Debolsillo, 2009. 340 páginas.
Tenía el libro apuntado para lectura a pesar de mi hastío de Marías después de leer su monumental trilogía Tu rostro mañana que me pareció puro humo. Pero no me arrepiento de su lectura porque no estamos ante ficción, sino a una serie de ensayos sobre vidas de escritores escritas con mucha retranca y sentido del humor.
Aparecen en estas páginas detalles y anécdotas poco conocidas que en muchas ocasiones no dejan muy bien a los retratados, lo que contribuye a una sana humanización de aquellos situados en el olimpo literario.
Si queremos asomarnos por una ventana a las intimidades de Conrad, Faulkner o Joyce, entre muchos otros, y deleitarnos con una prosa en el mejor momento de Marías, este es su libro.
Muy disfrutable. Otra reseña aquí: Vidas escritas
Además de muy bebedor cuando bebía (pasaba periodos abstemios), era un gran devorador de libros y había sido muy putero en su juventud. Aunque recurría a ellas, las putas le desagradaban, y tal vez por eso prefería imaginar, cuando le escribía a su mujer, Nora, escenas que quizá tuvieron su correspondiente en la realidad pese a lo teatral de las figuraciones. Al fin y al cabo, Joyce había dicho una vez que ‘anhelaba copular con un alma’. Hace ya bastantes años se hicieron célebres estas cartas obscenas, en las que su autor solía prometérselas muy felices para cuando Nora y él volvieran a encontrarse (él estaba en Dublín, ella en Trieste, donde vivían habitualmente), y en las que incluso hallaba momentánea felicidad, ya que al final de más de una confiesa haberse corrido (son sus palabras) mientras le escribía cochinadas: sin duda uno de los pocos escritores que han logrado con su pluma gratificaciones tan intensas. James Joyce, a juzgar por esa correspondencia, deseaba que su mujer engordara para que lo golpeara, lo dominara y hubiera más excesos, tenía ideas muy precisas sobre el tipo de ropa interior que ella debía llevar (un poco manchada siempre, la preferencia era invariable) y mostraba abierta predilección por las capacidades aéreas o aun depositivas de la que había conocido como Nora Barnacle: en suma, era un coprófilo. Pero de tales cartas no es esto lo más chillón, sino el espíritu inquisitivo con que interrogaba a Nora sobre su pasado y sobre su presente, a fin de nutrir sus libros. El tipo de interrogatorio recuerda, más que nada, al de los curas católicos en el confesionario, como se ve en este extracto: ‘Cuando aquella persona … te metió la mano o las manos bajo las faldas, ¿te acarició sólo por fuera o te metió el dedo o dedos? Si lo hizo, ¿llegaron lo bastante arriba para tocarte esa pequeña polla al final de tu coño? ¿Te tocó por detrás? ¿Estuvo mucho rato acariciándote y te corriste? ¿Te pidió que le tocaras a él? ¿Lo hiciste? Si no le tocaste, ¿se corrió él contra ti y tú lo notaste?’. O en este otro: ‘Esta noche … he estado tratando de imaginarte masturbándote el cono en el retrete. ¿Cómo lo haces? ¿De pie contra la pared acariciándote bajo la ropa o te sientas en el hueco con las faldas levantadas y la mano a toda máquina por la abertura de tus bragas? ¿Te entran ganas de cagar? Me pregunto cómo harás. ¿Te corres mientras cagas o te masturbas hasta el final primero y cagas luego?’ No se puede negar que Joyce era un hombre puntilloso y con amor al detalle.
No hay comentarios