Trampa ediciones, 2020. 128 páginas.
En su 30 cumpleaños Rebeca Linke se corta la cabeza, se la vuelve a poner, y sale desnuda a la calle, se interna en un bosque e irá sembrando un aliento de deseo, de angustia, un sacudir de la consistencia del mundo.
En el prólogo me la comparan con los cantos de Maldoror (que no me gustaron) y con Clarice Lispector (que tampoco es santo de mi devoción) y tenía miedo de que no me gustara. Pero no, sí que comparte espíritu con las obras dichas pero su prosa me ha gustado mucho más, las imágenes son más poderosas y desasosegantes, hay poesía pero sin ser empalagosa y, en conjunto, es un libro que no se entiende cómo está olvidado en un rincón de la historia.
No sólo he disfrutado de su lectura, es que sus palabras son semillas que germinan en tu mente, haciendo crecer árboles cuyas raíces establecen amistades y flores de un olor que trastoca los sentidos.
Muy bueno.
Él había optado ya por el silencio, pensando en los demás que esperarían turno. Pero ella parecía estar en ese momento dialogando por encima con alguien que no era él, aunque se lo tomara por intermediario. Y eso significaba siempre la clásica confesión retardada que iba a coagular de un momento a otro, a tomar punto de caramelo. Hasta que sucedió que lo dijera todo, absolutamente, como el criminal al que llevan a reconstruir el hecho al lugar del delito y, aunque parezca que está sufriendo la tortura de repetirse en frío, solo entonces podrá sentir que el acto llegó a pertenecerle, a ser su obra genuina.
—Primeramente, padre, yo no logré entender sus intenciones, hasta creí que se hubiese vuelto loco, y fue por eso por lo que pudo aprovechar, llevarme de la nariz con mi propia ayuda —dijo, sonándose violentamente con un pañuelo demasiado pequeño—. Estábamos acostados, la casa en completo silencio y los niños bajo llave. Yo, oliendo en el aire que algo iba a ocurrir, pues él permanecía despierto boca arriba y con las manos bajo la nuca, traté de mantener también la misma actitud, por si intentaba estrangularme o huir por la ventana entornada hacia donde miraba a cada momento. «Y ahora tendrás que llamarla —me dijo de pronto—, a tu mejor amiga del colegio, aunque haga años que no la hayas visto. Todas han tenido una que era la preferida, ¿no es así? La llamarás primero por su nombre, y después me dirás cómo era, qué hacía». Yo lo recordé todo como a través de un largo túnel. «Se llamaba Claudina —respondí—, era más alta que las demás, tenía cabello negro, cutis aceitunado, ojos grandes y usaba trenzas. Hablaba con voz ronca, una voz que imponía cierto respeto al grupo… Era hermosísima, lo recuerdo, y un día en que la profesora nos habló de las Amazonas, miramos hacia ella y casi nos pareció que la veíamos a caballo disparando el arco…». «¿Y qué más? —siguió preguntando él como si me arrancara jirones bajo el hipnotismo—. Si era tu mejor amiga, tenían que haber otros asuntos, secretos personales que convivirían». «Sí —dije yo estúpidamente—, nuestro tema común era una salida diaria a cierto sitio arbolado que había al fondo del edificio, a fin de limpiar yo el estropajo con que se borraba la pizarra colectiva. Entonces, y sin que jamás eso llamara la atención de nadie, Claudina se conseguía un permiso para tomar agua, o un remedio, o para obtener algo en préstamo del otro grado». «¿Y luego qué?», preguntó él aún apretándome un brazo como si fuera a conseguir todo lo demás que se proponía con ese sistema. «Y luego nos besábamos tras un árbol… Qué lejos todo aquello… Pero no me tortures más», le supliqué haciendo un movimiento como para salir de la cama. Entonces fue cuando él me puso los dedos en el cuello y me exigió con una voz que no parecía la suya: «Ahora vas a repetir su nombre, una, dos, cien veces, hasta que tengas la seguridad de que ha vuelto y de que todas las demás cosas que te guardaste suceden otra vez, y ella está aquí, entre los dos, desnuda por completo, como esa perra que anduvo esta mañana oliendo el campo…».
2 comentarios
Coincido contigo. La lectura de este libro me fascinó.
Ando detrás ahora de sus cuentos completos que publicó hace poco Páginas de espuma.
Un saludo.
No conocía esa antología, me la apunto ya mismo. Gracias y un abrazo.