Juan García Ponce. El gato y otros cuentos.

marzo 19, 2012

Juan García Ponce, El gato y otros cuentos
Fondo de cultura económica, 1984. 156 páginas.

Belleza

No es el primer libro de García Ponce que reseño aquí, autor a quien conocí gracias a Magda, pero lo reconozco: no estaba preparado para tanta belleza.

Es un librito breve, con apenas seis cuentos:

El gato
La plaza
Anticipación
Envío
Enigma
Rito

¡Pero que cuentos! Hacía tiempo que no leía algo tan bueno. Un lenguaje exquisito -que no barroco-, unas historias conmovedoras, evocadoras… una delicia, en suma. Un libro que he dejado aparte para volver a leer, porque una lectura es poco.

El mejor libro de cuentos que leí el año pasado.

Calificación: Imprescindible.

Un día, un libro (201/365)

Extracto:
Pensé, sentí, que no tenía objeto haber ido allí y yo era un perfecto idiota. Pero era perfecto ser un perfecto idiota. Alguien sin edad que camina a lo largo de las casas de un pueblo cualquiera sin saber a dónde va y mientras avanza deja su dedo índice tocar las paredes de las casas. Al mismo tiempo que me reconocí como un perfecto idiota, pensé como una posible solución para mi problema que mi padre tenía un primo que todavía debería vivir en el pueblo. Recordé su nombre y su apellido, lo recordé todo, aunque probablemente no lo había oído mencionar más de dos o tres veces. Traté de imaginármelo y no se parecía a nadie que yo pudiera ver en los cafés; no se parecía a nadie que yo pudiera imaginar y por tanto no era capaz de imaginarlo. Sin embargo, pregunté por él. Me preguntaron a su vez para qué quería saber su dirección. Les dije que porque era mi tío y me la dieron. Vivía en una casa muy grande con sus cinco hermanas, su mujer y sus siete hijos, cerca del centro del pueblo, quiero decir cerca de la iglesia, cerca del juzgado. Pero todo eso no tiene importancia. Siempre se dan rodeos antes de llegar al lugar que se desea. Siempre se leen libros inútiles antes de encontrar el que uno necesita. Me recibieron maravillosamente. No me recibieron maravillosamente: me hicieron desaparecer. Yo era uno de ellos. Dormía en la misma cama que uno de mis primos. Escuchaba hablar a su padre como si fuera el mío y supe de su infancia todo lo que él nunca me había contado. Hablar de eso está bien, pero tampoco importa. Fui parte del pueblo. Está a diez kilómetros del mar, unido a él por lo que en ese rumbo llaman una ría y además lo cercan por ambos extremos dos ríos de tamaño diferente, uno de los cuales pasa justo detrás de la plaza principal. El pueblo está como en un agujero, rodeado de agua y de montañas, inmóvil en medio del tiempo y sin embargo, es rico y próspero. Mi tío no era rico. Lo había sido pero ya no lo era. A nadie parecía importarle eso. Nosotros nada más vivíamos en el pueblo.

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