James Boswell. Vida de Samuel Johnson.

enero 19, 2023

James Boswell, Vida de Samuel Johnson
Acantilado, 2007. 1990 páginas.
Tit. or. Life of Samuel Johnson. Trad. y edición Miguel Martínez-Lage.

Biografía un tanto atípica de Samuel Johnson que aglutina materiales diversos y extractos de conversaciones porque el autor fue amigo del biografiado y tomó nota de sus muchos encuentros.

La primera vez que tuve noticias de la existencia de Boswell fue a través de un cómic de Robert Crumb. Luego me enteré de que había escrito este libro monumental y lo cierto es que la información previa me había puesto las expectativas muy altas. Además de su fama en general en la contraportada se afirma que «es nuestro texto fundamental, nuestros Principia o Antiguo Testamento. Y él es nuestro profeta.». Gente de confianza me habían dicho que era un libro excelente. Y hasta mientras lo estaba leyendo, en una terraza, un señor se acercó a decirme que era un libro que contenía perlas de sabiduría.

Pues bueno, a mí me ha decepcionado por completo. La organización, por años, no es que sea especialmente adecuada. No es una biografía al uso porque no pone en contexto al personaje, y si bien el hecho de ser su amigo nos permite acceder a información relevante que no podríamos tener de otra manera los datos objetivos son bastante escasos.

Se incluyen multitud de cartas enviadas o recibidas por Johnson y, en general, son de una inanidad espantosa. El personaje se las trae; machista, xenofobo, rígidamente religioso (tenía mucho miedo a la muerte, pero por la posibilidad de ir al infierno), malencarado, tozudo… No seré yo quien juzgue con ojos modernos pensamientos antiguos, pero hay cosas bastante escandalosas. Viaja a Francia y todo son pegas. Dice, por ejemplo, que si tienen tan buena cocina es porque la carne es tan mala que de alguna manera tienen que disimularla. Habla Boswell de una mujer que se ha divorciado y la va justificando pero Johnson le interrumpe «Mi querido señor, no acostumbre a mezclar en su ánimo el vicio y la virtud. La mujer es una puta, y punto redondo». Y se queda tan ancho.

Estas salidas de tono no me importarían demasiado si al lado encontrara esas perlas de sabiduría de las que me hablaba mi vecino de terraza. Pero si bien aquí y allá expresa algunas opiniones interesantes y bien formuladas, en general no he encontrado nada digno de destacar y sí, por el contrario, opiniones con las que no estoy nada de acuerdo. En los Ensayos de Montaigne, por poner otro tocho parecido, cada dos páginas encontraba algo digno de ser subrayado. Aquí no he encontrado prácticamente nada. Muchas de las conversaciones son intrascendentes, o hablan de escritores de la época que, ni conozco, ni me interesan.

Para mí ha sido una pérdida de tiempo total y una muestra de masoquismo y tozudez acabarlo. Pero como siempre digo, la opinión general está en mi contra.

No me ha gustado.

Su opinión sobre Rousseau:

Querido amigo, no dirá de Rousseau que es mala compañía. ¿Realmente le considera un hombre malo?». JOHNSON: «Señor, si todo esto se lo toma a broma, no diré nada más. Si en cambio quiere que hablemos en serio, le digo que lo creo uno de los peores hombres que hay en el mundo, un bribón que debería estar excluido de todo trato social, como de hecho ha sucedido. Son tres o cuatro las naciones que lo han expulsado de su territorio, y es una vergüenza que goce de protección en este país»[c9]. BOSWELL: «No negaré, señor, que su novela pueda quizá haber causado daño, pero no puedo creer que tuviera mala intención». JOHNSON: «Eso no sirve. No se puede probar que la intención de nadie haya sido mala. Puede usted descerrajarle una bala en la cabeza a quien sea y decir que no era su intención hacerle daño: el juez lo condenará a la horca. Alegar que no medió intención, cuando el daño ya está hecho, no es admisible ante un tribunal. Rousseau, señor mío, es un hombre perverso. Yo antes firmaría una sentencia para proceder a su expulsión que a la de cualquier felón a quien se haya condenado recientemente en el tribunal del Old Bailey. Sí, no me desagradaría mandarlo a realizar trabajos forzados en las plantaciones».[c10] BOSWELL: «¿Lo cree tan perjudicial como Voltaire?». JOHNSON: «Es difícil establecer en cuál de los dos hay mayor iniquidad».

Sobre Hume y la muerte:

Cuando quedamos a solas introduje el tema de la muerte y me desviví por sostener que el miedo a la muerte se puede vencer. Le comenté algo que David Hume me había dicho: que no le causaba más inquietud pensar que no iba a ser después de la vida, de lo que pudiera inquietarle no haber sido antes de existir. JOHNSON: «Señor, si de veras piensa así es que tiene perturbadas las facultades de la percepción y ha enloquecido; si no lo piensa, miente. Podría decirle también que pone tranquilamente el dedo sobre la llama de una vela y que no siente dolor: ¿le creería usted? Cuando muera, al menos renunciará a todo cuanto tiene». BOSWELL: «Foote, señor, me dijo que cuando estuvo muy enfermo no tuvo miedo de morir». JOHNSON: «Eso no es cierto. Póngale usted una pistola a Foote en el pecho, póngasela a Hume en la sien, y amenácelos de muerte: ya verá cómo se comportan»

Una verdadera perla de sabiduría (no abundan):

Como el patriotismo se había convertido en uno de nuestros temas de conversación, Johnson de pronto pronunció en tono decidido, vehemente, un apotegma ante el cual muchos se llevarán las manos a la cabeza, o un buen arrechucho: «El patriotismo es el último refugio de un sinvergüenza».

