Crítica, 2004. 430 páginas.
Tit. or. Lost discoveries. Trad. Mercedes García Garmilla.
El libro se basa en una premisa o tesis: que hay descubrimientos científicos al margen de la historia oficial de la ciencia occidental y que estos han sido ocultados o despreciados. Y en realidad empezó este trabajo porque empezó a ver demasiada pseudociencia en la defensa de los saberes de estas civilizaciones. Así que empezó a estudiar en serio y descubrió tantas cosas que decidió escribir un libro.
Esta tesis inicial lastra, en mi opinión, demasiado al texto. En ocasiones se defienden como novedosas o importantes cosas que no lo son. Dedícate a exponer los descubrimientos y deja a lector la tarea de juzgar. Las áreas en las que se centra son matemáticas, astronomía, cosmología, física, geología, química y tecnología.
Y lo que me ha sorprendido más es que después de hacer defensa de conceptos bastante inanes no destaca lo suficiente las aportaciones, por ejemplo, de la cultura árabe a las matemáticas. No sólo recogieron el testigo de Grecia sino que ampliaron muchas ramas del conocimiento, incluyeron el cero (invento de la india) y no pocos de nuestros términos derivan de ellos (álgebra, por ejemplo).
Y si toda la ciencia nace de los griegos, toda la tecnología nace de los chinos, y creo que tampoco se les hace excesiva justicia. En muchas ocasiones me da la impresión -seguramente equivocada- de que el autor no entiende demasiado de ciencia.
Ligeramente decepcionante en ocasiones, interesante en otras. Se deja leer.
Esta anécdota es un ejemplo de la desconexión que existe entre la teoría y la práctica dentro de la física moderna. El director del departamento de estudios teóricos del Fermilab asintió con la cabeza cuando le conté la anécdota. «No se exige a nuestros teóricos que visiten el acelerador», dijo, «pero insistimos en que todos sepan que hay uno por ahí fuera, en algún lugar del jardín.» (Esta separación entre científicos teóricos y experimentales es un fenómeno reciente.)1
La física occidental no debería ser así. Habitualmente se cita a Galileo como el primer físico experimental, la persona que decidió que era imposible averiguar si eran ciertas las leyes de la naturaleza utilizando exclusivamente la razón. Además, a pesar de ser matemático, Galileo consideró que las matemáticas eran secundarias con respecto a los experimentos. Eran un lenguaje apropiado para describir los resultados de un experimento, pero el experimento había que realizarlo. Galileo dejó caer objetos desde un edificio alto e inclinado, y también hizo que rodaran por planos inclinados. Midió y comparó los valores de la aceleración, destruyendo así una parte importante de la teoría aristotélica. Esta combinación de experimentación y teoría, de acción y matemáticas, es la clave de la física occidental. Durante los últimos años la prensa se ha centrado sólo en la teoría, pero la experimentación sigue siendo el fundamento de la física moderna.
A menudo se dice que la física es la reina de las ciencias. Ernest Rutherford, el experimentador que descubrió el núcleo del átomo, afirmó: «Cualquier ciencia, o bien es física, o es coleccionar sellos». Esto es un poco radical, pero lo que distingue a la física de otras disciplinas es la búsqueda de la sencillez y de los principios generales. A lo largo de milenios, los físicos han planteado preguntas básicas. ¿Qué es la materia? ¿Qué es la luz? (También persiguen objetivos más mundanos, por supuesto, tales como «un superconductor de alta temperatura con buenas propiedades mecánicas», según indica el físico David Park, del Williams College.)
Lo que busca la física fundamental es reducir las leyes de la naturaleza a una teoría final sencilla que lo explique todo. El físico y premio Nobel Steven Weinberg señala que las reglas fundamentales son lo más satisfactorio (al menos para él). Las leyes básicas de Isaac Newton, que predicen el comportamiento de los planetas, son más satisfactorias, por ejemplo, que un almanaque en el que se indique la posición de todos los planetas en cada momento. Weinberg advierte que la física no puede explicarlo todo, matizando que sólo puede explicar los sucesos relacionándolos con otros sucesos y con las reglas existentes. Por ejemplo, las órbitas de los planetas son resultado de unas reglas, pero las distancias de los planetas al Sol son accidentales, y no son consecuencia de ley fundamental alguna. Weinberg añade que, por supuesto, también nuestras leyes podrían ser casualidades. Lo que sí es cierto, según este científico, es que los físicos están más interesados por las reglas que por los sucesos, y más por los hechos que son independientes
del tiempo; por ejemplo, les interesa más la masa del electrón que un tomado que se produce cerca de Tulsa.
Weinberg planteó estas ideas en una conferencia titulada «¿Puede la ciencia explicarlo todo? ¿Puede la ciencia explicar algo?». Demostró que la física tiene límites. También se mostró atónito ante los progresos logrados en el extranjero, tal como dice en su libro, recientemente publicado, Dreams of a Final Theoty ¿Por qué, se preguntaba, debe pagar Francia sólo un 10 por 100 de lo que paga Italia? Los físicos nunca podrán entender lo que pasa con los franceses; es más fácil hablar de los planetas. Además, Weinberg opina que habrá una teoría final. «Nos estamos acercando a una explicación del mundo», afirma. «Esa imagen será una visión convincente del mundo.» Y añade que, para ser convincente, cualquier explicación final «deberá ser lo suficientemente rica como para incluimos a nosotros». David Park explica que, por supuesto, esa teoría final no dará respuesta a todas las preguntas: «Por ejemplo, conocemos toda la física fundamental de la molécula de agua desde hace sesenta años, pero todavía no hay nadie que pueda explicar por qué el agua hierve a 100 °C. ¿Por qué no podemos? Somos demasiado tontos. Me atrevería a pronosticar que seguiremos siendo demasiado tontos cuando tengamos ya lo que Weinberg llama la explicación del mundo».
La explicación que dan los físicos actualmente sobre la subestructura de la materia se llama «el modelo estándar». En este modelo están incluidas las doce partículas elementales y las tres fuerzas que, cuando se mezclan y se encajan, sirven para construir todo lo que hay en el universo, desde la sopa hasta las galaxias, y puede explicar todos los mecanismos de acción. Entre las partículas figuran los seis quarks famosos (arriba, abajo, extraño, encanto, fondo y cima**; no creemos que haya más) y seis leptones (el electrón y sus dos parientes de mayor peso, el muón y el tau, y los tres neutrinos asociados a estas tres partículas). Las tres fuerzas son la electromagnética, la fuerza nuclear fuerte (que mantiene unidos a los quarks) y la fuerza nuclear débil (responsable de la radiactividad). Hay una cuarta fuerza: la gravedad. Esta última es importante, pero nadie sabe cómo encaja en el modelo estándar. Todas las partículas y fuerzas de este modelo son cuánticas; es decir, siguen las reglas de la teoría cuántica. Aún no existe una teoría de la gravedad cuántica.
El modelo estándar no es del todo satisfactorio. Los científicos piensan que, además de ser incompleto, es demasiado complicado. Tiene que existir un esquema más sencillo. El físico y premio Nobel León Lederman dice que una buena
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