Salto de página, 2011. 172 páginas.
La empresa de Joanes está al borde de la quiebra. Asiste a la boda de su suegro en México con la esperanza de buscar financiación, pero una alerta de huracán le obliga a abandonar el hotel e intentar llegar a su destino en coche. Por el camino encontrará a un antiguo profesor con el que guarda antiguas rencillas.
El único pero que le pongo a esta novela es la casualidad de que se encuentren profesor y alumno enfrentados de antiguo en unas circunstancias tan novelescas. Si dejamos esto de lado y suspendemos la incredulidad nos encontramos con la habitual maestría de Jon Bilbao en retratar a seres egoístas y crueles en situaciones al límite.
Pronto olvidamos el pasado de los protagonistas ante el curso de los acontecimientos con el huracán de fondo. La oscuridad del texto alcanza las cotas más altas. La prosa, magnífica, como siempre.
Muy recomendable.
Encendió las luces de emergencia y se detuvo en el arcén, una raquítica franja de escombros y basura, de apenas medio metro de ancho, que era toda la separación que existía entre la carretera y la vegetación adyacente. Cerró los ojos y descansó la nuca en el reposacabezas. Pensó en lo que sucedería si su oferta era rechazada. No sólo estaba en juego el resultado de meses de negociaciones, sino también el futuro de su empresa.
Permaneció así largo rato, sin importarle que su familia lo esperara para ir al refugio. Camiones con doble remolque y pick-ups cargadas de obreros pasaban a centímetros del coche. Sus bocinazos tampoco le hicieron abrir los ojos. En un primer instante pensó que era un niño, un niño negro. Apareció por el borde de su campo visual. Salió a la carretera caminando de forma extraña, bamboleándose con los brazos en alto, como si quisiera llamar su atención para que se detuviera. Pero estaba demasiado cerca y el coche iba demasiado rápido. El parachoques lo golpeó con fuerza, lanzándolo hacia delante y haciéndolo rodar varios metros sobre el asfalto.
Clavó los frenos y contempló aturdido la figura desmadejada. Que estuviera cubierta de pelo no lo ayudó a calmarse. No era un niño, sino un mono.
Salió del coche y avanzó hacia él con cautela. Era un chimpancé. Se preguntó qué demonios hacía allí un chimpancé. Creía que sólo vivían en el África ecuatorial. Se detuvo al ver que empezaba a moverse.
El mono se puso lentamente en pie, dedicó una mirada dolorida a Joanes y abandonó la carretera renqueando. Volvió a introducirse entre la maraña de la que había salido.
No sabía qué hacer. Pasaron varios vehículos pero no le prestaron atención. Nadie había presenciado el atropello.
Decidió ir tras el chimpancé.
Pensó que habría dejado alguna especie de rastro: huellas, vegetación aplastada o algo así, pero una vez entre la maleza fue incapaz de distinguir nada. Avanzó al tuntún, entorpecido por las ramas bajas y las enredaderas, cambiando de dirección cada poco rato y volviendo varias veces sobre sus pasos. Ahuyentó a unas iguanas que descansaban entre las raíces de los árboles; se alejaron de él haciendo crujir la hojarasca. Sólo encontró al mono porque éste no había tenido fuerzas para alejarse mucho. Joanes apartó una cortina de enredaderas y se dio de bruces con él.
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