Arthur Schnitzler. Relato soñado.
El Acantilado (Quaderns crema), 1999. 132 páginas.
Tit. Or. Traumnovelle. Trad. Miguel Sáenz.
Descubrí a Schnitzler cuando leí La ronda. Me sorprendió la calidad y la modernidad de un autor a caballo entre el siglo XIX y el XX. Me dejó con ganas de leer más y he tenido la suerte de encontrar este libro. A medida que iba leyéndolo me di cuenta de que es el libro en el que está basado Eyes Wide Shut.
La trama empieza cuando Fridolin y su esposa, regresando de un baile de carnaval, intercambian confidencias. Ella le hubiera sido infiel con un oficial, él estuvo a punto de hacerlo con una joven…los relatos se interrumpen porque debe salir para atender a un enfermo. Durante la noche el médico se verá envuelto en una extraña aventura dentro de una sociedad secreta.
Me quito el sombrero, señores. Que pedazo de libro -nada que ver con la película, de la que nos ocuparemos en nuestra nueva sección audiovisuales. La trama es sencilla pero sugerente. Las inquietudes psicológicas de los protagonistas son sexualmente turbadoras, pese a que ni son infieles ni en ninguna parte del libro hay sexo. La historia de la sociedad a la que le lleva su amigo Nachtigall le da el punto de fantasía suficiente para que la ficción sea más interesante. Las historias de la hija del enfermo y la joven prostituta, tentaciones en el camino del protagonista, están narradas con mano maestra.
Olvídense del pelanas de Cruise, compren el libro y disfruten.
Escuchando: Sentencias. Traidores.
Extracto:[-]
Albertine, que acaso fuera la más impaciente, la más franca o más buena de los dos, fue la primera en encontrar valor para hablar abiertamente; y, con voz un tanto indecisa, le preguntó a Fridolin si recordaba a un joven que, el pasado verano, en la playa danesa, estaba sentado una noche, con dos oficiales, a una mesa cercana, recibió un telegrama mientras cenaba y al punto se despidió apresuradamente de sus amigos.
Fridolin asintió.
—¿Quién era? —preguntó.
—Lo había visto ya por la mañana—respondió Albertine—, en el momento en que él subía deprisa las escaleras del hotel con su bolsa amarilla. Me miró fugazmente, pero sólo unos escalones más arriba se detuvo, se volvió hacia mí y nuestras miradas se encontraron. No me sonrió; de hecho, más bien me pareció que su rostro se ensombrecía, y sin duda a mí me ocurrió lo mismo, porque me sentí conmovida como nunca. Durante todo el día permanecí echada en la playa, perdida en mis sueños. Si me hubiera llamado (pensaba saber), no hubiera podido resistirme. Me creía dispuesta a todo; creía estar prácticamente decidida a renunciar a ti, a la niña y a mi futuro, y al mismo tiempo (¿puedes comprenderlo?) me eras más querido que nunca. Precisamente esa tarde, te acordarás aún, ocurrió que hablamos con toda confianza de mil cosas, también de nuestro futuro común y también de la niña, como desde hacía tiempo no hablábamos. A la puesta de sol estábamos sentados en el balcón, tú y yo, y él pasó abajo por la playa, sin levantar la vista, y me sentí feliz al verlo. A ti, sin embargo, te acaricié la frente y te besé el cabello, y en ese amor mío por ti había al mismo tiempo mucha compasión dolorosa. Aquella noche yo estaba muy guapa, tú mismo me lo dijiste, y llevaba una rosa blanca en el talle. Tal vez no fuera casualidad que el extraño y sus amigos se sentaran cerca de nosotros. No me miraba, pero yo jugaba con la idea de aproximarme a su mesa y decirle: aquí estoy, mi esperado, mi amado… llévame contigo. En ese instante le trajeron el telegrama, lo leyó, palideció, susurró unas palabras al más joven de los oficiales y, rozándome con una mirada enigmática, abandonó la sala.
—¿Y luego? —preguntó Fridolin secamente, cuando ella se quedó en silencio.
—Nada más. Sólo sé que, a la mañana siguiente, me desperté con cierta angustia. Qué era lo que me angustiaba (que él se hubiera ido o que pudiera estar aún allí) no lo sé, y tampoco Ib sabía entonces. Sin embargo, cuando, al mediodía, siguió ausente, respiré aliviada. No me preguntes más, Fridolin, te he dicho toda la verdad… Y también tú tuviste en esa playa una experiencia parecida… lo sé.
Fridolin se levantó, recorrió la habitación varias veces de un lado a otro y dijo luego:
—Tienes razón. —Estaba de pie junto a la ventana, con el rostro en la oscuridad. —De mañana— comenzó a decir con voz velada, un tanto hostil—, a veces muy temprano aún, antes de que tú te levantaras, solía caminar a lo largo de la orilla, saliendo del pueblo; y, aunque era tan pronto, el sol lucía ya claro y fuerte sobre el mar. Allí en la playa, como sabes, había pequeñas villas que se alzaban como pequeños mundos independientes, algunas con jardines rodeados de vallas, otras sólo rodeadas de bosque, y las casetas de baño estaban separadas de las casas por la carretera y por un trozo de playa. Rara vez encontraba a nadie a esa hora tan temprana; y bañistas no se veía a ninguno. Una mañana, sin embargo, divisé de pronto una figura femenina que, hacía un momento invisible todavía, estaba de pie en la pequeña terraza de una de las casetas de baño le
2 comentarios
Me presento ahora con mi nombre y no con el de mi blog (La Otra Chilanga), para agradecerte la generosidad de todos estos días y decirte que continuaré visitando este cuchitril, pues ha sido uno de los tantos y tan significativos descubrimientos que hice en estos meses primeros de 2007. Y, bueno, pasando al tema del post; en efecto, Schnitzler es una maestrazo; ya la decía Freud que su amigo Arthur en unas cuantas palabras decía lo que a él le había llevado descubrir en años de estudio e investigaciones. Yo tuve la fortuna de participar en un montaje de «La ronda» y puedo decir que ha sido uno de los mejores regalos que me ha dado la vida, porque así pude conocer parte de la obra de este irreverente victoriano.
Gracias a ti por tenerme presente, tu blog también ha sido un descubrimiento para mí. Veo que compartimos aficiones teatreras; me hubiera encantado poder ver ese montaje de La ronda, quizá algún día pueda ver alguno de tus montajes.
Un abrazo.