LOM Ediciones, 2000. 67 páginas.
La escritora Angelina Beloff escribe cartas sin respuesta a su amado Diego Rivera, que ha regresado a México y la ha dejado abandonada en París. Rememora sus tiempos felices, la tristeza de ver morir a su hijo, y le confiesa cada día su amor que sabe que ya no es correspondido.
Triste retrato de una mujer que alberga esperanzas frente a una desoladora realidad.
En los papeles que están sobre la mesa, en vez de los bocetos habituales, he escrito con una letra que no reconozco: «Son las seis de la mañana y Diego no está aquí». En otra hoja blanca que nunca me atrevería a emplear si no es para un dibujo, miro con sorpresa mi garabato: «Son las ocho de la mañana, no oigo a Diego hacer ruido, ir al baño, recorrer el tramo de la entrada hasta la ventana y ver el cielo en un movimiento lento y grave como acostumbra hacerlo y creo que voy a volverme loca», y en la misma más abajo: «Son las once de la mañana, estoy un poco loca, Diego definitivamente no está, pienso que no vendrá nunca y giro en el cuarto como alguien que ha perdido la razón. No tengo en qué ocuparme, no me salen los grabados, hoy no quiero ser dulce, tranquila, decente, sumisa, comprensiva, resignada, las cualidades que siempre ponderan los amigos. Tampoco quiero ser maternal; Diego sólo es un hombre que no escribe porque no me quiere y me ha olvidado por completo». Las últimas palabras están trazadas con violencia, casi rompen el papel y lloro ante la puerilidad de mi desahogo.
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