Historia de un padre cuyo hijo es simpatizante e incluso participante en los asuntos de una banda armada, que aunque no se nombra en el texto, uno imagina de manera clara que se trata de ETA.
El texto me pareció excesivamente maniqueo, no hace falta resaltar lo malo que es el terrorismo porque ya lo sabemos todos y fuera del círculo propio sería muy difícil encontrar a nadie que simpatice con el movimiento. Dentro de la trama, sin embargo, me gustó especialmente la página que transcribo aquí, que fija -acertadamente- el límite de cualquier ideología, de cualquier fanatismo, en tomar el derecho de acabar con la vida de alguien.
Aquí una reseña con la que coincido mucho: Ojos que no ven
Se deja leer.
Y sé también, por mucha burla que me hagas, que unas cosas son verdaderamente nobles y otras verdaderas y colosales engañifas, que unas son dignas y otras cochambrosa y repugnantemente indignas, las unas hacederas y las otras imposibles y engañosas, y unas convenientes para la mayor parte y otras, a la corta o a la larga, contraproducentes para casi todos, inclusive para quienes más están dando todo el santo día la lata con ellas.
»Las lindes entre unas y otras es verdad que, en ocasiones, más que enrevesados y correderos, pueden ser hasta escondidizos, como decía mi padre o decían que decía, que a veces parece que están en un sitio y otras en otro y muchas lo que parece es que no estén ni en uno ni en otro, pero cada cosa, como cada prado y cada huerta, por grande que sea, tiene al cabo indefectiblemente sus lindes y para cada cosa hay un límite, y el límite de los límites, ¿me oyes?, ¿me estás oyendo?, ¿haces el puñetero favor de oírme por lo menos una vez?, el límite que si se traspasa ya no tiene en condiciones normales vuelta atrás, por mucha morralla ideológica que se le eche o muchas tragaderas morales que se tenga, es el de la vida del otro, ¿me entiendes?, el de la vida de las personas, que es algo sagrado, aunque a ti a lo mejor te haga reír esa palabra lo mismo que si te digo honor, el honor del prójimo y el tuyo propio, y también temor, el temor de ofender al otro y la humillación de que te ofendan, pero me da igual: el honor del prójimo )¿ el temor a
ofenderle, como decía mi padre que en paz descanse, son los límites que dignifican la libertad propia y la ajena.
»Y también sé que una cosa es lo que pueda ser cualquier cosa, y otra bien distinta su mangoneo y el enredo que se hace con ella, su instrumentalización, para que me entiendas con tus palabras; y que cada uno ve y piensa a su modo, es verdad, pero que por muy convencido que se encuentre de estar en lo cierto y en lo correcto (y uno puede convencerse siempre de lo que se le antoje y por los motivos que sea, decía por lo visto también tu abuelo), no por ello tienen los demás la obligación de ver y pensar como él ni tiene ningún derecho a que así sea, y menos ningún derecho de ningún tipo histórico, como tú dices creo yo que sin entender una palabra; y que uno, en resumidas cuentas, puede hacer lo que quiera, es cierto, pero no exactamente lo que le venga en gana; es decir, puede hacer lo que quiera siempre que no moleste ni intimide o atemorice a nadie ni por supuesto le toque un solo pelo de la ropa. ¿Me has entendido, hijo mío?
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