Sans soleil, 2016. 546 páginas.
Filosofía y viajes en el tiempo ¡Este es mi libro! Pensé. Juntar las posibilidades de los viajes en el tiempo, sus paradojas, sus posibles inconsistencias y soluciones, con una perspectiva filosófica moderna (ese Zizek loco manejando los controles de la portada) prometía mucho. Pero la promesa no sólo no se ha cumplido sino que ha sido completamente anticlimática. Si pudiera avisar a mi yo del pasado le recomendaría no haber empezado la lectura del libro.
¿Por qué? Por el enfoque lacaniano y postmodernista del texto, corriente intelectual que me repugna. Las cosas empezaron a torcerse cuando en las primeras páginas compara el fondo gelatinoso del juego candy crush con lo Real traumático. Lo que en una obra de ficción me podría parecer interesante (un sujeto que se enfrenta a un videojuego inocente como si la resolución de sus traumas y de su vida estuvieran en peligro), como ensayo me parece de una esterilidad estúpida. ¿De verdad vamos a sacar conclusiones del aspecto visual de un videojuego?
El que se comenten y analicen muchas películas y textos que tratan sobre el viaje en el tiempo ha conseguido que me leyera el libro y me he quedado pasmado con la cantidad de pajas mentales que son capaces de producir determinados enfoques. Sin ese entretenimiento no hubiera pasado de las diez primeras páginas. Dejo en el extracto un ejemplo excrementicio que me causó especial pasmo.
Es curioso como libros como este son capaces de analizar de una manera lúcida muchos aspectos de las sociedades contemporáneas y, a la vez, montarse unas películas sin pies ni cabeza que se sustentan por su propio relato y que no sólo son vacuas; en ocasiones son peligrosas. Los pelos de punta se me pusieron cuando leí este fragmento:
Y sin abandonar la relación entre Occidente y el mundo árabe, cabe recurrir a un ejemplo del filósofo esloveno (2012b) para, cuanto menos, entender el funcionamiento de las políticas islámicas en materia sexual que tanto desagradan al espectador multiculturalista de Occidente. En varios países árabes se produce cierta permisividad legal ante la violación de mujeres: a menudo llegan noticias de jóvenes muchachas que han atacado a su agresor y que han de padecer una condena judicial mucho más dura que éste, o que, simplemente por haber sido violadas, han de pagar su «infidelidad» por yacer con un varón distinto a su marido. La lógica que rige este tipo de situaciones es extremadamente sencilla: en el mundo musulmán está prohibida la seducción, mientras que la violación no se considera un delito potencialmente grave, que incluso acepta determinadas excepciones. En cierto modo, el carácter invasivo de una seducción (la manera en que el otro penetra en mi deseo, intercede en mis fantasías, etc.) posee un signo mucho más violento que la apropiación carnal, de ahí la solución de varias subculturas árabes de cubrir casi por completo el cuerpo femenino para evitar ser embriagados por él (los talibanes hasta prohíben que ellas utilicen zapatos de tacón, pues su sólo repiqueteo podría despertar la lujuria masculina…). La premisa legal que subyace aquí es que el violador ha sido seducido, ha tenido que soportar cierta promiscua invasión en su intimidad ante una belleza que se ha desviado de los mecanismos de contención específicos (el velo o hiyab, el burka, etc.), y que por ello no ha tenido más remedio que violentar a la causante. La posición de Zizek es tajante: Occidente ha perdido la posición del gran Otro, el espacio dentro de un sistema social que permite legitimar la vida pública, por ello trata de asumir la grieta, el espacio intersticial resultante, a través de una legislación que regula nuestras acciones en comunidad, mientras que el mundo árabe aún confía en la figura autoritaria del gran Otro y admite que la potencialidad de un acto (la posibilidad de que el otro me seduzca, invada mis fantasías, etc.) es ya un acto por sí mismo. Desde una perspectiva crítica con el multiculturalismo, el verdadero problema no habría de ser, por tanto, cómo puede una cultura defender este tipo de vejaciones, sino cómo podemos soportar nosotros que la seducción (femenina o masculina) esté completamente legitimada, y es ahí donde nuestra propia cultura debe asumir sus limitaciones y descartar la inclusión condescendiente de la diversidad multiétnica y sus políticas de doble rasero.
¿De verdad el problema no es que en esas culturas se violen a las mujeres sino que en nuestra sociedad la seducción esté legitimada? ¿La agresión sexual es algo que desagrada al espectador multiculturalista? Apañados vamos con estos análisis de pandereta. Me imagino a estos intelectuales bajo un régimen religioso totalitario siendo torturados y a otro intelectual de su cuerda diciéndoles Me desagrada el espectáculo de la tortura, pero es peor donde vivo yo, que mi rechazo a la violencia esta legitimado.
