Fernanda Trías. La azotea.

junio 15, 2023

Fernanda Trías, La azotea
Tránsito, 2018. 140 páginas.

Clara vive sin salir de su casa, dentro de un ambiente asfixiante en el que está su padre, con la mente confusa, su hija, que ha nacido dentro de esas cuatro paredes, y un canario enjaulado. De los oscuros esqueletos de deseo escondidos en el armario pasamos a la búsqueda de la libertad en una azotea a la que no puede subir, mientras la falta de dinero va provocando una decadencia que se hace insoportable.

Me ha gustado más que aquella Mugre rosa porque, a pesar de que no es redonda, el retrato de esa especie de familia perturbada llevada con mano ansiosa por la protagonista consiguió en más de una ocasión desasosegarme por completo. No acabo de ver la importancia de esa azotea que da título al libro y hay muchos cabos que quedan colgando, pero en general se disfruta de su lectura.

Bueno.

Cuando volví a casa hice tallarines y herví las verduras. Ya era suficiente escarmiento.
Lo primero que noté fue que papá no estaba en la cama. Había un olor feo a humedad y al caminar tuve una sensación rara debajo de los zapatos, como si el piso crujiera. Prendí la luz y vi los charcos en el piso. Pensé que papá se había olvidado de cerrar la canilla de su baño: estaba encerrado ahí. Me llevó unos segundos darme cuenta de que, junto con los charcos, también había vidrios y piedras. La pecera había desaparecido.
—Papá —dije, golpeando la puerta—, ¿qué hacés ahí? ¿Dónde están los peces?
No contestó.
Le di una patada a la puerta del baño y un calambre me subió hasta la cintura.
—Los peces —grité—. Decime dónde los metiste.
Busqué en los charcos, que se habían extendido hacia abajo de la cama, y entre los pedazos de vidrio. Las algas ya no eran puentes de arcoíris sino bolsas de basura abandonadas en la orilla, y daba asco tocarlas. Levanté la silla caída, donde antes había estado la pecera, y junté los vidrios más grandes. El canario no dejaba de aletear dentro de la jaula. Nunca lo había visto así de alborotado y casi se me escapa cuando abrí la rejilla para sacar los peces muertos. El azul estaba duro, con la cola encogida y seca; el rojo todo picoteado, sucio de materia de pájaro.
Un ruido a vidrio roto se oyó en el baño y creo que algo dentro de mí también se quebró. En todo ese tiempo, nunca
se me había ocurrido la posibilidad de que papá quisiera morirse, de que me odiara tanto como para lastimarse. Tiré los pescados al piso y corrí hasta la puerta del baño.
—¿Papá, qué estás haciendo? —grité.
Tomé impulso y me lancé de costado contra la puerta. Una puntada se me hundió en el lado derecho de la panza y el dolor me obligó a arrodillarme. Desde el suelo seguí golpeando con las manos y la cabeza. La puerta temblaba.
—Abrime, papá, por favor.
Supongo que él estaría pegado a la puerta, oyéndome llorar y aguantando las ganas de consolarme, porque después de unos segundos de silencio, la puerta vibró apenas y se destrabó con un clic. Tuve que moverme hacia un costado para que él pudiera salir. En cuanto me vio en el suelo, se agachó y me ayudó a levantarme. Miré hacia el baño y vi que el espejo tenía una rajadura y que el resto de los vidrios estaban rotos dentro de la pileta.
—Me pegué —dije—. Tengo miedo.
Caminamos hasta la cama apoyándonos el uno en el otro. Papá no vio los pescados en el suelo y sin querer pisó uno. Levantó el pie en un reflejo, pero el azul ya estaba destrozado contra el parqué, una sustancia transparente y licuada. Nos sentamos en la cama y me levanté la camisa para mirarme la panza. En el lado derecho se me empezaba a formar un moretón rojizo y la hinchazón era una colina dolorosa. Papá pasó la mano por la lastimadura, rozándola apenas, pero su piel me raspó igual que si tuviera abrojos en los dedos.
—Hay que llamar a un médico —dijo.

2 comentarios

  • francisco junio 15, 2023en11:18 am

    Hola Juan Pablo, de Fernanda disfruté más con La ciudad invencible. La azotea me dejó muy frío.

    Saludos,
    Francisco

  • Palimp junio 15, 2023en11:51 am

    Gracias, me lo apunto

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