Equivocándose con Sterne:

Censuré dos fantásticos diálogos jocosos entre dos caballos, y otro algo parecido que Baretti había publicado recientemente. Se unió a mí. «Ninguna extravagancia dura mucho —sentenció—. Tristram Shandy no ha perdurado».

Una muestra bastante suave de machismo:

La señora Knowles se quejó con afectación de que los hombres disfrutaban de mucha mayor libertad que las mujeres. JOHNSON: «Pero, señora, las mujeres gozan de cuanta libertad desearían tener. Nosotros soportamos todo el trabajo y todo el peligro, y las mujeres corren con todas las ventajas. Somos marinos, construimos las casas… En una palabra, hacemos lo que sea para pagar nuestros galanteos con la mujer». SEÑORA KNOWLES: «Razona el doctor con mucho ingenio, pero no me parece muy convincente. Tomemos por ejemplo el caso de la construcción: la mujer del albañil, si la ven con frecuencia darse a la bebida, se desprestigia; el albañil puede en cambio emborracharse tantas veces como quiera sin que le pase nada; es más, puede dejar que su mujer e hijos mueran de hambre, sin que pase nada». JOHNSON: «Señora, debe usted reparar en que si el albañil se emborracha y consiente en que su mujer e hijos pasen hambre, la parroquia le obligará a que garantice el mantenimiento de aquéllos. Tenemos diferentes fórmulas para poner trabas al mal. Grilletes y cepos para los hombres, una silla de chapuzar para las mujeres, corrales para las bestias. Si exigimos mayor perfección en las mujeres que en nosotros mismos, ello es tanto como hacerles un honor. Y las mujeres no tienen las mismas tentaciones que nosotros; pueden vivir siempre con personas virtuosas, mientras que los hombres hemos de mezclarnos con todo el mundo, sin la opción de escoger a nuestros acompañantes. Si una mujer no tiene inclinación al mal, resguardarse de él no entraña coerción ninguna. Tengo plena libertad de arrojarme al Támesis, pero si fuese yo a hacerlo mis amigos me lo impedirían y yo les quedaría agradecido». SEÑORA KNOWLES: «Sin embargo, no puede dejar de parecerme una injusticia que se tenga mayor indulgencia con los hombres que con las mujeres. Esto da a los hombres una superioridad para la que no encuentro razón alguna». JOHNSON: «Es evidente, señora, que uno u otro ha de tener superioridad. Como dice Shakespeare, “si dos hombres montan en un caballo, uno tiene que ir detrás”». DILLY: «Supongo, señor, que la señora Knowles pondría a uno a cada lado, cada cual en un serón». JOHNSON: «En tal caso, el caballo daría con los dos por tierra». SEÑORA KNOWLES: «Bien, pues confío que en el otro mundo los sexos sean iguales». BOSWELL: «Mucha ambición es ésa, señora. Lo mismo podríamos querer nosotros que se nos igualara con los ángeles. Espero y deseo que todos seamos felices en el más allá, pero no debemos contar con ser todos felices en el mismo grado, pues ya sería bastante si fuéramos felices según nuestras respectivas capacidades. Un carretero digno irá al Cielo lo mismo que sir Isaac Newton. No obstante, aunque sean buenos por igual no gozarán de la felicidad en el mismo grado». JOHNSON: «Probablemente, no».

Aunque en una discusión nunca se daba por vencido algo hay que decir en su favor:

Una de ellas acredita no poco la sinceridad de Johnson. El señor Morgann y él entablaron una disputa por la noche; aunque llevaba la peor parte, Johnson no quiso ceder. En breve, ninguno de los dos cejó en su posición. A la mañana siguiente, cuando se vieron en el comedor para desayunar, el doctor Johnson abordó a Morgann de este modo: «He estado pensando en nuestra discusión de anoche. Y tenía usted razón»

Otra perla:

Qué falso es todo esto, decir que en la Antigüedad la erudición no era desdoro para un noble, como ahora lo es. En la Antigüedad, un noble era tan ignorante como cualquier otro ser humano. Se habría enojado sólo de pensar que alguien supiera que era capaz de escribir su propio nombre. En la Antigüedad, los hombres osaban jactarse de un grado de ignorancia que hoy avergonzaría a cualquiera. Siempre me enojan esas alabanzas de la Antigüedad a expensas de los tiempos modernos. Hoy hay mucho mayor saber en el mundo de lo que hubo nunca, pues el saber se halla universalmente difundido. Por ejemplo, es posible que nadie sepa tanto griego ni tanto latín como Bentley; es posible que nadie sepa tantas matemáticas como Newton, pero son muchos más los que saben griego y latín, y son muchos los que saben matemáticas»

Un comentario

  • Francisco enero 19, 2023en9:35 am

    Hola Juan Pablo, agradezco mucho tu comentario, porque este libro lo tenía en mi radar hace tiempo. Empecinarse con un libro de casi 2000 páginas tiene lo suyo.
    Coincido en tu apunte a los ensayos de Montaigne. Ahí sí encuentro siempre que lo releo perlas de sabiduría.
    Un abrazo,
    Francisco.

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