John Barth. Perdido en la casa encantada.

noviembre 8, 2019

John Barth, Perdido en la casa encantada
Edicions 62, 1988. 220 páginas.
Tit. Or. Lost in the funhouse. Trad Toni Turull e Isabel Sancho.

Selección de cuentos bastante inencontrable y cuya traducción debiera ser mejor ‘Perdido en la casa de la risa’ aunque entiendo que no tiene tanto gancho como el título que le han puesto. Hay algunos que comparten protagonista, un niño apocado y perdido en sus fantasías (y en casas encantadas) perseguido por abejas desde su niñez y con una madre peculiar. Otros parodian textos griegos, en algunos casos en un juego de espejos anidado como unas muñecas rusas.

En general me ha dado la impresión de algo que dejo en los extractos: técnicas sofisticadas (y en algunos casos innecesariamente) para situaciones y personajes normales. Por momentos me ha resultado farragoso, pero hay algunos cuentos muy buenos (aunque incluso estos tienen exceso de sofisticación).

Lectura interesante. Otra reseña: Perdido en la casa encantada

No hay climax. ¿Se ha terminado la historia? No del todo. La historia de nuestra vidas. La última palabra en literatura, en realidad. Escojo la narración en primera persona para reflejar interés desde las peculiaridades de la técnica (tales como la normalmente insorportable consciencia de sí mismo, la abstracción y el vacío) hasta la naturaleza y situación del narrador y su acompañante, a pesar de la posibilidad obvia de que se tome al narrador y a su acompañante por el narrador y su acompañante. Gajes del oficio. La técnica, como veis, es sofisticada, pero la situación de los personajes es convencionalmente teatral. Siendo éste el caso, ¿podría uno de ellos, o uno que se puede tomar por uno de ellos, hacer un discurso más bien largo al estilo antiguo cargado de anticuada emoción? Desde luego.
Empiezo tranquilamente, aunque quizá vaya alzando la voz más adelante. A veces parece que de golpe las cosas pudieran ser completamente distintas y más admirables. Maldita sea la época, todavía se quiere al hombre vigoroso, confiado, audaz, ingenioso, adjetivo y adjetivo. Todavía se quiere a la mujer alegre, de gran corazón, leal, amable, adjetivo, adjetivo. Este hombre y esta mujer son tan posibles como los de esta historia miserable y bastante más reales. Es como si vivieran en una habitación de nuestra casa de la que no encontramos la puerta, aunque está tan cerca que se oyen los ecos de sus voces. La experiencia los ha vuelto sabios en lugar de amargarlos; el conocimiento los suaviza en lugar de agriarlos; cuando tienen cuarenta, cincuenta años, incluso sesenta, son más alegres y fuertes y más auténticos que cuando tenían veinte. Por los de veinte sólo siente afectuosa compasión. ¿Y? ¿Por qué no son la pareja de esta historia ese hombre y esta mujer, tan fáciles de imaginar? Cielos, estoy harto de ironía ingeniosa. Harto de estar asqueado. ¡Expresión paralela para envolver la serie! Esta idea de último recurso está muerta en el útero, perdonad la figura, que me lleve el diablo si es del todo culpa mía. Reconoce tu complicidad.


Pero no antes de escribir algunas últimas palabras, inspiradas por las heces y posos de la misma musa, a la que Zeus mediante, le echará un último tiento antes de ponerle el tapón para siempre y arrojarla a la deriva, nave de su esperanza desesperada, última Balada del Poeta.
«Hubo un tiempo en que yo componía en ingeniosa rima y vertía libaciones a la musa Erato.
Mérope canturreaba,
«Poeta mío, una balada, una canción,
De la cama al verso», contestaría yo; éste es mi lema
Mis enemigos me dejaron en la estacada,
Actualmente escribo en prosa,
Abandonando metro, rima, y dicción almibarada;
El ánfora es mi musa:
Cuando remate la borrachera
Cubriré la jarra y la llenaré de literatura.»
Empiezo por la mitad, donde también terminaré, ya que mi historia interrumpida hasta ahora no tiene desenlace, Dios sabe cuánto tiempo he estado sin material para escribir hasta esta mañana, no digamos cuánto tiempo en total he estado abandonado en esta roca olvidada de Zeus, en medio de la nada. Ya está, he empezado, en medio de la nada, engatusado a desembarcar en la mañana de la virilidad con nueve ánforas de un rojo micénico y abandonado a mi propia suerte. Después de media docena de años acabé con la última, habiendo dado a sus hermanas el triple uso antes cantado; una a una les rompí los sellos, las apuré, y, encendido por sus benéficos efectos, además de convertirlas una a una en amante temporal de mi única pasión, devolví en forma de arte lo que obtuve de ellas. Ellas me nutrieron e inspiraron, yo las llené hasta el máximo de mí, y las lancé al mundo cargadas de nuestros conceptos conjuntos. Sus nombres son ahora para mí como la memoria de viejas canciones; ¡Euterpe! ¡Polímnia!
Recuerdo el bello cuello de Terpsícore, los hombros incomparables de Urania; en sueños oigo a Melpómene cantando todavía en el húmedo del oeste, con voz cada vez más profunda a medida que decaía nuestro idilio; toco otra vez las orejas de Erato, demasiado delicadas para el barro mortal, ¡probablemente obra de Afrodita! Sonrío con la gravedad de Clío, que podía contener más vino que ninguna de sus hermanas sin ponerse piripi; aún; aún sacudo la cabeza por la pasión inesperada de la picara Talía, cómo se asía a mí incluso cuando los duros golpes del amor la habían roto. Encantadoras criaturas. A menudo me pregunto adonde las habrán llevado las mareas de la vida, si la edad y el mundo las habrán deshecho o si algún nuevo dueño sin corazón las ha puesto en un estante. ¿Qué amantes se satisfacen ahora en aquellas frágiles bocas? ¿Llevan todavía mi carga dentro, o lo han arrojado al mar y perdido, o ha visto la luz?
Anhelando a Calíope, la última, me consolé por haberlas enviado. Estado doloroso para un amante, tener siempre delante al objeto de su deseo (desnuda, fría, serena) ¡y negar a su sentido reseco toda satisfacción excepto la visión de su belleza! Tal fue el régimen que me impuse, más o menos, uno no es de piedra, y allí estaba ella rebosante de espíritu, repleta de lo que yo ansiaba, sudando delicadamente donde el sol acariciaba su costado, y, como sus hermanas, infinitamente accesible. Llegó una noche, lo confieso, en que la necesidad me dominó; rompí mi voto y su sello; siguieron otras noches (nunca muchas en una temporada, pero bendito sea Zeus, más bendito Apolo, ¡cuántas estaciones vacías han pasado!) cuando a pesar de todas las nuevas resoluciones y de maldecir mi falta de voluntad incluso cuando la volcaba a mi antojo, alivié mi carga sin aumentar mucho la suya. Pero no la atraje hacia mí completamente, ni me apoderé del botín del que estaba sediento y que liberalmente me concedería. ¡Hasta la noche pasada! ¡Hasta esta mañana! Porque en este intervalo insípido e inmensurable, que ahora voy a exponer, no tenía dónde escribir, ningún material con el cual labrar la obra que yo me había prometido que me debía inspirar, y con el cual en el último acto de nuestro amor y de mi vida, la cargaría.

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