Salto de página, 2017. 124 páginas.
Una familia normal, con un niño, pasa las vacaciones en el típico hotel de la costa, con su avalancha humana, la descortesía de la gente y la masificación turística. La desaparición de un niño alemán cambia por completo el ambiente.
Cualquiera que haya sido padre y haya visitado alguno de estos resorts reconocerá las situaciones que plantea Juan Carlos Márquez en este libro con un punto de sarcasmo y una ambientación opresiva que roza el estilo de Juan Bilbao.
Una agradable lectura que, sin ser lo mejor del autor, demuestra una vez más la excelente calidad de su escritura y su habilidad para retratar los aspectos más sórdidos de un aparente lugar agradable.
Recomendable. Otra reseña aquí: Resort
Los tres o cuatro kilos que ha adelgazado en la primavera le sientan muy bien. Peter Pan y Pocahontas cantan en play back. Son de un pueblo de Soria. Se lo contaron al hombre por la tarde, tras la actividad de waterpo-lo. Peter Pan emigró, probablemente, para ser gay a tiempo completo. Pero eso lo ha deducido el hombre de su amaneramiento, de esa manera en que agita los brazos mientras habla como si moviera una marioneta en la oscuridad, de esa forma en que convierte en un agudo sostenido el final de cada frase, de su apariencia inquieta de colibrí. Sobre Pocahontas no tiene ninguna teoría. Es joven, unos veintitantos, de complexión atlética pero a su vez culona y con un poco de tripa, como las otras animadoras, que son el resultado de sesiones agotadoras de aquagym, zumba, bailes infantiles y meses de bufet libre y jornadas de dieciséis horas de trabajo. Al hombre no le producen ninguna excitación sexual. Prefiere a su mujer, veinte años mayor, con su bronceado y su vestido de tirantes. En ese momento, mientras sale a escena Blancanieves acompañada por siete niños que han sido escogidos entre el público, el hombre piensa que le gustaría subir a la habitación con su mujer. Entrar besándose en el baño espacioso, sentarla sobre la encimera y, sin quitarle el vestido, sacarle las bragas. Bajar los tirantes del vestido, desabrochar el sostén y dejar las tetas fuera, blancas, lechosas, inalcanzables para el sol. Y así, con el vestido por la cintura y las sandalias de tacón puestas, follarla, a la altura adecuada, que el hombre, como un ingeniero del sexo, ha comprobado esa misma tarde al salir de la ducha. El hombre tiene ahora una gran erección que disimula poniendo encima el jersey de su hijo, quien da palmas
y corea Plátano Baloo. No hay orden ni sentido en ese espectáculo. Y si lo hay habrá de ser un sentido so-riano, de provincias. Los personajes de Disney cantan canciones de otras películas de la compañía. Como si todo fuera lo mismo. O porque todo es lo mismo.
No hay comentarios