En 1562, mientras Santa Teresa está alojada en el palacio de Luisa de la Cerda escribe su Libro de la vida. Pero a la vez está escribiendo otro diario, más íntimo y sincero, que la autora nos trae a la luz.
La autora lo escribió por encargo y como tal tuvo que sufrir recortes e imposiciones que se detallan en un prólogo que es tan sabroso como el libro mismo y del que dejo un extracto. En esa época no era la escritora consagrada que es ahora y a la que, por fin, se le permite expresar su propia voz.
Que sea un encargo y sobre una santa no impide que Cristina nos hable de empoderamiento de las mujeres (recordemos que Santa Teresa se hizo monja porque no quería casarse y convertirse en una fábrica de hijos), denuncias al trato de la mujer como objeto, retratar las faltas de la supuesta democracia actual disfrazada en la elección de un convento y hasta meter de tapadillo letras de Kortatu.
Y todo esto, además, muy bien escrito, que no hace falta que lo diga yo ni que lo diga ahora que lo sabe todo el mundo, pero así es.
Muy recomendable.
Decir que me pidieron confeccionar un traje a medida no es aquí una justificación como aquellas que mi editora imponía que le diera. No es una justificación que invoque la comprensión de las lectoras por no encontrarse ante el producto genuino de la autora. No es esta una captatio benevolentiae de esas que con tanta elegancia y astucia esparcía Teresa por toda su obra (que no era ella quien escribía sino Dios, que se lo dictaba todo; que perdón por estas cuartillas tan mal escritas pero qué se podía esperar de una mujer ruin y vanidosa e ignorante y pecadora, etc.). La captatio iba destinada a sortear las amenazas de los dominicos, que eran al mismo tiempo sus editores y sus inquisidores (y esta pavorosa coincidencia con el presente mercado literario merece unas risas por nuestra parte, merece hasta la onomatopeya, la merece hasta en mayúsculas y con admiraciones: ¡JA JA JA JA!).
No es justificación y no es captatio benevolentiae, la nota esta. Lo que quiere es ser una desromantización de lo que las lectoras y las jóvenes y/o noveles autoras (así como los lectores y los jóvenes y/o noveles autores) conciben como los templos de la literatura: lugares donde la relación autora-editora es de confianza y complicidad; lugares donde se busca y se alienta lo revulsivo, lo que ponga patas arriba la tradición literaria bebiendo de la tradición literaria y creando, quizás, otra tradición literaria, aunque ni falta que haría. Frente a eso, lo que la editora nos pedía a sus examinadoras de inéditos —que de eso trabajaba yo antes de subir a la categoría de escritora de la casaera algo bueno, bonito y barato (sic), de una autora con mucha presencia en redes sociales (sic) y que a ser posible no tuviera apellido catalán (¡sic, sic, sic, en una editorial que tenía su sede en Barcelona!). Los grupos editoriales y mediáticos no son templos de nada salvo de un neoliberalismo mal barnizado de hipsteridad. Son sitios cutres donde se hacen fiestas cutres en las que hay barra libre porque, sin alcohol, no habría quien aguantara tanto cutrerío.
Ay, amiga, cómo te han engañado haciéndote creer que un día podrías estar adentro. Qué desperdicio de talento el tuyo, Juana, negándote a estar más afuera todavía de lo que ya estabas, negándote a estar afuera del todo: yéndote conmigo. Abandonando la Encarnación y fundando un convento nuevo. Quieres cobrarte los muchos años de servicio a las señoras. Quieres demostrar que no han sido en vano, que el camino tenía por punto de llegada la silla prioral. Irte ahora sería refrendar la victoria de las de siempre valiéndose de la treta de siempre: la votación de doscientas monjas analfabetas en una sala presidida por el provincial y el obispo. No te vas de la Encarnación, Juana, porque quieres ser una piedrecica en el zapato de los vencedores. Yo ya estoy grande como para caber en el zapato de nadie, y aun así soy piedra, y aun así levito. Cuando Dios me concede esa merced, yo, lejos de sentirme ligera, me siento pesadísima, pura y dura roca, como si el cielo fuera el suelo al que caer, leguas y leguas hacia arriba, y ahí golpeo.
Para mí, irme es vencer. Construir un monasterio sin permiso e irme a una celda sin colchones y con goteras, es vencer. Tomar las decisiones entre cinco y no entre doscientas monjas, será vencer. En San José no habrá repique de campana llamando a capítulo para votar un endeudamiento, porque nunca nos endeudaremos; ni para votar quién será ropera, porque cada una se coserá su hábito; ni para votar los turnos de limpieza, pues en la tabla del barrer la priora será la primera. Juana Suárez le quitaría horas a la oración para dárselas al capítulo. Las descalzas, en cambio, le quitaremos horas a la agreste retórica del capítulo para dárselas a la diáfana verdad de la oración. Las descalzas nos reuniremos en capítulo, sí, pero no llamadas por priora o campana, por provincial u obispo, sino por el deseo de encontrarnos y compartir con las demás nuestras dichas y desdichas y nuestro amor a Dios. El capítulo de hermanas se reunirá pero no para decidir cuánta harina poner en cada bollo, cuándo hacer una procesión o cómo valorar la gravedad de las faltas. En el libro de elecciones del convento de San José de Ávila podrá leerse que tal día a tal hora, siendo priora Fulana y supriora Mengana, el capítulo de hermanas se ha reunido y el capítulo de hermanas ha decidido: mañana sol y buen tiempo.
No hay comentarios