Nevsky Prospects, 2012. 316 páginas.
Tit. Or. The rising of the moon. Trad. Mª Angeles Via Rivera.
Al llegar a casa encontré este libro que, sin pedirlo, me había enviado la editorial. Recibo un montón de correos electrónicos y notas de prensa que nunca he pedido, pero si solicito un libro a quienes me envían esa información, suelen negarse. Nevsky Prospects actúa al revés; un aplauso para quienes hacen las cosas bien.
No conocía nada de Gladys Mitchell (no busquen en la wikipedia en español, tampoco la conocen), pero escribió la friolera de 66 novelas protagonizadas por Mrs. Bradley, una detective que trabaja para Scotland Yard y que más que buscar pistas materiales indaga en la psicología de aquellos a quien investiga.
Pero en esta novela (ignoro si en el resto será igual) la historia no está contada desde el punto de vista de la detective, sino desde el de Simon Innes, hermano de Keith. El circo está de visita en la ciudad y una equilibrista es asesinada. Parece que hay un homicida suelto que ataca cuando hay luna llena, y los dos hermanos tendrán un papel clave -a su pesar- en la investigación de los crímenes.
La elección del protagonista permite a la autora no tener que presentar las deducciones de la detective, y que tengamos que reconstruir las pruebas a partir de los ojos del muchacho, que si bien es un testigo de excepción, no dispone de toda la información. He disfrutado de la intriga y, afortunadamente, mis sospechas sobre el asesino no han ido desencaminadas.
Calificación: Bueno.
Extracto:
No mencionó nada sobre corsés, y nosotros tampoco lo hicimos, pero llegamos a la conclusión de que el sargento debía haberle enseñado lo que habíamos encontrado a Mr. Seabroolc, y que él había considerado nuestro descubrimiento de cierta importancia.
Entonces la gente empezó a preguntar por qué no se había llevado a cabo ningún arresto, y todo tipo de rumores comenzaron a surgir de que la cosa se estaba acallando porque alguien de importancia estaba implicado. Se mencionaron toda clase del nombres, incluyendo el de nuestro Miembro del Parlamento, pero se sabía (al menos aquellos que lo sabían) que había estado en Escocia durante las vacaciones de Pascua, y el editor del periódico local, que se llamaba Gadfly en una columna especial de cotilleo que escribía, tuvo que echarle una pequeña reprimenda a la gente para que no iniciaran un escándalo.
AJack no volvieron a molestarlo.
—Supongo que el inspector se está guardando a Jack en la manga en caso de que no pueda encontrar otro chivo expiatorio —dijo Keith. La idea nos hacía sentir muy incómodos.
—Debería arrestar al trapero —dije—. Es el criminal más obvio de todos. La gente que arroja cosas al canal a propósito está pidiendo que la vigilen. ¡Acuérdate de esa mujer y su bebé!
—El criminal más obvio nunca es el culpable —dijo Christina, a quien había hecho yo mi comentario.
—Eso es en los libros —dijo Keith—. En la vida real el criminal más obvio es casi siempre el culpable. La mujer del bebé lo era, de eso no hay duda. —Su comentario se refería al único suceso escandaloso que había ocurrido anteriormente en nuestra ciudad.
Sin embargo, no ocurrió casi nadahasta que, durante la siguiente
luna llena, en una noche tranquila y agradable de principios de verano, el asesino escogió a su cuarta víctima, y mató a una chica bastante bonita llamada Bessie Gillet por la Ronda de San Jorge, una estrecha callejuela casi enfrente de la comisaría.
Fue llegados a este punto cuando conocí al detective de Scotland Yard que había visto en compañía de la anciana a la conocimos en la tienda de Mrs. Cockerton. Ella fue, de hecho, quien me lo presentó, y más adelante vino a ver a Jack. Resultó que el miércoles de la semana después de que empezara la escuela, cuando Keith ya llevaba más de una quincena en el colegio, nos mandaron una tarea de matemáticas que no tenía ni la más remota idea de cómo resolver, debido a que no había prestado la debida atención en clase. Me senté delante del problema durante tres cuartos de hora, y era para Mr. Short, a quien no me gustaba contrariar. Ya me había amenazado con castigarme después de clase, y de todas las cosas que odiaba la peor de todas era tener que quedarme en el colegio las tardes de principios de verano.
Como al cabo de los tres cuartos de hora andaba igual de perdido que al principio, traté de que Jack me ayudara. Se lo mostré, y se pasó con ello unos veinte minutos, pero dijo que no podía ayudarme.
Christina no estaba en casa. Ella lo habría resuelto en cuestión de segundos. Decidí dejarlo hasta que ella volviera, y que me diera entonces la solución.
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