Alianza, 2017. 384 páginas.
Tit. Or. Invisible planets. Trad. David Tejera y Manuel de los Reyes.
Recopilación de relatos de la nueva ciencia ficción china. A remolque del interés suscitado por ‘El problema de los tres cuerpos’ parece que hay un interés por lo que se está escribiendo allí, y bienvenida sea esta recopilación -y otras que vengan.
Los estilos son bastante diferentes, desde los Planetas invisibles de Hao Jingfang y sus ecos de Italo Calvino hasta el post ciberpunk de Cientos de fantasmas desfilan esta noche de Xia Jia (mis dos historias preferidas).
Todas son correctas y entretenidas, pero me han resultado de un estilo algo añejo. Seguramente no tanto por los autores chinos, sino por el compilador. La ciencia ficción que se publica ahora tiene mucho aire a la de los años 50, y la ciencia ficción moderna se está escribiendo en otra parte (new weird e incluso en el mainstream).
Pese a todo me ha gustado.
Quienes visitan Chichi Raha por vez primera no se explican cómo es posible que en semejante mundo haya podido prosperar la civilización. Desde un punto de vista foráneo, los habitantes de este escenario carente de amenazas y competencia deberían ser capaces de sobrevivir perfectamente sin necesidad de desarrollar una inteligencia excepcional. Pero sí que existe una civilización aquí, bella, vigorosa y rebosante de creatividad.
No son pocos los visitantes que se imaginan que les gustaría retirarse aquí. Muchos creen que la mayor de sus preocupaciones sería la dieta, de modo que, entre nerviosos y desconfiados, se dedican a probar todas las variedades de frutas autóctonas. Conforme se prolonga su estancia, sin embargo, tras haber asistido al número suficiente de banquetes, descubren (para su relativa sorpresa) que, si bien les gusta la comida, lo que no soportan es la vida en sí aquí, sobre todo quienes tienen ya cierta edad.
Resulta que los chichirahanos son unos embusteros consumados desde su más tierna infancia. A todos los efectos, mentir constituye la más importante de sus ocupaciones. Dedican la totalidad de su existencia a urdir historias relacionadas tanto con hechos reales como ficticios. Las escriben, las pintan y las cantan, pero son incapaces de recordarlas. Les trae sin cuidado que entre sus palabras y los hechos medie el menor ápice de coherencia, el único rasero que les importa se mide por lo interesante que sea el relato. Si se les pregunta por la historia de Chichi Raha, entonarán mil versiones distintas; todo ello sin que a nadie se le ocurra contradecir las ajenas con la propia, pues, de todas maneras, cada elemento de esta conforma una tremenda contradicción a su vez.
En este planeta todos dicen «sí, enseguida lo hago» a todas horas, pero nunca nadie hace nada. Nadie se toma los compromisos en serio, si bien es cierto que las promesas le dan aliciente a la vida. Solo en circunstancias extraordinarias cumplirá un habitante de Chichi Raha con su palabra, ocasiones dignas de celebración. Por ejemplo, si dos de ellos habían acordado una cita y resulta que ambos acuden a ella, es sumamente probable que pasen a formar pareja de inmediato y se vayan a vivir juntos. Estas excepciones, por
supuesto, escasean. La mayoría de los chichirahanos viven solos hasta el fin de sus días, a pesar de lo cual no se sienten insatisfechos. Al contrario, cuando oyen hablar de los problemas de superpoblación que padecen otros planetas, se reafirman en su opinión de que el suyo es el único que ha descubierto el secreto de la felicidad.
Así las cosas, Chichi Raha constituye una fuente inagotable de arte, historia y literatura, razón por la cual se ha convertido en uno de los destinos predilectos para los turistas más sofisticados. Muchos visitantes acuden con la esperanza de escuchar a algún nativo declamando anécdotas familiares, tendido en la hierba, bajo la copa de uno de sus árboles-casa.
Hubo en tiempos quienes cuestionaban, no obstante, que en un planeta con estas características pudiera desarrollarse una civilización estable. Pensaban que Chichi Raha era un sitio caótico e ingobernable con el que nadie podría establecer lazos comerciales jamás. Pero se equivocaban, pues no solo goza el planeta de una cultura política muy avanzada, sino que hace siglos que la exportación frutícola prospera sin interrupción. Su costumbre de mentir a todas horas no ha supuesto nunca el menor obstáculo para este tipo de avances; antes bien, se diría incluso que ha contribuido a impulsarlos. Lo único que brilla por su ausencia en Chichi Raha es la ciencia. Todas y cada una de las mentes racionales que habitan aquí conocen un fragmento de los secretos del universo, pero el conjunto no tiene la menor oportunidad de ensamblarse.
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