Por lo menos me llevo unas cuantas recomendaciones de películas y libros que no conocía.
No me ha gustado nada.
Decía Lacan que el mayor problema de la civilización es cómo deshacerse de las defecaciones: se muestra así claramente el horror primordial a que esa mierda vuelva a nosotros (una inversión perversa del mito bíblico que hacía al hombre descender del barro). Cabe hacer aquí alusión a unas conocidas palabras de Zizek en donde compara las letrinas de varios países según las diferentes tendencias del pensamiento occidental: los inodoros alemanes acumulan las heces en la parte delantera, lo que permite inspeccionarlos para averiguar si hay enfermedades, olores incómodos, etc. En los inodoros franceses lo más importante es deshacerse cuanto antes del mojón, por lo que el lugar habitual que ocupa el sumidero coincide con la parte trasera. Los váteres estadounidenses, por su parte, conforman el tercer grupo de resolución dialéctica: el nivel de agua es superior, entonces la caca queda flotando, pero no necesariamente para su examen directo. ¿No coincide esta tríada, tal y como recuerda el filósofo esloveno, con los diferentes posicionamientos ideológicos europeos que ya Hegel había identificado en su tiempo? La profundidad metafísica alemana frente a la precipitación revolucionaria francesa y el pragmatismo moderado anglófono. Los primeros, ansiosos por comprender el Ser de la mierda, sus implicaciones ontológicas, su verdad, etc.; los franceses, empeñados en deshacerse del pasado, en hacerlo desaparecer cuanto antes en un acto revolucionario puro, mientras que los ingleses, por su parte, buscan la mayor racionalidad y eficiencia a la hora de desprenderse de este exceso residual…
Por otra parte, ¿no es la letrina la metáfora perfecta de una brecha cuántica? Lo que desaparece por los conductos de agua no huye exclusivamente en el espacio, sino que se desvanece en el tiempo. En la franquicia de películas y series de televisión Stargate sucede exactamente eso. A través de un gran sumidero-esfínter los protagonistas viajan a otros lugares de la galaxia en donde varios asentamientos humanos han prosperado en diferentes grados de progreso. Hay un planeta en donde sus habitantes viven aún en el siglo xix, en otros el grado de civilización no va más allá de meras agrupaciones tribales, mientras que en otro se escenifican los conflictos de la Guerra Fría entre dos países enemigos, etc. El viaje en el espacio coincide aquí literalmente con un viaje en el tiempo a través de las distintas épocas de la historia (occidental). En la trilogía de Regreso al futuro nos enfrentamos a esta misma correlación entre excrementos y viajes temporales, sólo que en su expresión edulcorada. A pesar de que Marty y Doc constituyen los auténticos objetos anales llegados desde épocas distintas, sus propiedades excrementicias son sistemáticamente transferidas a los antagonistas de la trama, los miembros de la familia Tannen. En todas y cada una de las tres partes que componen la saga, una montaña de estiércol cae sobre sus perseguidores después de que Marty haya logrado zafarse de ellos, como si la analidad intolerable en la figura del héroe tuviera que ser trasladada hacia los protagonistas antagónicos. En la película El ejército de las tinieblas (1992), basada en la imaginería de H. P. Lovecraft, el guión no duda en excrementizar desde el principio al personaje que encarna el actor Bruce Campbell: éste cae de un esfínter interdimensional como si de un mojón humano se tratara, para acabar pocos minutos después en un hoyo-retrete en donde tendrá que combatir con una monstruosa criatura anal. La homofonía de su nombre no deja lugar a dudas: Ash, que así se llama el protagonista, remite directamente a «ass», culo. No es de extrañar que en la película Preguntas frecuentes sobre viajes en el tiempo (2009) se describa en clave de humor un viaje a través del tiempo que tiene lugar cuando un grupo de frikis entra en los baños públicos de su bar favorito. Algo parecido ocurre en la película y obra teatral Qué pelo más guay (2012), en donde un gánster de poca monta quiere vender una maleta llena de droga y prepara para ello un encuentro con unos compradores en una peluquería abandonada en el extrarradio, hasta que todo se va al traste cuando entra un momento al baño y comienza su periplo por la cuarta dimensión. Por otra parte, ¿no hemos de relacionar estos ejemplos con algunas de las más esperpénticas teorías de física cuántica sobre agujeros negros y viajes en el tiempo? Se trata de una especie de estercolero estelar a través del cual nuestro universo se diluye hasta extinguirse, como si nuestra realidad toda no tuviera otro destino que acabar siendo evacuada como un mero excedente excrementicio.
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