Península, 1987. 240 páginas.
Tit. or. Walter Benjamin die geschichte einer freundschaft. Trad. J.F. Yvars y Vicente Jarque.
Memorias apoyadas en diarios y cartas de la relación de Scholem con Walter Benjamin. Es interesante porque aporta información de los años mozos del filósofo, cómo pensaba en esos momentos, e incluso detalles de su vida privada. La visión de un genio desde el punto de vista de otro genio siempre está bien.
Es un libro que hará las delicias de los estudiosos porque la documentación es impecable. A mí que soy simplemente un curioso me ha sobrado información, hubiera preferido algo más divulgativo.
Interesante.
Recuerdo vivamente la noche del 20 al 21 de octubre, la víspera de la comparecencia de Benjamin ante la comisión de reclutamiento. A petición suya, estuve con él hasta la mañana siguiente; primero pasamos largas horas conversando en el Nuevo Café del Oeste, en Kurfürstendamm, y después jugando al ajedrez y a las cartas (ai «sesenta y seis a mil», una variante del entonces muy extendido «sesenta y seis») en su habitación de la DelbrückstraPe, mientras ingería considerables cantidades de café negro, al igual que entonces hacían muchos jóvenes en análoga situación que él. Permanecimos sentados juntos desde las nueve de la noche hasta las seis de la mañana. En el Café del Oeste llegó incluso a contarme algunas cosas acerca de sí mismo y de su época de la «Jugendbe-wegung», asunto del que sólo muy raramente hablaba. Fue entonces cuando por vez primera le oí pronunciar el nombre de Simón Gultmann, quien había desempeñado un relevante papel tanto en el Cabaret Neopatético como en el círculo que giraba en torno al Anfang, un personaje al que Benjamin, tras su ruptura con el movimiento, sólo se referiría, mediante oscuras alusiones, como a una figura demoníaca. Guttmann había tomado parte de manera decisiva en las escisiones y disputas en el «Sprechsaal» de la juventud cuando, en una especie de golpe de estado, intentó colocar a Ben-
jamin y Heinle en los puestos de Barbizon y Bernfeld. Benjamin me contó asimismo que su abuela materna, Brunelle Meyer, todavía con vida en aquellos años, provenía de la familia Van Geldern, que también lo fue de la madre de Heinrich Heme. Más tarde descubrí que el nombre de Brunella, empleado con frecuencia en las familias judías como sustituto, oficialmente cuando menos, del femenino judío Braine o Bráunle, se transmitía hereditariamente en la familia Van Geldern a partir de los inicios del siglo xvm. Benjamín tenía todavía en ese momento algunos parientes de esta familia en Renania, me parece que en Mühlheim, cerca de Colonia. Me contó también que su madre era hermana del entonces conocido matemático Arthur Scólfliess, que más tarde se convertiría en profesor titular en Frankfurt del Main. Del círculo de la «Jugend-bewegung» no me habló, sin embargo, sino de un modo harto sumario, sin explicitar detalles acerca de las fricciones y las tensiones reinantes, que sólo alusivamente evocaba. Poseo, por cierto, algunos documentos relativos a todo ello, sobre todo de Barbizon. Sí me habló, empero, del culto al genio que había prevalecido en ese círculo.
El día siguiente a la noche anteriormente relatada, en efecto, Benjamin fue eximido de sus deberes militares durante un año, en tanto que yo, recién obtenido el título de bachiller tras haberme examinado como alumno libre, no tenía más remedio que contar con mi llamada a filas. A finales de octubre, tal como había previsto, Benjamín partió hacia Munich, donde también estudiaba Grete Radt. No supe nada de él durante bastante tiempo; fue sólo a comienzos de diciembre, poco después de ser declarado médicamente no apto para el servicio tras el reclutamiento temporal en Verden del Aller, al comunicarle mi licénciamiento del ejército y mi retorno a los estudios, cuando Benjamin me escribió de nuevo. Se mostraba, con todo, angustiado ante la idea de que las cartas fuesen abiertas por 3a censura, y temía que yo me pudiese dejar llevar por alusiones políticas demasiado capciosas. «Entre Berlín y Munich no hay Z [«Zensur»]», me escribió, «pero, aún así, toda [¡doblemente subrayado!] prudentia es poca. Le ruego encarecidamente que lo tenga muy en cuenta».
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