Gigamesh, 2003. 320 páginas.
Tit. or. Jromaya sud’ba. Trad. Justo E. Vasco.
Articulado en dos tramas, un relato interno con más aires de ciencia ficción donde un escritor se va enterando de lo que existe en realidad detrás de los gafudos que sufren una enfermedad parecida a la lepra y parecen estar convirtiendo a los jóvenes de la ciudad en algo más grande. Y un relato externo sobre las tribulaciones de un escritor con la burocracia y una máquina que es capaz de predecir el número de lectores que tendrá una obra.
Para decirlo corto: aquí ciencia ficción poca y tangencial. Pero para decirlo claro: esto es una obra como la copa de un pino que se disfruta por el lenguaje, por esos diálogos entrecortados, por un ambiente que en cada página parece la descripción de un sueño.
Las tribulaciones del escritor del relato externo, escondiendo su carpeta azul, su obra preferida que nunca muestra, que malvive de reseñas y minucias y del éxito de sus ‘Cuentos infantiles modernos’, cercanos a un Bradbury que no había leído.
Y las andanzas del escritor del relato interno, defendiendo la justicia caiga quien caiga, aunque no sea devoto de la religión del futuro pero tremendamente humano. Aquí una reseña negativa: Destinos truncados y otra positiva: Destinos truncados
Muy recomendable.
—¿De veras? —preguntó cortésmente Bol-Kunats—. ¿Y cómo hablaban?
—Por ejemplo, esa pregunta tuya en nuestra boca hubiera sonado así. «¿cuá?».
—¿Quiere decir que eso habría sido mejor? —el chico se encogió de hombros.
—¡Dios me libre! Sólo quiero decir que eso hubiera sido más natural.
—Lo menos adecuado para el hombre es precisamente aquello que es más natural —apuntó Bol-Kunats. Víktor sintió un frío interior. Cierta inquietud. O quizá terror. Como si un gato se hubiera reído en su cara—. Lo natural es siempre primitivo —prosiguió el chico—. Y el ser humano es un ente complejo, la naturalidad no le conviene. ¿Me entiende, señor Bánev?
—Sí, por supuesto.
Había algo asombrosamente falso en la manera paternal en que su mano descansaba sobre el hombro de aquel niño, que no era un niño en absoluto. Comenzó a sentir un calambre en el codo. Retiró la mano con cuidado y se la metió en el bolsillo.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó.
—Catorce —respondió Bol-Kunats sin prestar mucha atención.
—Ah.
Cualquier otro chico que hubiera estado en el lugar de Bol-Kunats hubiera manifestado interés inmediato ante aquel «Ah», pronunciado con irritación indefinida, pero Bol-Kunats no era un chico cualquiera. Las interjecciones misteriosas no lo intrigaban. Meditaba sobre la relación entre lo natural y lo primitivo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y lamentaba que le hubiera tocado un interlocutor tan poco inteligente, que además había recibido un golpe en la cabeza.
[…]y que el atrevido de los granos se había limitado a comunicar la opinión general y la había expresado sinceramente, con profunda convicción, y no porque el día anterior hubiera leído un folleto prohibido, que en realidad no sentían el menor agradecimiento, ni aunque fuera el respeto más elemental hacia él, Bánev, por haber ido de voluntario con los húsares, por haber combatido a caballo contra los tanques, por haber estado a punto de morir de disentería en el cerco, por haber matado a los centinelas enemigos con un cortaplumas y después, en la paz, por haberle dado una bofetada a un oficial operativo que le había propuesto escribir una denuncia, por haber estado sin trabajo, con un agujero en los pulmones, especulando con frutas frescas, aunque le prometían elevados cargos… Y, en realidad, ¿cuál es la razón para que me respeten por todo eso? ¿Por haberme lanzado contra los tanques con un sable? Hay que ser un idiota para tener un gobierno que lleva a su ejército a semejante situación… En ese momento se estremeció, imaginando el enorme razonamiento que deberían haber hecho aquellos pichones para llegar a unas conclusiones a las que los adultos llegan solamente arrancándose toda la piel, destrozando su alma, revolviendo su vida y muchas vidas vecinas… y ni siquiera todos, solamente algunos, pues la mayoría sigue considerando que todo fue correcto y magnífico, y que si es necesario, estarían dispuestos a comenzar todo otra vez por el principio. ¿Habrían llegado de verdad los tiempos nuevos? Miró la sala casi con terror. Al parecer, el futuro había logrado introducir sus tentáculos en el mismo corazón del presente, y ese futuro era frío, implacable, le daban igual todos los méritos del pasado, auténticos o imaginarios.
—Chicos —dijo Víktor—, seguramente no os dais cuenta de ello, pero sois crueles. Vuestros motivos para ser crueles son los mejores, pero la crueldad siempre es idéntica. Y no puede traer nada que no sea más dolor, más lágrimas y más canalladas. Tened eso en cuenta. Y no os imaginéis que estáis diciendo algo especialmente nuevo. Destruir el mundo viejo, y sobre sus restos construir el mundo nuevo es una idea muy vieja. Y hasta ahora, nunca ha dado los resultados deseados. Eso que en el mundo viejo origina el deseo de destruir sin piedad se acomoda con particular facilidad al proceso de destrucción, a la crueldad, a la inflexibilidad, se convierte en algo indispensable en este proceso y se preserva sin falta, se convierte en amo del mundo nuevo y, finalmente, mata a los audaces destructores. Perro no come perro, la crueldad no se aniquila con crueldad. ¡Ironía y lástima, chicos! ¡Ironía y lástima!
2 comentarios
Pues yo fui de los que no la disfruté nada.
No eres el único, pero a mí me encantó.