Lengua de trapo, 2003. 190 páginas.
Un abogado está convencido de que le persigue la Mala Suerte, con mayúsculas. Alguien le ha tirado una piedra, tuvo una extraña visita y su psicoanalista no le ayuda mucho. Cuando asesinan al conocido actor Fabio Cotta las cosas se complicarán todavía más.
Me imaginaba que sería una novela de buena lectura, y así ha sido. Entretenida, muy bien construida, de personajes curiosos pero creíbles, y con detalles agradables, como que las historias de cada personaje estén contadas desde un punto de vista diferente (el abogado, en el diván del psicoanalista, la comisaria, como vista por un admirador, el loco, en primera persona).
La he disfrutado un montón.
El abogado se dejó caer sobre el diván y cerró los ojos. Luego los abrió, y se quedó mirando al techo, con las manos plácidamente entrelazadas a la altura del estómago.
—Hola —saludó de nuevo.
—Hola, Esteban —respondió el médico—. Tú dirás.
—Tienes una enfermera increíble, tío —musitó Esteban al cabo de unos segundos—. Increíble… Entro en tu consulta, en este lugar, y me quedo muy impresionado, el corazón me late como si estuviera delante de una diosa. Es impresionante. Esos ojos, esos labios, esa picardía… Me gusta mucho… Pero no es sólo la cuestión física. Es también la cosa mental. Tiene una presencia como intelectual, como si hubiera un coco detrás de ese físico tan increíble, tan sensual. Me incomoda verla porque creo que me he enamorado, parece mentira pero así es. También me gusta mi mujer, y también me gustan otras, pero tu enfermera es especial, me acabo de dar cuenta. Con tu enfermera me ruborizo como cuando era chaval… Creo que la amo… —comenzó a reír, apretándose el estómago—. He fumado unos canutos, perdona, don Fernando.
El siquiatra se levantó. Daba la espalda a Esteban para mirar por la ventana.
—…Pero no he venido a hablar de mi enfermera del alma —prosiguió Esteban—. En realidad no venía con ganas de hablar. Planeaba pasar la hora entera en silencio, y ya me doy cuenta de que no he sido ni voy a ser capaz de lograrlo. Hoy tengo un ataque de histeria, así que hablaré sin miedo a que mañana me arrepienta por lo que aquí te diga…
»¿…Sabes?, me he dado cuenta de que no soy tan persona como otras personas. O sea, tengo menos personalidad. Otros son siempre igual. Yo soy distinto cada minuto. Yo no sé quién acabo de ser, ni quién seré, y no sé por qué seré lo que voy a ser. Soy distinto cada segundo.
»Pero mi drama es que además soy siempre permanente. O sea que soy siempre el mismo en lo malo, que es lo que me define, y distinto todo el rato en lo demás, que a veces es bueno y otras veces malo. Tengo remordimientos, eso es permanente, amo a mi mujer, eso es permanente aunque a veces no quiera amarla, amo a todos
mis seres queridos y no podré dejar de amarlos nunca, porque mis emociones son largas; eso es permanente. Pero en lo demás cambio cada segundo. También amo coyunturalmente a tu enfermera, pero La deseo y eso no varía nunca. Me duele decírtelo.
El médico golpeó el escritorio con la mano abierta. Se había vuel-to a sentar y el golpe no había sida agresivo sino más bien un golpe
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