Ediciones Carena, 2019. 236 páginas.
La poeta Concha García recoge en este libro diferentes artículos publicados en revistas. Son descripciones y reflexiones de lugares que visita, eventos, o situaciones cotidianas. Me ha recordado al libro De aquí para allá, pero menos periodístico y más literario.
La Patagonia, Bariloche, Venecia… pero también rincones de Barcelona, Vitoria y poetas, muchos poetas. Es un placer recorrer tantos rincones de la mano de quien bien sabe describir las sensaciones que producen.
Muy bueno.
Un grupo de jóvenes se reía mientras desayunaba, el camarero era pakistaní, muy simpático, le pedí un zumo de naranja pero no tenían, continué caminando mientras pensaba: ¿soy de esta ciudad? Y mientras más lo pensaba menos sentía mis pasos. En este barrio he tenido amigos que se fueron o que murieron. Nada queda de todo aquello. ¿Qué es lo que hace que te sientas de un lugar? Seguí caminando por aquellas calles donde se ha fraguado casi toda mi obra poética, me sentía más extraña que en las calles de Montevideo o de Viedma. En Poble Sec se escuchan varias lenguas.
Los letreros dando la bienvenida a Europa pegados a las farolas y a las señales de tráfico me hacían pensar en la futilidad de la existencia, en la desposesión de tu propia historia, en los lugares, como centros de anonimato, en la manipulación que ejercen los medios, en el olvido o el desconocimiento del pasado reciente. Aquí amé, aquí murieron seres muy queridos, aquí tenía amigos, aquí el territorio afectivo me daba la identidad que ya no sentía. Quizá, como escribió Pasolini, el lenguaje de las cosas cambie demasiado de una generación a otra. Ni los signos de la ciudad, ni las proclamas nacionalistas me parecen signos de rebeldía, sino de obediencia (un amo u otro, en realidad son el mismo amo). En realidad todos somos obedientes, el hecho de que a veces se presenten como contestatarios no tiene ninguna importancia. Y la burguesía catalana no es diferente a la madrileña. Pertenecen a otra «clase». El capitalismo ha convertido a la gente en imitadores de los burgueses más ricos: consumir es la religión de este tiempo, no importa qué cosa, la ciudad está llena de templos para satisfacerte, para hacerte más obediente. Continúo caminando y en mi obediencia los pasos que doy me detienen ante un espejo, me miro, no me veo. No estoy. Soy extranjera, y me reconforta. A Pasolini Barcelona le producía «una angustia que quita el aliento: el pasado es irrespirable». Lo escribió poco después de que muriese el dictador Francisco Franco. No me cruzo con nadie conocido en este paseo que termina en CaixaForum. Veo un nutrido grupo de turistas obedeciendo las indicaciones de una guía. También obedezco y bajo las escaleras mecánicas; antes de entrar, un grupo de adolescentes baila ante los cristales que los reflejan, se miran y se dejan mirar, carecen de belleza, me recuerdan a los replicantes de las películas de Wonk Kar-Wai. Ha cambiado el paisaje y la percepción. El templo de arte alberga una larga cola ante la taquilla. Yo tengo la tarjeta de la entidad bancaria y puedo entrar sin pagar porque soy clienta, es la identidad que me queda.
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