Jesús tuvo un hermano gemelo, llamado Judas. Este libro es la narración de la vida de los dos desde su perspectiva, más cínica, pragmática e incluso blasfema que la de su hermano, un santurrón desde su punto de vista. Un evangelio a la contra pero, por eso mismo, más veraz e interesante.
A pesar de la brevedad del texto el autor combina bien los materiales conocidos en los evangelios canónicos con la historiografía e incluso con acontecimientos posteriores que mete de tapadillo y que como lectores reconocemos con una sonrisa. La narración es ágil y la historia nos atrapa, divididos entre lo que creemos saber que va a pasar y lo que el protagonista nos cuenta que pasó en realidad.
Lo he disfrutado mucho y espero esa segunda parte que parece adelantar el final de la obra.
Muy bueno.
La cena consistió en una hogaza de pan de trigo —yo solía comerla de cebada—, habas, pescado ahumado, queso y dátiles. Y de postre, unas tortas de flor de harina, bien amasadas con aceite y acompañadas de miel.
Cuando llegó mi invitado me encontré con un judío joven, bajo de estatura y poco agraciado, de escasos cabellos y frente despejada, cejijunto, con nariz aquilina, barba gruesa, espaldas anchas, piernas arqueadas y rodillas sobresalientes; poseía ojos vivarachos y mirada penetrante y, tal como pude comprobar muy pronto, maneras afables, buena conversación y una inteligencia extraordinaria.
Saulo despachó la cena con prontitud y buen apetito, sin hablar mucho, salvo alguna que otra intrascendencia. Por mi parte, me aseguré que su copa estuviese siempre llena, pues bien es sabido que un vino generoso desata hasta las lenguas más silentes. Tras recoger las migas de pan y eructar, como lo haría toda persona educada que agradece una buena comida, Saulo entró directamente al tema que le traía:
—Te sorprenderá que siendo tan numerosa la colonia hebrea en Alejandría haya venido a pedir alojamiento al judío que peor reputación tiene de todo Egipto —declaró sonriéndome, mientras me dirigía una mirada picara.
—Me parece que no te han informado bien —repliqué, molesto.
—Me han informado a la perfección. Tu nombre es Judas, eres recaudador de impuestos, solterón porque ninguna familia honrada te entregaría una hija. Soltero, aunque no célibe, pues no hay ramera de Alejandría que no te conozca, ¿sigo?
—No es justo, amigo Saulo, tú sabes muchas cosas de mí y yo no sé nada de ti —respondí, con aplomo.
—Razón tienes. Soy agente de Caifás, Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalén. Estoy aquí en misión secreta para averiguar los partidarios que pueda tener en Egipto un falso Mesías llamado Jesús de Nazaret. Si he venido a tu casa, en vez de a cualquier otra, es porque espero que tú me proporciones dicha información.
Recuerdo que, al escuchar el nombre de mi hermano, un latigazo estremeció mi corazón, aunque no permití que ni un solo músculo de mi rostro delatara mi sorpresa. ¿Mi hermano, un Mesías con discípulos? Así que aquel arrogante mal nacido iba en persecución de los seguidores de mi hermano, fuesen quienes fuesen. Por otra parte, era evidente que nunca había visto a Jesús, de lo contrario me hubiese reconocido:
—¿Y quién te dijo que yo era un delator?
—Por favor, no te ofendas, estamos hablando de negocios. Tú extorsionas a los contribuyentes cobrando más de lo debido —“como todos los que recaudamos impuestos”, pensé—, mientras que te dedicas a otros asuntos turbios. Te respeto, tú practicas tu negocio y yo, el mío; creo que podemos llegar a un acuerdo.
—Bien, ¿cuánto?
—No te andas con rodeos, ¿verdad? Te daré veinte monedas de plata a cambio de los nombres de los conjurados.
—Bien, te diré los nombres, pero antes tengo que preguntar por ahí. Necesito, al menos, un par de días.
—Lo entiendo. De paso, pregunta por su hermano.
Un segundo escalofrío recorrió mi cuerpo.
—¿Hermano?, ¿qué hermano?
—Sabemos que tiene un hermano gemelo que se llama igual que tú, Judas. El hermano abandonó Nazaret y cortó toda relación con los suyos. Por lo que sabemos, era un tipo violento, creemos que murió o quizás esté preso, pero no te cuesta nada preguntar también por él, por si alguien sabe algo.
—¿Y para qué queréis al hermano?
—Jesús y Judas son indistinguibles el uno del otro, podría sernos de utilidad.
Bebí un sorbo de vino, mi mano temblaba ligeramente de forma delatora. Saulo pareció no darse cuenta.
—Es preciso que me hables de ese tal Jesús. ¿Es cierto que dice ser el Mesías? Podría ser uno más de los santones que exhortan al arrepentimiento y predican el Fin de los Tiempos.
Un comentario
Muchas gracias, Juan Pablo, por tu atinada reseña.