Grupo AJEC, 2006. 346 páginas.
Tit. Or. Axiomatic. Trad. Pedro Jorge Romero.
En su momento le di un palo a Ciuidad permutación, pero esta colección de relatos me gustó. Tanto que cuando quise reseñarlo, como había pasado tanto tiempo, volví a leerlo. Mi primera lectura fue en enero de 2007. La segunda a principios de 2008. Esto lo estoy escribiendo en julio de 2009 y ni sé cuando lo colgaré en la web (a principios de 2011). El espacio tiempo se está volviendo loco.
Los estupendos 18 relatos son los siguientes:
El asesino infinito
El diario de cien-años-luz
Eugene
La caricia
Hermanas de sangre
Axiomático
La caja de segundad
Ver
Un secuestro
Aprendiendo a ser yo
El foso
El paseo
La ricura
Hacia la oscuridad
Amor apropiado
El virólogo virtuoso
Cercanía
Órbitas inestables en el espacio de las mentiras
Cito a mi amigo Luis cuando murió Lem: Se nos van los grandes y no nos quedan repuestos. Algún repuesto parece que hay, porque estos relatos recuperan el espíruto de la buena ciencia ficción. No son perfectos, pero eso también le pasa a toda la obra de Philip K. Dick y es mi escritor preferido.
De la alta calidad media destaco El diario de cien-años-luz, dónde se pueden mandar mensajes al pasado evitando así todo tipo de sorpresas ¿o no? En Aprendiendo a ser yo y Cercanía se consigue la inmortalidad implantando una joya que registra toda la actividad cerebral y se activa con la muerte pero lo que se activa ¿realmente es el mismo yo?
Muy bueno.
Extracto:[-]
— Lo sé, pero confíe en mí, no hay nada que pueda hacer que afecte en lo más mínimo. Simplemente cuide de sí misma como lo hace normalmente. No pille una neumonía. No gane o pierda diez kilos. No haga nada que se salga de lo habitual. Millones de personas han estado expuestas a este virus, pero la razón por la que usted ha enfermado, y ellas no, es puramente genética. Con la cura pasará lo mismo. La bioquímica que determina si una medicación hará efecto o no en su caso no cambiará por el hecho de empezar a tomar vitaminas, o dejar de comer comida basura… y debo advertirle que ponerse bajo una de esas dietas de «curas milagrosas» simplemente la pondrá enferma; los charlatanes que las venden deberían ir a la cárcel.
En ese punto indiqué un acuerdo ferviente, y me sentí enrojecer de rabia. Hacía tiempo que las curas fraudulentas eran mi bestia negra, aunque ahora, por primera vez, casi podía comprender por qué otras víctimas de Monte Cario pagaban mucho dinero por esas cosas: dietas chifladas, planes de meditación, aromaterapia, cintas de autohipnosis, lo que fuese. La gente que ofrecía esa basura era la peor forma de parásito cínico, y siempre había creído que sus clientes eran ingenuos congénitos o estaban desesperados hasta el punto de dejar de lado su inteligencia, pero la situación era más compleja. Cuando tu vida está en juego, quieres luchar por ella con todas tus fuerzas, con hasta el último céntimo que puedas pedir prestado, con todos tus momentos de vigilia. Tragar una cápsula, tres veces al día, simplemente no es lo suficientemente duro, mientras que los planes de los estafadores más perceptivos eran lo suficientemente arduos (o lo suficientemente caros) como para hacer que la víctima creyese que estaba enfrascada en el tipo de batalla que exigía un enfrentamiento con la muerte.
Ese momento de furia compartida aclaró por completo el ambiente. Después de todo, estábamos del mismo lado; yo me había estado comportando como una niña. Agradecí su tiempo a la doctora Packard, cogí la receta y salí.
Pero de camino a la farmacia, me descubrí casi deseando que me hubiese mentido -que me hubiese dicho que mis posibilidades mejorarían enormemente si corría diez kilómetros al día y acompañaba todas las comidas con algas crudas- pero luego retrocedí furiosa, pensando: ¿Realmente me hubiese gustado que me engañasen por «mi propio bien»? Si depende de mi ADN, pues depende de mi ADN, y debería esperar que me dijesen simplemente la verdad, por desagradable que me resultase, y debería agradecer que la profesión médica hubiese abandonado sus antiguas prácticas paternalistas y condescendientes.
Lo que quiero decir es: compré una copia barata. Una pirata, un clon, una imitación, una versión de contrabando, llamadla como queráis. Claro que me sentía un poco culpable, y un poco avaro, ¿pero quién se puede permitir pagar cinco veces más por el producto genuino de EE.UU. fabricado en El Salvador? Sí, es timar a la gente que desarrolló el producto, que invirtió todo ese tiempo y dinero en investigación y desarrollo, ¿pero qué esperaban si pedían esas cantidades? ¿Por qué debería pagar yo la adicción a la cocaína de un montón de especuladores de California que hace diez años tuvieron una corazonada afortunada sobre cierta corporación biotecnológica? Es mejor que mi dinero vaya a un hacker comercial de quince años de Taiwan, Hong Kong o Manila, que lo hace para que sus hermanos y hermanas no tengan que follarse a turistas ricos para sobrevivir.
¿Comprendéis mis grandes motivaciones?
La Ricura tenía una ascendencia venerable. ¿Recordáis la Muñeca Repollo? Con certificado de nacimiento, defectos de nacimiento opcionales. El problema es que ese objeto se limitaba a permanecer quieto, ya que la robótica de una muñeca era demasiado cara para ser práctica. ¿Recordáis el Video Baby? ¿La Cuna Computerizada? Realismo perfecto, siempre que no quisieses atravesar el cristal y acunar al niño.
¡Evidentemente, no quería una Ricura! ¡Quería un bebé de verdad! ¿Pero cómo? Tenía treinta y cuatro años, y acaba de pasar por otra relación fallida. ¿Qué opciones tenía?
Podría empezar a buscar de nuevo una mujer que (a) quisiese tener hijos, (b) no lo hubiese hecho todavía, y (c) pudiese tolerar vivir con una mierda como yo durante más de un par de años.
2 comentarios
Pues este me lo apunto para un futuro con una probabilidad muy alta de realización. Antes no era muy de relatos cortos, pero empiezo a cogerle el gusto, especialmente a los de ciencia-ficción.
Espero que te guste. Son relatos que a veces tienen sus fallos, pero que me demostraron que todavía se puede escribir ciencia ficción capaz de despertar esa sensación de maravilla.