Editorial RBA, 2009. 314 páginas.
Tit. Or. A drink before the war. Trad. Ramón de España.
No conocía nada de este autor, el libro fue el regalo de un buen amigo y mejor escritor que cuando escribo estas líneas ha vuelto a la vida digital pero que cuando publique esto igual ya es premio Pulitzer, Gonzalo Barr. Buscando información resulta que es famoso ya que se han adaptado tres de sus novelas: Mystic River, Gone, Baby, Gone y Shutter Island. Sólo he visto la primera y me gustó.
Los detectives Patrick Kenzie y Angela Genaro reciben un encargo en apariencia sencilla. Encontrar a una limpiadora negra que ha sustraido unos documentos de uno despachos oficiales. Cuando la búsqueda empieza a complicarse y se ven envueltos en prblemas se dan cuenta de que el caso esconde mucho más de lo que parece, y que los poderes en la sombra de Chicago están involucrados.
Ya comenté en la entrada de Cambres d’acer inoxidable que la novela negra aprovecha la figura del detective duro pero honesto para retratar y criticar los aspectos corruptos de la realidad. Esta novela, excelente para ser la primera, arremete contra el poder político de Boston y los chanchullos de los que son protagonistas.
Hay otras cuatro novelas con la misma pareja de detectives, y voy a intentar leerlas todas.
Extracto:[-]
—¿Sabes cuál es la especialidad de los americanos? —preguntó Richie, que seguía mirando por la ventana, empinando el codo y con el vaso a punto de rozarle los labios.
Pude sentir cómo la ira de la habitación empezaba a mezclarse en mi sangre con el flujo del whisky, disolviéndose en la corriente del licor.
—No, Rich —reconocí—. ¿Cuál es la especialidad de los americanos?
—Encontrar a alguien a quien echarle la culpa. —Tomó un trago—. De verdad. ¿Que estás trabajando en una obra y se te cae el martillo en el pie? Joder, pues demanda a la empresa. Tu pie vale diez mil dólares. ¿Que eres blanco y no encuentras trabajo? Achácalo a la discriminación positiva. ¿Que eres negro y tampoco encuentras curro? Pues la culpa es de los blancos. O de los coreanos. Venga, tío, échales la culpa a los japoneses, todo el mundo lo hace. Toda esta puta nación está llena de gente desagradable, infeliz, confusa y cabreada, y ninguno de ellos tiene el suficiente cerebro como para enfrentarse honestamente a su situación. Se dedican a hablar de los viejos tiempos (antes del sida, del crack, de las bandas, de los grandes medios de comunicación, de los satélites, de los aviones y del calentamiento global) como si pudieran volver a ellos. Y como no logran entender por qué están tan jodidos, la toman con alguien. Los negros, los judíos, los blancos, los chinos, los árabes, los rusos, los que están a favor del aborto, los que están en contra… Cualquiera vale.
No abrí la boca. No hay nada que añadir a la verdad.
Richie plantó los pies en el suelo y se levantó. Se puso a deambular por el cuarto. Sus pasos eran algo inseguros, como si esperara resistencia después de cada uno de ellos.
—Los blancos culpan a la gente como yo porque dicen que he llegado a donde estoy gracias a las cuotas. La mitad de ellos no saben ni leer, pero creen que se merecen mi puesto de trabajo. Los jodidos políticos se sientan en sus sillones de cuero junto a las ventanas con vistas al río Charles y se aseguran de que esos votantes blancos y estúpidos crean que el motivo de su ira es que yo les estoy quitando la comida de la boca a sus hijos. Los negros (mis hermanos) dicen que ya no soy negro porque vivo en una calle de blancos de una barriada compuesta casi exclusivamente de blancos. Dicen que me estoy infiltrando en la clase media. Como si por el hecho de ser negro tuviera que irme a vivir a cualquier agujero asqueroso de la avenida Humboldt, junto a gente que invierte el cheque del paro en crack. Infiltrándome —insistió—. Qué mierda. Los heterosexuales odian a los homosexuales, y ahora los homosexuales se preparan para «responder», aunque no sé qué cono significa eso. Las lesbianas odian a los hombres, los hombres odian a las mujeres, los negros odian a los blancos y los blancos a los negros, y… Y todo el mundo busca a alguien a quien echarle la culpa. Quiero decir, joder, ¿para qué molestarse en mirarse al espejo cuando hay por ahí tanta gente que sabes positivamente que es mucho peor que tú? —Se me quedó mirando—. ¿Sabes a qué me refiero? ¿O está hablando la priva?
Me encogí de hombros:
—Por algún motivo, todo el mundo necesita a alguien a quien odiar.
—Todo el mundo es de lo más idiota.
Un comentario
No sé si le darán el Pulitzer o no, pero es un escritor genial, no cabe ninguna duda. Un saludo, y gracias por todo lo que compartes en tu blog.