Disfruté tanto con aquel Pilotos , caimanes y otras aventuras extraordinarias que no he dudado en repetir con esta nueva recopilación de artículos en El país de Jacinto Antón, que habla de temas muy entretenidos con ampli conocimento de causa y, sobre todo, con mucha gracia.
Porque no basta que las historias sean interesantes, hay que saber contarlas. El autor está en Palmira con Cristina Morató, cuyo libro Cautiva en arabia comenté por aquí y, aunque la historia tiene su miga, me aburrió soberanamente. Los artículos de Jacinto Antón no sólo no son aburridos, sino que muchas veces enlazan con lo personal de una manera tierna, y es frecuente que nos arranque más de una sonrisa en su lectura.
Sus entrevistas son una delicia porque ¡milagro! sabe de lo que habla. Sus preguntas no son las típicas que se repiten una y otra vez, sino que pone el dedo en la llaga, porque conoce al entrevistado, conoce su especialidad, y tiene interés y curiosidad por el tema.
De verdad que disfruto muchísimo con estos libros. Lo recomiendo encarecidamente. Por desgracia a causa del muro de pago no siempre se pueden enlazar sus artículos.
Muy bueno.
Jan Morris aparca el coche y se acerca con una gran sonrisa en su rostro grande aureolado por una cabellera un punto salvaje. «¿Le gustan los coches?, a mí me apasionan». Es obvio que es consciente de los azoramientos iniciales que pueden sufrir sus interlocutores, y espera a que uno se decida a darle un apretón de manos o besarla. Y quien firma estas líneas opta impulsivamente por ambas cosas. Una vez, en su periodo intermedio, un taxista de Fiji le preguntó directamente: «¿Es usted un hombre o una mujer?», y cuando ella, bajando los ojos, le contestó: «Una madura, respetable y rica viuda inglesa», él le puso la mano en la rodilla con un «¡justo lo que buscaba!». Viste Morris más que casual: unos vaqueros apretados y gastados y una camiseta de rayas que le da un pertinente aspecto de gondolero fondón (uno de sus más célebres libros, editado por Península, es precisamente Venecia). Calza zapatitos de colegiala -aunque ahí cabrían los pies de varias colegialas-. Jan Morris nos tiene que guiar hasta su legendaria casa, Trefan Morys, en una zona de pastos y bosques cerca del río Dwyfor, rico en salmones, y lo hace, previa visita a la casa museo de Lloyd George, donde trabaja uno de sus hijos, advirtiendo jocosamente: «El sendero es un poco agreste, por suerte lleva un coche alquilado». Es difícil seguirla. En el camino, un conejo se ha quedado mirando el paso de la escritora con ojos desorbitados.
Fue una carga de caballería espectacular, muy valiente, sin duda, pero nunca debió lanzarse. Los rusos, contra cuyos cañones atacaron frontalmente, en un alarde de heroísmo y estupidez, los seiscientos y pico húsares, dragones y lanceros británicos, pensaron que aquellos tipos debían de estar borrachos. De hecho, pidieron a los que hicieron prisioneros que les echaran el aliento: el único control de alcoholemia de una carga a caballo que se conozca.
Detrás de la bizarra carga suicida de la Brigada Ligera en Balaclava, cantada en su musculado poema por Tennyson («Azotados por balas y metralla, / cabalgaron con audacia / en las fauces de la Muerte»), hay una serie de errores militares garrafales y un despliegue de imbecilidad como pocas veces se ha visto en la historia de la guerra, que ya es decir.
Del desastre de aquella mañana de lanza y sable del 25 de octubre de 1854 en un polvoriento valle cerca de la población de Balaclava, no lejos de Sebastopol, fue en parte responsable la enemistad entre dos hombres tan incompetentes como arrogantes y estúpidos, que mantuvieron a lo largo de sus vidas una rivalidad enconada y absurda: lord Cardigan -que lideró la carga- y lord Lucan -que le dio la orden-. Aristócratas, ricos, pijos, húsares, comandantes de los más selectos regimientos de caballería, vanidosos, crueles y memos, Cardigan y Lucan eran además cuñados.
El juicio negativo sobre esos dos infames cretinos a la greña no es algo de ahora, no crean: sus contemporáneos ya les veían así. «Todos estábamos de acuerdo en que no podía haber dos mayores cabrones que ellos», escribió el mayor Forrest, que sirvió en el 11º de húsares con Cardigan. «Llamábamos a Lucan el asno cauteloso, y a Cardigan, el asno peligroso». Otro oficial que sirvió con ambos generales anotó en su diario: «Cuanto más veo a lord Lucan y a lord Cardigan, más los desprecio. Qué ignorancia tan crasa y qué temperamento tan altivo».
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