Cal Flyn. Islas del abandono.

marzo 9, 2023

Cal FLyn, Islas del abandono
Capitán Swing, 2022. 312 páginas.
Tit. or. Islands of abandonment. Trad. Lucía Barahona.

Colección de artículos sobre diferentes lugares del mundo en los que el ser humano estuvo pero ya no, paisajes postapocalípticos reales donde la naturaleza ha vuelto a reclamar lo que es suyo y la huella humana se mezcla con una serie de especies que vuelven a colonizar lo que antes fue suyo.

Es fascinante ver que basta con que el ser humano abandone un lugar para que todo vuelva a cobrar vida de nuevo. El caso más extremo podría ser Chernobyl, un lugar contaminado con radiación pero que, en contra de lo que se pueda suponer, está lleno de vida. Es un sitio mortal pero plantas y animales se abren paso porque pese a la presencia de la muerte invisible no está lo más mortal de la naturaleza: el hombre.

Tan solo hay una pequeña isla de cianuro procedente de la guerra que es tan tóxica que nada puede crecer en ella, en el resto se va produciendo una reocupación que tiene nombre y ciencia que la estudia. Primero líquenes y musgos, después plantas pequeñas e insectos, por último -en el mejor de los casos- árboles y vertebrados.

Todo contado con un estilo muy particular, a medio camino entre el artículo periodístico, el ensayo y la prosa de ficción. Se acompaña de láminas con fotografías y además, en estos tiempos, uno puede recurrir a internet para tener abundante información gráfica e incluso mapas en 3D. La moraleja que se extrae es que somos lo peor que le ha pasado al planeta y que cuantos menos seres humanos seamos, mejor.

Fascinante.


Al volver, paso junto al puesto de control que permite el acceso a este paraíso desgreñado en la avenida John F. Kennedy. Más allá de la barrera intuyo la epifanía que debió de sentir Dobraszczyk, pasada la gasolinera abandonada, las calles ahora asfixiadas por el verde y hundidas, los viejos anuncios descoloridos y blanqueados; una ciudad de los setenta que resiste y capea el temporal.
En el verano de 2008, un grupo de científicos —siete grecochipriotas y siete turcos— se reunió antes del amanecer en un puesto de control de las Naciones Unidas, donde fueron escoltados a sus vehículos y conducidos a tierra de nadie. Estaban allí para emprender un estudio de un año de duración de las plantas y animales que se habían adueñado de la isla en las décadas transcurridas desde su abandono.
Eligieron ocho ubicaciones dentro de la zona colchón, cortando la isla como una sección transversal de paisajes chipriotas, desde las playas de arena y los terrenos inundables de la costa próxima a Famagusta pasando por los ricos humedales, las montañas y la costa rocosa en el extremo occidental. En conjunto, estos lugares dejaban entrever el aspecto que podría tener la isla si algún día se marchara la gente.
Los científicos, que trabajaron deprisa, instalaron cámaras trampa y establecieron cuadrantes. A menudo lo hacían a plena vista de las torres de vigilancia rivales, lo que disparaba su preocupación. Aunque disponían de permiso, quién sabe si el mensaje habría llegado a los escuadrones de guardia. En el transcurso de un año, regresaron a los mismos lugares como mínimo una vez al mes, lo que les permitió construir una imagen de lo que ocurría cuando nadie observaba.
Uno de estos emplazamientos era el antiguo aeropuerto de Nicosia, que había sido escenario de una batalla campal que se
prolongó durante días, en la que los tanques y la artillería antiaérea se alzaban amenazadoramente entre el humo dé los matorrales incendiados y el hedor a petróleo del napalm espesaba el aire. Allí, en la inmensa terminal de salidas, las hileras de asientos ergonómicos están cubiertas de guano bajo la dramática iluminación de tragaluces circulares; largas franjas de azulejos se desprenden del techo como una piel y dejan al descubierto cables colgantes. Pósteres de ofertas vacacionales interrumpidas hace mucho tiempo resbalan en sus expositores; telarañas grises empañan el cristal. Fuera yacen los restos de un jet que tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia; como un ciervo engalanado, los intestinos derramados por el áspero suelo y la bandera de la antigua Checoslovaquia en la aleta de cola. Un avión de patrulla de la RAF salpicado de agujeros de bala descansa al final de la pista sobre un cojín de espinas.
Las cámaras trampa revelaron que había vida entre los escombros. Además de las palomas, las lechuzas se habían instalado en las grietas y agujeros de la mampostería. Las serpientes tomaban el sol en la pista agrietada. Los zorros cazaban ratones en la hierba crecida. Los halcones anidaban en lo alto de la torre de control. «Estos animales son muy sensibles a los seres humanos», afirma el doctor Salih Gücel, colíder del proyecto. En una isla tan densamente poblada como Chipre, donde se contabiliza hasta el último pedazo de tierra y la caza es extremadamente popular, cualquier escondite servirá.
En otros puntos de la zona colchón crecen grandes cantidades de plantas excepcionalmente raras, incluidas la orquídea abeja de Chipre, que con sus morritos aterciopelados y sus marcas imita a una abeja hembra, y el singularísimo tulipán de Chipre, con sus pétalos carmesí.

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