Tarde les cuento como fue la última edición de Bitácoras y Libros pero para algunos hombres también es difícil la conciliación laboral e incluso de aficiones.
Fue una velada tranquila; siempre que se avisa con poco tiempo la asistencia disminuye. Pero como siempre que hemos sido pocos, estamos bien avenidos. La charla es más íntima, y todos nos quedamos hasta las tantas, aún a costa de -en mi caso- ir a casa prácticamente arrastrando los pies (ni los niños no la edad perdonan).
Los participantes con bitácora fuimos:
Anna (Veleidades vitales)
Frida, (Porque el mundo me ha hecho así)
Mezkal (Sumidero Mental)
Nacho (El último peatón)
Vigo (La librería, Poemas en inglés, Poemas en francés)
Palimp (Cuchitril Literario)
Y los que no tenían bitácora fueron Gabi a la que destaco porque me llamó la atención -con toda razón- de que en la anterior convocatoria no la puse. Queda rectificado.
Ahora, lo que todos están esperando, los deberes. A la vista de los resultados está claro que por amor, o por echar un polvo, la gente hace lo que sea:
Oda al amor
Por amor !a invité a un par de copas en un bar y le hice que me viera más
simpático de lo que en realidad soy.
Por amor la fui a buscar cada día cuando terminaba de trabajar y aprovechábamos
ese ratito para tomarnos un café.
Por amor la llamaba todos los días por teléfono aunque no tuviera demasiadas
ganas, ni nada que decirle.
Por amor me gasté una pasta en un restaurante el día en que me declaré a ella.
Por amor le prometí la luna.
Por amor comencé a acompañarla a múltiples reuniones de amigas, en las que
tenía que dar golpecitos al reloj para ver si se me había parado.
Por amor abandoné la amistad de mis ex-novias que le provocaban continuos
ataques de celos.
Por amor y porque la había dejado embarazada me casé con ella.
Por amor elegí la casa que yo no quería, pero que a ella si que le gustaba por la
distribución de las habitaciones y los bonitos acabados de la cocina.
Por amor me tragué un curso completo de preparación a! parto.
Por amor acabé meando sentado cuando iba al baño.
Por amor dejé de quedar con mis amigos porque a ella no le caían bien.
Por amor y por más sexo, tuvimos esta vez a la niña.
Por amor tuve que aguantar sus enfados y sus súbitos cambios de humor.
Por amor elegía las vacaciones a sitios donde en realidad yo no quería ir.
Por amor tuve que aguantar sus sospechas de que le ponía los cuernos.
Por amor un día ella se quedó con nuestro coche, se quedó con nuestra casa, se
quedó con la custodia de lo niños, ¡con casi todo mi sueldo!
Y por amor ella se quedó con mi mejor amigo.
Me leí dos libros de Jorge Bucay porque era su escritor preferido. Un desastre. No conseguí nada y además -que no salga de aquí- me aficioné a los cuentos del argentino.
Le gustaban los animales. Tanto que militaba en una organización que los defendía. Y claro, yo también milité. Cada tanto se organizaba alguna en la que nos poníamos en pelotas y tirábamos sangre, o hacíamos pintadas. Algo de cacho tendía que pillar entre tanta carne, decía yo. Y pillé, aunque no con ella, sino con otra militante que vestida parecía poca cosa, pero en las manifestaciones demostraba tener unos encantos ocultos. La cosa no duró mucho porque eso de comer chuletón a escondidas te acaba cansando, pero el balance no estuvo mal. Mi única preocupación: que alguien suba alguna de esas fotos al facebook y recibir un mensaje ‘Te han etiquetado’.
