Un grupo de teatro universitario se va enfrentando a su día a día, combatiendo sus rutinas y a los infiltrados que se les cuelan, la sorpresa de los montajes de otros grupos afines y el montaje de su nueva propuesta.
A medio camino entre la novela y el teatro, puesto que muchas de sus páginas son una descripción de cómo sería el montaje, toca algunos temas que aparecerán luego en Lectura fácil, tiene parecida fuerza, pero no admite comparación con esta última.
Es una suerte que el éxito esté consiguiendo las reediciones de todas las obras de Cristina, que son una maravilla.
Muy bueno.
Ahora sé, porque me lo demostraron en el trascurso de los ensayos, que en ese momento me gané recelosos como Borja y el propio Pepe, pero también desperté simpatías inmediatas como la de Ahmed, que la hizo explícita saliendo sutilmente en mi defensa. Pero para chula, chula mi pirula, pensó Sara, y contraatacó abiertamente ofendida: que yo con mi postura corporal, repantigada en la silla, haciendo gala de mis botas militares y con la cabeza apoyada en el puño ya estaba hablando más que ninguno de los presentes que hablaban demasiado, empezando por ella misma, que era quien más había hablado con diferencia, y que me agradecía mi interés por querer dotar a la conversación de la altura moral y crítica de la que carecía pero que no lo necesitaba, que de hecho mi brillante intervención había valido por las siete anteriores y ya no necesitaba escucharme más. Así me calló la boca y me provocó las ganas de llorar, que me aguanté hasta la hora de la pausa. Entonces me acerqué a ella llorando y poniéndole excusas falsas para justificar lo inapropiado de mi intervención, que había tenido un mal día en la universidad, que allí también le había dado una mala contestación a un profesor, que perdón, Sara, perdón, aunque la realidad era que yo no me arrepentía lo más mínimo de mis palabras, yo seguía convencida de mis palabras y de que mis compañeros eran una manada de tontitos, pero me daba igual porque yo quería hacer teatro con Sara Molina, yo quería trabajar con Sara Molina.
Pepe sudaba como un cerdo, tenía piel de cera y ojos azules saltones, y una media melena que empezaba a clarearle por la coronilla. Era un gordo que estaba adelgazando a toda velocidad, es decir, un flaco blandengue. Nada más llegar nos daba dos besos a las chicas y a los chicos la mano, y ya tenía la cara y las manos empapadas de un sudor de agua, diluido, sin olor de lo desodorado que venía. Por entonces yo tenía el pelo muy largo y me hacía una trenza, y en una ocasión estábamos haciendo un ejercicio por parejas, algo parecido a la lucha libre que consistía en tirar al otro al suelo, y a mí me tocó con Pepe. Se puso a juguetear con mi trenza, a tironearme y a tratar de deshacerla, y en una de esas me pasa el final de la trenza por la cara y me susurra estos pelitos pueden ser muy excitantes en según qué sitio. Yo tenía la camiseta empapada no de mi sudor sino del sudor de Pepe, y a mí eso no me da asco, lo que me da asco es que sea un sudor completamente enmascarado, no de alguien que se echa desodorante para no oler mal sino de alguien que no quiere oler en absoluto, de alguien acomplejado que quiere pasar desapercibido. Y la frase de Pepe no me habría dado asco y yo no habría empezado a presumir sus trastornos sexuales si en lugar de decir pelitos hubiera dicho pelos, simplemente pelos, los pelos de mi trenza. Pero dijo pelitos, y esa guarrada diminutiva dicha a una desconocida no indica que te la quieras ligar por la vía guarra, indica que la quieres humillar. A mí me entra un tío diciéndome te quiero reventar ese culo o ese culazo que tienes y vale, puedo recoger el capote o puedo decirle no gracias.
2 comentarios
Gracias por la reseña Juan Pablo. Lo leeré. Lectura fácil me maravilló. Un saludo, Francisco
Este es el libro que menos me ha gustado, por el momento, de la autora.