NH Hoteles, 1998. 150 páginas.
Poca gente lo sabe, pero una vez se desmonta el mercado de San Antonio (cita obligada de los amantes de los libros de ocasión), quedan atrás libros que nadie quiere ni guardar. Migajas abandonadas a su suerte. Normalmente con razón, textos infumables. Pero de vez en cuando se encuentra algo que merece ser rescatado.
Como este libro que incluye los siguientes relatos:
Proyecto de amor
Carta a mis seres queridos
Adiós otra vez
El club de los homicidas
Por motivos sentimentales
El mundo furtivo
Paseando con el general
Vado permanente
Caballos salvajes
Otras geografías
Dentro de su corazón
Y que ganó en el certamen Noche de relatos a autores como Angel Zapata o Pedro Zarraluki. Porque está muy bien.
Cuentos que giran en torno al amor o su ausencia, melancólicos, a veces ambientados en Estados Unidos y no solo por la localización, el tono es similar al de algunos autores norteamericanos.
Una joyita que me ha alegrado encontrar, leer, y rescatar de los barrenderos de Barcelona.
Extracto:[-]
Dejó la ventana abierta, encendió las luces del cabecero de la cama y se sentó frente al tocador. Había papel de cartas con el membrete del hotel y se dispuso a escribir.
Él salió del lavabo con el pijama puesto, en zapatillas. Ella siguió sus pasos por la habitación a través del espejo. Él buscaba su libreta de notas sin encontrarla.
-Está en tu otra americana -le dijo-. La azul oscuro.
Él la encontró. Sentado en el borde de la cama comenzó a pasar hojas. Emma escribió la fecha como encabezamiento de la carta. En ella iba a agradecer a todo el personal del hotel las atenciones recibidas. Tenía pensado dejarla en una de las mesillas, junto con una propina.
Después de terminarla, la leyó notando cómo su rostro se enrojecía. Resultaba vulgar, demasiado simple para parecer íntima; era probable que la persona que la leyese se echara a reír y la mostrara a los demás como un hallazgo cómico. Instintivamente la cubrió con la mano, pero no había nadie sobre su hombro para leerla. Se volvió y vio que su marido dormía.
Emma recogió su agenda. La letra de su esposo era diminuta, minuciosa, y apuraba las dimensiones del papel dramáticamente. Dejó la agenda junto a su reloj de pulsera, sobre la mesilla. Arrugó la carta y la dejó caer en un cenicero. Al abrir su bolso para buscar un lápiz de labios, encontró la fotografía. Se quedó mirándola. Él parecía querer huir del reducido marco de la instantánea, escaparse; ella sonreía de una forma perenne que ahora, a Emma, le pareció hueca. Rompió la fotografía y sus fragmentos se unieron a la carta. Después hizo algo extraño, que jamás había imaginado: se vistió el ajustado traje de noche que ocultaba en el fondo de la maleta y que no había usado a lo largo del viaje, se maquilló con esmero, se perfumó y abandonó la habitación con los zapatos de tacón en la mano.
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