Pepitas de calabaza, 2011. 190 páginas.
A medio camino entre el diario y el dietario el libro recoge las anotaciones del autor entre los años 2004 y 2007. En el momento de escribirlas todavía no tenía pensado publicarlas.
Cosas que me han gustado:
El propio autor, una persona con criterio propio, lo que en estos tiempos del conmigo o contra mí es de agradecer. Un desengañado del marxismo pero que sigue siendo de izquierdas y criticando a los conservadores. Opuesto totalmente a ETA pero también a los centralistas que la usan para sus fines. Que le molesta el euskera en la tele y le gusta en la calle. Una persona, en suma, con la que parece que daría gusto hablar.
La prosa, clara, clarísima, con momentos de belleza poética dentro del ámbito cotidiano y que da gusto leer.
La mezcla de anécdotas cotidianas con reflexiones -en ocasiones de mucho calado- y análisis de la actualidad. IMposible aburrirse.
La inteligencia que se desprende de las páginas como el aroma del buen café.
Cosas que no me han gustado:
Ninguna, todo está estupendo. Tanto que al descubrir que hay un tomo anterior y otro posterior me he llevado una alegría tremenda.
Muy recomendable.
(Hubiera puesto muchas más citas pero no he querido abusar)
Hay rostros con un fondo de tristeza que son como una prueba viviente de que la felicidad existe y de que la conocieron.
Para asustarme de mi ignorancia no tengo más que echar un vistazo a mi biblioteca. Miles de libros leídos de los que no recuerdo nada.
Pero continúo comprando y leyendo. Debe de ser algo como eso tan criticado de «el sexo por el sexo».
Releí el año pasado el Quijote (la segunda parte), adelantándome al cuarto centenario que se avecinaba. Disfruté mucho. Cuando lees el Quijote te alegras. Cuando lees cosas acerca de ese libro te pones triste, o trascendente.
Lo mejor son los diálogos entre Don Quijote y Sancho. Y el ingenio y los juegos contagiosos de Cervantes al escribirlo.
El Quijote es un libro de risa, de el Gordo y el Flaco, de teleserie como la de Frasier y su hermano. Qué dos tipos, buenazos y como cabras.
Borges atribuye a Cervantes la creación por primera vez de unos personajes que se ganan nuestra amistad, y no solo la admiración o la piedad, como los de antes. No sé si amistad es la palabra correcta, pero es verdad que da gusto estar con ellos. En lo que sí tiene plena razón Borges es en decir que el tema básico de la novela es la amistad entre Don Quijote y Sancho.
Los personajes exhalan bondad por los cuatro costados. Auden y Dostoyevski vieron un santo en Don Quijote. Entiendo por qué lo hicieron, aunque la apreciación sea un poco excesiva.
En cualquier caso, el trascendentalismo que le ha caído encima a la pobre obra la ha falsificado. Es cierto que ya no podemos leerla exactamente como la leían sus contemporáneos, pero todavía resulta muy graciosa. Todavía se puede leer como un libro más y no como parte de alguna asignatura.
María llega del tribunal de los exámenes de Selectividad. Hace un calor terrible. «Pobre gente —digo—. Examinarse con este calor». Siempre estoy a favor de los alumnos. Cientos de veces llega María a casa quejándose de ellos, de su ignorancia, de su falta de aplicación y de sus malas maneras. Trato de entenderlos, no me solidarizo por sistema con la indignación de María, tal vez por desconocimiento de la situación en la educación actual, tal vez porque siempre estaré del lado de los alumnos. «¡Tengo el enemigo en casa!», brama María.
Recopilo citas desde los egipcios y los griegos en las que se habla de los viejos y buenos tiempos y se censura a la juventud de la época. No suelo llevarlas a las reuniones con los amigos profesores de María, pero algún día lo haré.
Hoy le enseño lo que cuenta Baroja sobre los tiempos en que estudiaba Medicina.
«En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas; nadie seguía la explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta, y cuando el profesor se disponía a echar en un vaso de agua un trozo de potasio para que empezara a arder, el de la corneta dio dos toques de atención; otro metió un perro vagabundo, y fue un problema echarlo.
»Había estudiantes tan descarados, que llegaban a las mayores insolencias, gritaban, rebuznaban, interrumpían al profesor».
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