Gigamesh, 2012. 332 páginas.
Tit. Or. The shockwave rider. Trad. Antonio Rivas.
John Brunner no es un escritor de ciencia ficción muy conocido, aunque está en el top ten de mis preferidos. Hay que agradecer a Gigamesh que reediten este mítico título y esperemos que continuen con otras obras del autor.
El protagonista, Nick Haflinger, es un fugitivo y programador experto -lo que ahora llamamos hacker. Está escondiéndose del sistema durante mucho tiempo, cambiando de indentidades y de oficios. Hasta que corre el peligro e ser descubierto y su vida se encuentra ante una encrucijada.
Hace poco leía un artículo que no soy capaz de recordar que venía a establecer una lista de escritores de ciencia ficción que más habían acertado. Brunner se llevaba la palma. En cada una de sus novelas tiene múltiples aciertos, y esta no es una excepción. Anticipa el control del gobierno sobre la red, internet, los hackers y, lo que es más importante, wikileaks. La divulgación de los secretos del poder como elemento desestabilizador y el compartir conocimiento como vía para construir una sociedad mejor.
Lean a John Brunner y estarán leyendo sobre su vida actual. Más reseñas: EL JINETE EN LA ONDA DE SHOCK. John Brunner (1975), El jinete de la onda del shock, John Brunner: Un espejo en el tiempo y Reseña y Opinión: El jinete de la onda del shock (John Brunner) Val: 868.
Calificación: Muy bueno, y la obra del autor, imprescindible.
Extracto:
A partir de una serie de principios elementales dedujo que debía existir alguna manera de permitir que una persona con la autorización necesaria pudiera abandonar una identidad y asumir otra, sin preguntas. El país se encontraba firmemente envuelto en una red de canales de datos interconectados, y sin duda, un viajero del tiempo procedente del siglo anterior se mostraría horrorizado por el punto hasta el que la información confidencial resultaba accesible para completos desconocidos capaces de sumar dos y dos. (Las máquinas que dificultaban el fraude en la declaración de la renta también servían para asegurarse de que las ambulancias que recogían a las víctimas de accidentes llevaran reservas de sangre del tipo adecuado, ¿no?)
También se sabía que no solo los informantes de la policía, los agentes del FBI y el contraespionaje se seguían dedicando a sus asuntos reservados de siempre; también había espías industriales, agentes de los partidos que recaudaban millones de dólares en sobornos, y gente encargada de proporcionar servicios «extraordinarios» a las megacor-poraciones. Seguía siendo posible escabullirse si se era bastante rico o se tenía acceso a la persona adecuada.
La mayor parte de la población debía resignarse a vivir a la vista del público, pero él no. Había encontrado su código.
Los 4GH incorporaban un fago replicante: un grupo que borraba automática y sistemáticamente cualquier registro de una personalidad anterior cada vez que se introducía un reemplazo. Cualquiera que lo poseyese podía reescribirse desde cualquier terminal conectado a los bancos de datos federales, lo que desde el 2005 equivalía a cualquier videófono, incluidos los de uso público.
Aquella era la libertad más preciada: el estilo de vida conectado elevado a la enésima potencia. La libertad de convertirse en cualquier persona que se decidiese en lugar de la que recordaban los ordenadores. Aquello era lo que Nickie Haflinger deseaba con tanta intensidad que pasó cinco años fingiendo que seguía siendo el mismo. Era la espada mágica, el escudo invulnerable, las botas de siete leguas, la capa de ínvisibilidad. Era la defensa definitiva.
O eso parecía.
De modo que salió de Tarnover una soleada mañana de domingo y el lunes era un consejero de estilo de vida de Little Rock, de treinta y cinco años de edad y, tal como certificaba la datarred, con licencia para ejercer en cualquier lugar de los Estados Unidos.
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