Copio contraportada que tiene un texto que vende muy bien:
Yo no me he buscado nada de esto. Nunca quise ser una especie de heroína.
Pero cuando toda tu vida es arrastrada por un tornado —y tú con ella— no tienes más remedio que dejarte llevar, ¿sabes?
Sí, claro, he leído los libros. He visto las películas. Conozco la canción sobre el arcoíris y los pajaritos que cantan. Pero nunca esperé que Oz fuera así. Un lugar donde no te puedes fiar de las Brujas Buenas, donde las Brujas Malvadas quizá sean las buenas de la película y donde los monos alados pueden ser ejecutados por sedición. Sí, sigue habiendo camino de baldosas amarillas, pero hasta eso se hace pedazos.
¿Qué es lo que ha pasado? Dicen que Dorothy encontró el modo de volver a Oz. Dicen que se hizo con el poder y que el poder se le subió a la cabeza. Y ahora nadie está seguro.
Me llamo Amy Gumm… y soy la otra niña de Kansas. He sido reclutada por la Revolucionaria Orden de los Malvados. Me han entrenado para luchar. Y tengo una misión.
ELIMINAR el corazón del Hombre de Hojalata,
ROBAR el cerebro del Espantapájaros,
ARREBATAR el valor al León.
Y luego… DOROTHY DEBE MORIR.
Porque el libro, después, es bastante decepcionante. Niña con madre alcohólica que es transportada al mundo mágico de Oz donde Dorothy se ha convertido en una tirana que acapara toda la magia. Se une a la resistencia dirigida por las brujas malvadas y sigue al pie de la letra el camino de tantos niños que entrenan y se convierten en héroes. Con la salvedad de que este es el inicio de una saga, ya les hago un SPOILER avisando de que aquí no muere Dorothy, supongo que morirá en otro libro de la saga. Cuando me faltaba poco para acabar pensaba ‘pocas páginas para cerrar el libro’. Y es que no se cierra.
Novela para chavales entretenida pero que abusa de la copia de los personajes de Oz, del típico uso de la magia on/off (cuando conviene los personajes son poderosos y cuando no conviene idiotas) y que realmente, salvo algunas escenas de crueldad de los acompañantes de Dorothy, no aporta nada excesivamente original. Yo desde luego no leo más de la saga.
Reseñas más amables que la mía: Dorothy debe morir y Dorothy debe morir.
Se deja leer.
Lo cierto es que casi no tenía aspecto de león. Era más bien un monstruo, como una versión de pesadilla del rey de la jungla. Era enorme y dorado, con unos músculos hinchados y grotescos, con una melena sucia y enredada. Tenía unos labios finos que dejaban a la vista una boca llena de colmillos largos, torcidos y afilados.
—¿Ese es el aspecto que ha tenido siempre? —susurré.
Nox se limitó a negar con la cabeza y me indicó con un gesto que siguiera mirando.
En la fila había unas diez personas. El primer puesto lo ocupaba un hombre tembloroso con sombrero de copa y una barba morada que se acercó con timidez al lugar donde estaba el León. Juntó las manos, evidentemente pidiendo compasión a su captor, pero hablaban demasiado bajo para que pudiera distinguir sus palabras. Chasqueé los dedos y conjuré un hechizo de escucha. Al hacerlo, sentí la energía que fluía de mi cuchillo a mi cuerpo. El cuchillo hacía que la magia resultara mucho más sencilla.
—Os hemos dado todo lo que habéis pedido —decía el hombre—. No nos queda nada. Por favor, dejadnos marchar. Somos súbditos leales a Dorothy. Os ayudaremos en todo lo que podamos.
—Aún puede darme mucho más, señor alcalde —dijo el León, que abrió la mandíbula perezosamente, casi como si bostezara.
Unos gruesos chorros de baba le cayeron de la barbilla al acercarse apoyado en sus patas traseras. El alcalde levitó unos centímetros, poniéndose a su altura.
No podía dejar de mirar. Al principio parecía como si el León y el hombre se estuvieran besando. Pero no era así: sus bocas estaban a unos centímetros de distancia, sin tocarse. El hombre parecía resistirse, pero entonces su boca también se abrió, mientras su rostro se retorcía de dolor. De pronto empezó a salirle una especie de humo rojo de dentro. No pude distinguir si era vómito, sangre o algo peor. Fuera lo que fuera, el León lo engulló con un voraz lametón.
—¿Qué está haciendo? —pregunté horrorizada, agarrando a Nox del brazo.
—El León se alimenta del miedo de los demás —me explicó él con un susurro—. De eso vive. Así es como se hace más fuerte.
Nada más decir eso, los músculos del León se hincharon aún más. Estaba cambiando. Estaba creciendo.
El hombre también cambió: su barba pasó del morado al gris en cuestión de segundos; sus mejillas redondeadas quedaron demacradas en cuanto el León acabó y lo dejó en el suelo. El alcalde jadeó en busca de aire, de pronto convertido en un frágil anciano, pero estaba sonriendo. De pronto entendí por qué. Ya no tenía miedo.
—Espero que nunca tengas que enfrentarte a él —dijo Nox—, pero si lo haces, intenta no tener miedo.
«Eso no parece posible», pensé mirando al anciano alcalde, que sonreía.
—¿Qué le pasará ahora al alcalde? ¿Le soltarán?
Nox negó con la cabeza con un gesto triste. En aquel momento, una hiena y un conejo gigante, probablemente tan alto como yo, agarraron a otra víctima de la fila y se la acercaron a su líder. El conejo parecía ser el segundo en la cadena de mando, tras el León. Tenía unos incisivos enormes y afilados, los ojos inyectados en sangre. La hiena, que también caminaba erguida, era igual de horripilante. Parecía nerviosa, saltando a cada ruido que oía en el bosque, al tiempo que asistía al conejo. Y había muchos sonidos a los que reaccionar, con todo un zoo de animales tras ellos.
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