Random House Mondadori, 2005. 90 páginas.
Al año de vivir en Barcelona me fui a un piso compartido en el barrio Gótico. Seguíamos recibiendo correspondencia del anterior inquilino. Me interesaban, sobre todo, invitaciones a las inauguraciones del Macba (que solían incluir bebida gratis ¡ay, la juventud!). Con el tiempo dejaron de llegar, pero siempre retuve el nombre, que no es otro que el autor de este libro.
No deja de ser curioso que se incluya un poema Escalera real, que trata sobre lo mismo, correos que llegan a otro destinatario. Supongo que se cierra el ciclo.
Respecto al libro, ya conocen mi poco ojo para la poesía. Dos o tres han conseguido emocionarme. El resto me han parecido simplemente agradables.
TMB
Tiembla la vereda,
el metro pasa debajo,
no digas que el gorrión es una fusa
en el pentagrama de tiza del avión
que acá no bajará,
di: el estruendo estéril del avión,
di: ese grito de tormenta evaporada.
Di que los peruanos
pasean viejitos por la Vía Layetana,
di: ciudad agujereada,
entraña de ciudad,
bolo de gente que se apura,
perpetua indigestión,
exudación por escaleras de granito.
Di: donde hubo un cine hubo
una casa ocupada, hay un baldío,
di: por eso la puerta del juzgado
está manchada de pintura,
di: en una conversación de sobremesa
alguien contó que su abuelo
tenía un peruano que lo paseaba
y ahora busca otro peruano
porque lo paseaba bien,
«debe ser la paciencia de los indios»,
fue el comentario de alguien
y también, después, puedes decir:
en esta ciudad el científico
sol de los semáforos
cría enjambres de motos
intoxicadas de impaciencia.
En esta ciudad,
di, el metro amasa gente
que nunca llega a tiempo,
no es culpa del TMB,
es indigestión perpetua,
helicoide hermética de rieles,
túnel estigio, subciudad doliente.
Tiembla la vereda,
no digas que hay volcanes,
di que la tormenta persigue a los aviones
de tiza que acá no bajarán
y el mar nunca se inmuta,
di que el metro pasa justo por debajo
del viejito que un peruano
sostiene por el codo.
No hay comentarios