Páginas de Espuma, 2006. 170 páginas.
El título proviene de que el autor se propuso escribir 333 cuentos, la mitad del fatídico número del diablo. Lo que no me ha acabado de quedar claro es por qué aquí hay menos, supongo que hizo una selección de los mismos.
Los cuentos van disminuyendo de tamaño, un efecto que ya vi en una antología (ignoro quien fue primero) que resulta muy simpático en libros de microcuentos. Los textos propiamente dichos están bastante bien, aunque como en todos los libros que recopilan piezas breves hay algunas que te dejan completamente indiferente al lado de otras que te maravillan.
Si hay un mínimo de textos que te emocionan, merece la pena. Y este libro los tiene.
Bueno.
MI NOMBRE ES NINGUNO |
LOS CAPTURARON por el motivo más nimio, alguien afirmó que uno de ellos había gritado: «¡Viva la República!». De otro que había blasfemado; de dos o tres se ignoraba la razón; del resto, se decía —lo decían ellos mismos—, que por pertenecer a un sindicato o a un partido de izquierdas.
Algunas noches venían unos jóvenes de oscuro y un sujeto mayor de pelo cano; leía éste en voz alta tres o cuatro nombres de una lista y se los llevaban. Nadie dudaba del fatal destino que esperaba a los que se iban. Cada vez que se abría el portón, Elicio Ostiz, antes de que leyeran aquellos pocos nombres, se meaba y se cagaba en los pantalones.
Una noche dijeron su propio nombre, Elicio Ostiz, y el olor a heces blandas y recientes se elevó incluso por encima del hedor del cobertizo.
Pero, sobre el miedo, prevalecía en los hombres el deseo de evitar las burlas que la incontinencia de aquel flojo compañero provocaría en sus ejecutores. Aurelio Mataix dio un paso al frente y se hizo pasar por Elicio.
Poco importaba morir hoy o morir mañana, si ya había perdido la esperanza. Desde aquella noche creció entre los supervivientes un sentimiento de pertenencia a un colectivo que se impuso sobre la pulsión individual.
Quizá por eso cuando llamaron a Aurelio Mataix y de nuevo el pobre Elicio fue incapaz de contener sus esfínteres, otro compañero tomó de nuevo su puesto.
La cosa se hizo así costumbre hasta que sólo quedó con vida el propio Elicio; entonces le subieron a un camión y le llevaron a una prisión del ejército. Se habían acabado los fusilamientos.
«¿Cómo te llamas?», le preguntaron. «No lo sé», contestó. Y nadie nunca le sacó más allá de esas tres palabras.
EL AHORCADO QUE NO SE MORÍA |
FRANÇOIS VILLON conoció a un ahorcado que no se moría. La soga hizo el efecto de ralentizar sus funciones vitales sin matarlo y, aunque despacio y muy bajito, podía hablar. Al cabo de unos años parecía un pedazo de cecina, pero todavía hablaba. Llegó a conocer a sus nietos y vio pasar bajo sus piernas el cadáver de quien le había condenado. Incluso asistió a su rehabilitación al demostrarse que él no había robado unos pollos de la cocina del señor. Pero, cuando quisieron descolgarle, se negó. «Ya me he acostumbrado a estar aquí —les dijo a sus familiares—. En todo caso me gustaría un sitio algo más alto, si tal cosa fuera posible». Hablaron con el Obispo y lo colgaron de la campana más nueva y más grande de la catedral de A., ésa que tiene un tañer opaco y a la que se conoce indistintamente con el nombre de «la de los dos pollos», «la del ahorcado» o «la del Obispo».
EN EL CONFESIONARIO |
SIN ESPERAR A OÍR el primer pecado, le dijo que tenía que solicitar su perdón, que no le bastaba con haberse confesado él también. Le dijo que cada vez que ella venía a contarle sus pecados, él se excitaba y comenzaba a tocarse, así que por Dios le rogaba que eligiera a otro confesor, que no volviera a él, se lo suplicaba de rodillas, con lágrimas en los ojos, por el bien de su alma. La mujer salió de la iglesia a toda prisa y él, aunque avergonzado, sintió un gran alivio. A la mañana siguiente atisbo a través de la rejilla que ella de nuevo se acercaba y se inclinaba ante él. «Ave María Purísima», oyó que decía ella. «Sin pecado concebida», contestó él, atacado de una excitación incontenible.
LOS GUSANOS |
CUANDO EL PROFESOR de religión explicó que nada existe sin que lo haya creado Dios, Juanito estuvo a punto de levantar la mano para señalar una excepción. Pero enseguida pensó que esos gusanos que devoran a los difuntos surgen de la descomposición del propio cadáver, previo nido a toda clase de huevas. Y pensó también que los planetas, las galaxias y los seres vivos, o sea el universo entero, son también una especie de larvas que no hacen sino devorar el cadáver del mismo Dios, muy descoyuntado y descompuesto ya, tras el Big Bang.
EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA |
EL ARCÁNGEL NATANIEL se había enamorado de una criatura humana. Hicieron el amor y Dios les condenó a vivir en matrimonio.
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