Tierna historia sobre uno de los primeros pasos para dejar la niñez: cuando dejan de leerte cuentos para que tengas que leerlos tu mismo. Y una reflexión sobre lo útil que puede ser volver a ser un niño.
Ideal para los peques que ya se están haciendo mayores y para los mayores que quieran sentirse un poco peques.
Y lo peor para mí era que más de una vez vosotros discutisteis sobre quién debía leerme el cuento y, al final, no era ninguno. O sea, que lo sabíais. Que os pasarais la pelota el uno al otro me dolía, y hasta me hacía sentir culpable. Culpable de insistir en que me contarais un cuento. Culpable de ser ya mayor. Para eso. No sabía para qué más.
Pero yo estaba, estoy y estaré siempre llena de ideas, rebosante de ideas. Ya lo sabes. Ideas como palomitas de maíz, que se me salían de la cabeza a montones. En el fondo, como tú.
Fue una noche más en la que, como siempre, ya habías recurrido a la excusa del cansancio para volver a decirme que no.
—Estoy taaaaan cansada…
Y allí estaba: la idea más blanca, grande y crujiente de mi olla particular. La gran idea…
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