Libro con entrada propia en la wikipedia: Los recuerdos del porvenir. La historia la cuenta el pueblo de Ixtepec y está ambientada en las guerras cristeras. La primera parte se centra en el general Francisco Rosa, su amante y la aparición de un forastero que pone en peligro esa relación. La segunda nos habla del enfrentamiento entre el general y algunas de las familias del pueblo.
Como Elena Garro estuvo casada con el gran Octavio Paz parece que siempre tiene que estar a la sombra de éste. Hasta el punto que hace poco en la reedición de uno de sus libros podía leerse:
Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admiradora de Borges
La faja fue retirada. Pero tanto este libro como los de Juan Rulfo son considerados antecedentes del realismo mágico. Si tengo que ser sincero este libro no es una obra maestra como Pedro Páramo, pero sí que es un libro muy bueno, de primera fila.
Además de estar bien escrito personajes y situaciones son muy contables, es muy fácil imaginarlos como película o serie. Una delicia, vamos. Otras reseñas: Los recuerdos del porvenir y Los recuerdos del porvenir
—¡El porvenir! ¡El porvenir…! ¿Qué es el porvenir? —exclamó Martín Moncada con impaciencia.
Félix movió la cabeza, y su mujer y sus hijos guardaron silencio. Cuando pensaba en el porvenir una avalancha de días apretujados los unos contra los otros se le venía encima y se venía encima de su casa y de sus hijos. Para él los días no contaban de la misma manera que contaban para los demás. Nunca se decía: «el lunes haré tal cosa» porque entre ese lunes y el, había una multitud de recuerdos no vividos que lo separaba de la necesidad de hacer «tal cosa ese lunes». Luchaba entre varias memorias y la memoria de lo sucedido era la única irreal para él, De niño pasaba largas horas recordando lo que no había visto ni oído nunca. Lo sorprendía mucho más la presencia de una buganvilia en el patio de su casa que el oír que existían unos países cubiertos por la nieve. El recordaba la nieve como una forma del silencio. Sentado al pie de la buganvilia se sentía poseído por un misterio blanco, tan cierto para sus ojos oscuros como el cielo de su casa.
—¿En qué piensa, Martín? —le preguntó su madre, sorprendida ante su actitud concentrada.
—Me acuerdo de la nieve —contestó el desde la memoria de sus cinco años. A medida que creció, su memoria reflejó sombras y colores del pasado no vivido que se confundieron con imágenes y actos del futuro, y Martín Moncada vivió siempre entre esas dos luces que en él se volvieron una sola. Esa mañana su madre se echó a reír sin consideración para aquellos recuerdos suyos que se abrían paso muy adentro de el mismo, mientras contemplaba incrédulo la violencia de la buganvilia. Había olores ignorados en Ixtepec que solo el percibía. Si las criadas encendían la lumbre en la cocina, el olor del ocote quemado abría en sus otros recuerdos, unas visiones de pinos y el olor de un viento frío y resinoso subía por su cuerpo hasta hacerse consciente en su memoria. Sorprendido miraba a su alrededor y se encontraba cerca del brasero caliente respirando un aire cargado de olores pantanosos que llegaban del jardín. Y la impresión extraña de no saber dónde se encontraba, de hallarse en un lugar hostil, le hada desconocer las voces y las caras de sus nanas. La buganvilia que llameaba a través de la puerta abierta de la cocina le producía espanto y se ponía a llorar al sentirse extraviado en un paraje desconocido. «¡No llores, Martín, no llores!», le apuraban las criadas acercando a su rostro sus trenzas oscuras. Y él, más solo que nunca entre aquellas caras extrañas, lloraba con más desconsuelo. «¡Quién sabe que tiene!», decían las criadas volviéndole la espalda. Y el poco a poco se reconocía en Martín, sentado en una silla de tule y esperando el desayuno en la cocina de su casa.
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