Joan Lindsay. Picnic en Hanging Rock.

septiembre 22, 2011

Impedimenta, 2010. 310 páginas.
Tit. Or. Picnic at Hanging Rock. Trad.: Pilar Adón.

Joan Lindsay, Picnic en Hanging Rock
Desaparición misteriosa

La contraportada la define como novela de culto, pero yo no tenía ninguna noticia de la autora ni de la película que se inspiró en el libro y que tuvo bastante fama.

En el año 1900 desaparecen de una manera misteriosa tres niñas y una profesora durante un picnic. Posteriormente aparece una de las desaparecidas, pero no recuerda nada de lo que sucedió. Con ese misterio de fondo asistimos a los efectos que en la vida del colegio y alrededores provoca el hecho.

La novela no está mal, engancha aunque adivinas que al igual que en Perdidos el misterio no se resolverá, y algunos personajes están muy bien construidos. El lenguaje se adecua a la época, y en ocasiones suena un poco avejentado, pero se lee con gusto.

Lo que no se entiende es que a la que buscas en google por ahí aparezcan tantas páginas que lo muestran como un misterio real. Aunque la autora dijera que en el libro se conjugan realidad y ficción, y que da indicios de que lo sucedido tiene algún componente sobrenatural (los relojes se paran a las 12), no deja de ser una novela.

Una lectura recomendable pero no deslumbrante.

Me lo recomendaron aquí: Picnic en Hanging Rock, Joan Lindsay

Un día, un libro (22/365)


Extracto:[-]

Resultaba innecesario consultar el reloj. La exquisita languidez de la tarde le informaba de que se hallaban en esa hora en que la gente, ya cansada de sus actividades rutinarias, tiende a adormilarse y a soñar, como estaba haciendo ella en ese instante. En el colegio Appleyard, durante las últimas clases de la tarde, era necesario recordarles una y otra vez a las alumnas que debían sentarse con la espalda recta y continuar con sus lecciones. Tras abrir un ojo, pudo ver cómo las dos aplicadas hermanas que se habían sentado cerca de la charca habían guardado sus cuadernos de bocetos y se habían quedado dormidas. Rosamund daba cabezadas sobre su bordado. Y Mademoiselle, haciendo gala de una enorme fuerza de voluntad, se obligó a contar una a una a las diecinueve niñas que tenía a su cargo. Podía verlas a todas, excepto a Edith y a las tres mayores, y todas podrían escuchar su voz. Tras cerrar los ojos, se permitió el lujo de prolongar unos minutos más su sueño interrumpido.

Mientras tanto, las cuatro chicas seguían rastreando corriente arriba el sinuoso curso del arroyo. Tras nacer al pie de la Roca, en algún lugar oculto en medio de una maraña de heléchos y de cornejos, el riachuelo se extendía hasta la planicie en que se situaba la zona dedicada al picnic, donde se convertía en poco más que un invisible hilito de agua que, de pronto, y tras apenas cien metros, se hacía más profundo y rotundo hasta alcanzar una velocidad considerable sobre las suaves piedras. En el lugar en que se encontraban las niñas había una pequeña charca rodeada de hierba de un brillante y acuoso color verde que, sin duda, había atraído la atención del grupo que llevaba la carreta, dado que se habían instalado cerca de allí para almorzar. Un hombre corpulento y bigotudo de edad avanzada, que llevaba un salacot para proteger del sol su enorme y colorado rostro, yacía boca arriba profundamente dormido, con las manos cruzadas sobre un estómago cubierto con una faja de esmoquin color escarlata. A su lado, sentada, estaba una mujer pequeña que llevaba un complicado vestido de seda y que se apoyaba, con los ojos cerrados, contra un árbol, junto al que había una pila de cojines que debían de haber sacado de la carreta. Ahora se daba aire con una hoja de palma, que hacía las veces de abanico. A su lado, un joven delgado y rubio (un muchachito, en realidad), con sus pantalones de montar de estilo inglés, leía absorto una revista, mientras que otro de aproximadamente la misma edad, o tal vez un poco mayor, y con un semblante tan fuerte y moreno como delicado y sonrosado era el del primero, se dedicaba a enjuagar las copas de champán al borde de la charca. Había tirado de cualquier manera sobre un montón de juncos su gorra de cochero y una chaqueta azul oscuro con botones plateados, con lo que había dejado al descubierto una mata de grueso pelo oscuro y un par de fuertes brazos de tono cobrizo, profusamente tatuados con imágenes de sirenas.

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