Espai Literari, 2014. 190 páginas.
No pongo la lista de relatos por ser demasiado extensa. El autor me venía recomendado por otro libro suyo posterior pero como éste era el único que estaba en la biblioteca, pues a él que me fui. Un libro que tuvo una aventura editorial complicada que se narra en el epílogo/prólogo, puesto que en realidad es la mezcla de dos volúmenes diferentes, uno de relatos más largos y otro de microcuentos.
Los relatos están muy bien escrito, solvencia no le falta a mi tocayo, pero sí quizás tener algo que contar. No estoy en contra de los relatos que nos muestran un pedazo de vida, no hace falta que tengan inicio nudo desenlace, ni siquiera un punch final, pero si que tengan algo que contar. Como uno de sus microcuentos, que nos presenta a un poeta muy hábil con las palabras pero sin nada que decir.
Algún cuento bueno hay (dejo muestras) pero en general la forma está mejor que el fondo y al final como lector te quedas en tierra de nadie.
Bueno.
Multinacional
Sala de reuniones de una agencia de publicidad. Una importante presentación está teniendo lugar en ella. Uno de los clientes más grandes de la casa está a punto de conocer la propuesta para la campaña del nuevo año.
Por parte del cliente, al lado oeste de la larga mesa de cristal, cuatro personas: la assistant del product manager, la product manager, el group product manager y el director de marketing. El director general no se sabe si no ha podido venir o es una carta que la empresa anunciante se guarda para poder rechazar la idea desde su despacho, sin necesidad de dar la cara, en caso de que no sea totalmente satisfactoria. Frente a ellos, al otro lado de la mesa, el director de cuentas, la ejecutiva de cuentas y el equipo creativo: el director de arte y el director creativo. El director general de la agencia habría asistido a la reunión, pero al enterarse de que la máxima autoridad del cliente no acudía, ha hecho lo propio. Todos van vestidos más o menos formalmente menos el equipo creativo, informalmente uniformados con sus greñas, su piercing y su pose desastrada sobre las caras butacas forradas de piel de color vino de la sala de juntas.
Llega el gran momento. Un cartón de grandes dimensiones con el boceto principal de la campaña está a punto de ser des-
cubierto a las miradas de los clientes, tras los diez minutos de rigor de introducción por parte del director de cuentas, que, por una vez, ha tenido a bien no proyectar transparencias para acompañar su discurso, síntoma inequívoco de que ha conocido la campaña que se iba a presentar diez minutos antes de la reunión y la argumentación animada por ordenador que el día anterior había preparado en la agencia hasta las dos de la madrugada ha resultado ser completamente inservible.
—Y a partir de aquí, nuestro director creativo os hablará de la propuesta…
—Gracias. Vamos allá. Después de la introducción de Alvaro no tengo mucho más que decir, solamente que estamos muy satisfechos del trabajo que os traemos. Vamos a verlo.
El director de arte coloca el cartón sobre una pequeña peana que sirve para sostenerlo sobre la mesa y descubre el boceto. Una gran imagen de una mierda pinchada en un palo recortada sobre fondo blanco es todo cuanto aparece en el cartel.
—Bien esta es la idea central de la campaña… Simple, directa, muy memorable…
—Además —añade el director de arte—, es fácil de adaptar a cualquier soporte: imaginaos que hacemos un corpóreo como este… para el punto de venta, por ejemplo.
Y pone sobre la mesa una pequeña maqueta de la mierda pinchada en un palo de unos cuarenta centímetros de altura y le va dando vuelta lentamente para que todos puedan admirarla desde diferentes puntos de vista. Siguen unos minutos de argumentación a favor por parte de los dos creativos, que son finalmente coronados por unas conclusiones que firma el director de cuentas. La ejecutiva sigue sin decir ni pío. Se hace el silencio. Todo el mundo sabe que ahora le toca hablar al cliente. Ahora tendría que seguir el ritual conocido: habla la assistant y dice algo así como “me gusta, pero no estoy seguro de que sea la forma exacta de hablar de nuestra marca”, seguiría la product
manager con “estoy de acuerdo con lo que ella dice, pero añadiría que…”, y así hasta el director de marketing. Pero algo ocurre, y quien debiera hablar el último salta el turno de los demás y habla primero.
—Está claro que habéis entendido lo que queremos.
Cara de satisfacción de los chicos de la agencia.
—Pero… —sigue el director de marketing— me gustaría haceros una pregunta… ¿es absolutamente necesario el palo?
El director de cuentas mira al director creativo. El director de arte quiere irse de la sala desde que empezó la reunión. La assistant, el product y el group product se alegran de que su jefe no les haya hecho hablar antes de pronunciarse, porque a ellos el anuncio les gustaba tal como está. Siempre lo mismo, piensa el director creativo: unas primeras palabras positivas, para pasar a destrozar el trabajo. Unos instantes de silencio parecen demostrar que a la agencia le cuesta reaccionar ante las palabras del director de marketing. Pero el director de cuentas no pierde tiempo:
—Precisamente esa era la duda que teníamos, por eso hemos trabajado sobre una alternativa.
Se vuelve hacia el director creativo, que a su vez dirige un gesto de asentimiento al director de arte. Este saca una versión del mismo cartel. Es la misma mierda, pero ahora sin palo. Sólo una gran mierda a toda página, bajo la cual se ve el logotipo del anunciante, ahora lógicamente un poco más grande, ya que el palo ha dejado un gran espacio libre para ser ocupado.
El director de marketing cierra los ojos y sonríe satisfecho. La gente de la agencia respira, también satisfecha. La assistant, la product y el group product empiezan a hablar, por riguroso orden de escalafón, de menor a mayor, de las virtudes del anuncio, ahora que su jefe ha dado el visto bueno. Hasta la ejecutiva se siente con fuerzas para intervenir en la reunión. Todos respiran seguros de su éxito: esta idea va a entusiasmar a nuestro director general: “Eso sí, sin el palo”.
Alto el fuego
Después de una semana en el frente, en primera línea, sin dormir, sin comer apenas, sin cambiarse de ropa, con los calzoncillos y los calcetines acartonados, toda la ropa impregnada de una mezcla de sudor y sangre reseca que empezaba a oler realmente mal, Matías dejó el fusil en el suelo y decidió que había llegado la hora de un descanso. Apagó el ordenador y fue a ver si quedaba pizza en la nevera.
Regreso
Hoy he vuelto a mi casa, después de tantos años, y no la reconozco. He vuelto a las calles que recorrí tantas veces, he vuelto al colegio. He vuelto a mis bares y ya no existen.
Literatura
“Es sentir la cuchilla abriendo la carne, y una corriente eléctrica, apenas unos microvoltios que corren por el cuerpo, desde la herida hasta no sé si el cerebelo o el neocórtex, a trescientos mil kilómetros por segundo, una velocidad lo suficientemente lenta para que puedas descomponer mentalmente el movimiento, con los ojos cerrados, antes de desear, con una intensidad que no puede medirse en amperios, gritar de dolor. Así es estar al otro lado de ti, así es recibir esa mirada tuya de desprecio.”
El poeta releyó el párrafo en voz alta y se sintió satisfecho de sí mismo. Estaba, sin duda, en el buen camino. Solamente le faltaba tener algo que decir.
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