Aquellos tacones la estaban matando. Cualquiera diría que eran los mismos que se había comprado la tarde anterior. «Tienen un tacón muy cómodo, yo los uso hasta para ir a trabajar» le había dicho la dependienta con su mendaz sonrisa de los viernes…, así le hayan salido ampollas como tomates. Quizá influía que se había abrasado al depilarse con la cera, la falta de costumbre… y de ganas, que mira que hay que ser masoquista para ser mujer…, que el estado del bienestar no será completo hasta que la depilación definitiva no entre por la Seguridad Social. Al menos el tinte esta vez no le había dado alergia…, más le habían dolido los cincuenta eurazos de la peluquería. También la velada habría sido más agradable si el puto tanga no se le estuviese clavando con la textura de una soga de esparto. Eso sí, el dolor de cabeza que se le estaba levantando no sabía si achacarlo a la tercera cerveza que el tipo con ínfulas de seductor canalla insistía en que se tomara -otro que se creía que el alcohol abría las piernas y rebajaba los prejuicios- o en la inane conversación que tenía que aguantarle por aquello de no parecer una fulana cuando una ya tiene decidido que esa noche apetece no irse de vacío a la cama, pero sí desayunar sola.
Era guapo, actor, y trabajaba en la televisión. Yo estaba en esa fiesta por casualidad, no conocía a nadie. Entablamos conversación y le dije que trabajaba en una importante productora de cine; conocía los suficientes detalles (no aclararé por qué) como para hacer mi mentira creíble. Esa noche no pasó nada, pero conseguí su mail y su número de teléfono. Todavía nos escribimos, aunque estoy segura de que sabe que nunca le conseguiré un papel.
Kilómetros, muchos kilómetros.
Kilómetros de amor, kilómetros de odio,
kilómetros de duda, kilómetros de deseo,
kilómetros de confusión,
kilómetros de escape, de encuentro,
de complicidad, de angustia, de alegría,
kilómetros de ilusión.
Pero, a veces, lo peor es que estaba a menos de un centímetro de mi piel.
Nunca he hecho nada por ‘conseguir’ a alguien, pero por amor he cometido muchas tonterías. La que os voy a contar no es la mayor, pero es la que va a dar más juego cuando se lea en la mesa. Accedí a hacer un trío. El amor libre estaba de moda y no supe decir no. Mi novio tenía una amiga de esas que le dan a todo y no les importa probar lo que sea y con quien sea ¿De dónde salen? Tras unas copas y unos porritos nos pusimos al asunto. He oído a muchos hombres que entre las mujeres siempre hay un lesbianismo latente. Que a nosotras nos importa menos besarnos con otra tía. Mentira. Ver como mi novio se folla a otra, vale, me comían los demonios pero aquí entre nosotros, que no nos oye nadie, confieso que también me puso cachonda. Pero hacer de Bilitis con esa petarda ni de coña. Nos dimos un beso con lengua, pero me dio ‘cosita’. Si no entiendes, no entiendes. Cuando bajó al abrevadero no voy a negar que me dio gustito, pero me podían los nervios. Al que se le salían los ojos de las órbitas era a mi novio, que entre cumplir una fantasía masculina universal y el pensar en cuando se lo iba a contar a a los amigos, estaba alcanzando el nirvana. Mental, porque después de haberse corrido y pese al espectáculo lésbico solo la tenía morcillona. Yo también tuve mi orgasmo, a regañadientes, pero no tenía pensado devolver el favor, aunque me quedara fama de siesa para los restos. Fue mi novio el que le hizo un trabajito, y aunque ella dijo que se quedó satisfecha, conociendo la poca pericia de mi pareja con la lengua estoy segura de que lo fingió. Que se joda.
Como todos sabemos, la primera juventud, la adolescencia, es una época en la que las hormonas se desatan y provocan ardores inexplicables e incontrolables. Eso la convierte en la más propicia para cometer toda clase de estupideces por amor. O por sexo. A esa edad, aún no se sabe distinguir entre las dos cosas.
Yo acababa de descubrir el sexo. O el amor. Todavía no sabría decirlo. No podía dejar de pensar en cuerpos desnudos, soñaba despierta en que me comían a besos y recordaba a todas horas el hormigueo de una mano deslizándose por mis muslos.
El chico que entonces me gustaba hacía de disc joquey en una discoteca y no terminaba hasta el amanecer. Tenía mucho éxito con las chicas del barrio; era muy simpático y tonteaba con todas. Yo era una de sus favoritas, a menudo me regalaba invitaciones y habíamos tenido nuestros más y nuestros menos, aunque los dos teníamos claro que no queríamos comprometemos.
