. Disfrutar no debería ser la aspiración de alguien que escribe. Uno escribe para ordenar el mundo, o para desordenarlo, o para entenderlo, o porque si no lo hace le da tos, o porque, como decía Fogwill, «es más fácil que evitar la sensación de sinsentido de no hacerlo». Pero no escribe para disfrutar. Disfrutar es un verbo que se lleva mejor con otras actividades. A mí, lo dije muchas veces, no me gusta escribir. Me gusta, a veces, el resultado. El periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos acaba de publicar, con enorme éxito en su país, un libro fabuloso llamado La eterna parranda (Aguilar), que recopila algunas de sus mejores crónicas. Una de ellas es la que da título a la antología: un extenso perfil del cantante de vallenatos Diomedes Díaz que le tomó años investigar y semanas escribir. Después del encierro salvaje que se impuso para terminar ese texto, Alberto Salcedo Ramos, respondiendo a una consulta por otra cuestión, me escribió un mail espeluznante –no porque contara nada espeluznante, sino por el espeluznante sentimiento de identificación que provocaba al leerlo– dándome algunos detalles muy discretos acerca de cómo había transcurrido ese encierro. El mail terminaba así: «Ahora me siento feliz de haberlo hecho, pero hace tres días me consumía la angustia. Por eso siempre cito esta frase de una escritora venezolana cuyo nombre no recuerdo ahora: odio escribir, pero amo haber escrito.» Otro periodista, el peruano Daniel Titinger, autor de un libro llamado Dios es peruano (Planeta, 2006), respondiendo a una pregunta acerca de cómo armaba la estructura de sus textos, me decía, entre otras cosas, esto: «Luego de investigar tengo (…) que pasarlo al papel. Y aquí empiezan los problemas, porque te confieso que no me gusta escribir. Odio escribir. Siento que escribir es como correr una maratón: se sufre demasiado mientras se corre, pero llegar a la meta es lo más hermoso que hay en la vida. Escribo, entonces, para terminar de escribir.»
En enero de 2011 la revista dominical del diario El País, de España, convocó a varios escritores para que respondieran a la pregunta «Por qué escribo». «Escribo –respondió el español Juan José Millás– por las mismas razones que leo, porque no me encuentro bien.» Pocas veces una respuesta ha sido más salvaje, más honesta, más noble, más sincera.
Un comentario
Gracias por la reseña Juan Pablo. Buscaré este libro de Leila.
Un saludo,
Francisco