Nuevos emprendimientos editoriales, 2016. 160 páginas.
Tit. or. Zsolt Ágnes. Trad. Mihály Dés. Corrección Marta Beltrán Bahón.
Diario de Eva Heyman, adolescente húngara que al igual que Anna Frank dejó atrás su diario que le sobrevivió cuando a ella la deportaron a un campo de concentración y murió. El libro lo entregó a una antigua sirvienta que lo envió a su madre -que sobrevivió a su hija- cuando acabó la guerra. Ésta lo publicó y se suicidó dos años después.
El tono y estilo es el de una adolescente y lo que lo hace valioso es el terrible destino que sabemos que tendrá la protagonista que -sabiendo lo que ha pasado a otros judios de su ciudad- afirma en varias ocasiones que no quiere morir todavía porque ha vivido muy poco. Y uno se pregunta hasta qué punto leer un libro como este es un ejercicio de morbo malsano.
Recomendable.
28 de marzo de 1944
Acaba de estar aquí la tía Ági Friedlánder. Esta madrugada los alemanes y los policías húngaros detuvieron al tío Sándor y a todos de los que sabían que son socialistas o comunistas. Registraron toda la casa y desde entonces ella no tiene noticias sobre el tío Sándor. En nuestra casa está encendido el fuego en tres estufas. Ági está quemando todos los libros y las cartas del tío Béla que él le escribió cuando no estaban casados todavía. ¡Hay una peste insoportable, un olor a quemado! Justamente esta noche oímos en la radio que en Budapest todas las novelas del tío Béla las llevan a una trituradora de papel, pues a partir de ahora nadie podrá leer sus libros porque hacen daño a la gente. Pero no sólo los libros del tío hacen daño, sino también los de otros. Por ejemplo de Ferenc Molnár,25 de quien ya leí Los muchachos de la calle Pal.
No me cabe en la cabeza, ¿qué clase de daño puede hacerle a la gente esta novela? ¡Cómo lloraba yo-cuando al final se murió el pequeño Nemecsek! De todas formas, yo siempre lloro cuando leo que alguien se ha muerto. ¡Yo no quiero morir, apenas he vivido todavía!
Adolf Eichmann necesitó 56 días y un equipo que no llegaba a 200 personas, secretarias incluidas, para la deportación de 435.000 judíos húngaros, o sea, de todos ellos, menos los de Budapest y los de las unidades de trabajo forzado, a quienes trataron de liquidar más adelante. Tal como se puede leer en el Diario, la acción se realizó con la solícita participación de toda la administración del régimen Horthy, desde los alcaldes hasta el último guardia civil, y con la aprobación o indiferencia de la mayoría de los ciudadanos.
También de eso informa Eva: de la indiferencia, del odio, de la vileza. Pero también de la solidaridad, el sacrificio y el diabólico mecanismo que impidió actuar a los justos e, incluso, a los mismos judíos. Pocos libros como este Diario hacen ver tan claro hasta qué punto el Holocausto no fue un asunto meramente judío, y pocos lugares en el mundo ofrecen un escenario tan fatalmente ideal para ilustrarlo como Nagyvárad.
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