Aquella tarde, no sé porqué, no paraba de pensar en él. Era miércoles, al día siguiente mis amigas y yo teníamos clase, de manera que no había ni que pensar en acercarnos a la disco. Sin embargo, me las arreglé para quedarme a cenar fuera con la promesa de no llegar a casa más tarde de la una. La excusa fue que una amiga y yo teníamos que terminar un trabajo de ciencias.
Lo que hice en realidad fue quedarme en un bar con un grupo de gente que conocía del barrio, algo más mayores que yo, hasta que cerraron. Yo no tenía más que para una coca cola, así que se pasaron la noche tomándome el pelo; hacía el final empezaron ya a mirarme extrañados y en sus ojos se podía leer la pregunta: ¿por qué no me iba a casa? ¿No era un poco tarde para mí?
Yo me hice la tonta y resistí bien todos sus intentos por sonsacarme. En el fondo, yo tampoco sabía por qué estaba allí. Solo sabía que no me apetecía volver a casa.
Cuando salimos, un par de chicas me dijeron que iban en mi dirección, que me acompañarían. Yo les dije que no hacía falta, que había quedado con mi hermano para ir juntos a casa. De modo que me fui al cine del barrio y me senté en los escalones de la entrada, fingiendo que cuando terminara la película él saldría y nos iríamos juntos. Cuando se perdieron de vista, me levanté y me fui, sin hacer caso de la mirada de curiosidad del portero.
Caminé por calles silenciosas y oscuras hasta el extremo del parque, donde sabía que él tenía que pasar. Sentada en un banco, medio escondida tras la sombra de un matorral para que no me viesen las pocas personas que pasaban -los basureros, algún taxi, algún borracho- esperé hasta las cuatro de la mañana. Entonces oí llegar su moto y salí a su encuentro.
Pasó lo que tenía que pasar. Por suerte, llegue a casa cuando todos estaban dormidos y pude convencer a mi hermana, que dormía en mi habitación, de que eran las tres, de manera que mi escapada no tuvo las consecuencias que podrían esperarse si mis padres se hubieran enterado de ta verdad: Para mi madre, había perdido toda mi dignidad. Una chica nunca debe perseguir a un hombre. Yo no estaba de acuerdo con ella, ni lo estoy. La dignidad de una mujer no estriba en la ausencia de deseo. Pero sí que cometí un error. Porque aún no sabía que esto del amor, o del sexo, para algunas personas es solo un juego. Y en ese juego, el primero que se descubre se pone a merced del otro.
Seré breve. Por ayudar a quien quería, cometí perjurio en un tribunal. Y lo volvería a hacer.
Me quedé embarazada de mi amante. Era imposible decir que era de mi marido. Por amor, de uno y de otro, aborté.
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Como la quería, aguanté que no hiciéramos el amor casi nunca. Aguanté mucho. Tanto que, al final, y como cuando haces una dieta y acabas con un empacho, ni todo mi amor me impidió acostarme con otras.
He hecho cientos de idioteces y locuras en mi vida para acostarme con alguien. He bailado horrible música latina en tugurios apestosos fingiendo que era el Fred Astaire de la lambada y el merengue. He comido en restaurantes espantosos, como un pakistaní donde casi se me perforan las vísceras. Me he hecho pasar por homosexual para que el novio de la mujer que me gustaba no sospechara de mis intenciones. He saltado al ruedo durante una corrida de vaquillas por hacerme el valiente y casi pierdo un huevo. Me gasté el sueldo de dos meses en un viaje al puto culo del mundo que me costó además una neumonía. He hecho infinidad de tonterías sólo para follar. Cientos de ellas. Quizá miles. Pero hay una, por encima de todas, que es sin duda la más desquiciada y extrema: Se llama matrimonio.
Por acostarme con alguien he mentido, engañado, hecho el ridículo, quebrantado todos mis principios y traicionado a mis amistades sin ningún rubor . Amigos no me quedan muchos, pero ¿sabes qué? he tenido una vida sexual envidiable. Que me quiten lo bailao.
2 comentarios
Esa encogida me suena 😛
Sí 🙂