Galaxia Gutenberg, 2016. 440 páginas.
Vida del sindicalista Salvador Seguí, el noi del sucre y retrato de una época, la conocida como el pistolerismo en la que se creaba un círculo vicioso entre los empresarios que contrataban a matones para asesinar a dirigentes sindicales y a su vez los obreros realizaban atentados como represalia. Una situación insostenible que queda muy bien reflejada en estas páginas.
Dentro de esta guerra encubierta Salvador Seguí destaca como un dirigente que perseguía la paz. Para él el único método de lucha contra las condiciones indignas de la sociedad de la época era mediante la huelga. Veía con claridad que la violencia solo daba una excusa a los empresarios para atentar contra los obreros, endurecer las condiciones laborales y, en general, desprestigiar el movimiento sindical.
Por otro lado frente a los que se llenaban la boca con palabras rimbombantes sobre revolución proletaria él defendía la conquista de cosas concretas, factibles, mejoras para hoy y no sueños para mañana. Por todas estas cosas consiguió que le llamaran posibilista, traidor y cobarde desde sus propias filas y que fuera considerado un elemento muy peligroso por parte de los empresarios, que le tenían más miedo a él que a los que ponían bombas.
El libro nos cuenta todo esto de una manera amena, no llega a ser una novela como promete la portada (y menos mal, porque siempre prefiero un ensayo a una novela histórica) pero todo se cuenta con un estilo narrativo que aligera los datos. Pero más que cómo se cuenta lo interesante aquí es lo que se cuenta. Teniendo en cuenta que este año es el centenario de la muerte de Salvador Seguí su lectura es un intento de homenaje.
Bueno.
Lo llaman relativista, acomodado y traidor. Pero el Noi del Sucre es de todo menos acomodado. Tampoco traidor. Quizás sí relativista. No ha bajado los brazos, su actividad sindical es tan intensa como en sus mejores años. Su traición, por tanto, no existe, la causa obrera continúa siendo la prioridad básica de todo su ideario y el destino de todos sus esfuerzos. Lo único que han cambiado son los métodos para conseguir la justicia social. Relativista, sí en cuanto al desapego que le provocan las palabras rimbombantes y las declaraciones utópicas, normalmente lanzadas en beneficio de quienes las pronuncian y que, siguiendo el carácter del Noi maduro, casi siempre provocan una sonrisa irónica y un comentario sardónico antes que un arrebato de ira.
Si en el fondo se quiere alcanzar una mejora para los trabajadores, para los humillados, eso no se va a conseguir ni con palabras llenas de viento ni con pistolas. Abandonado lo deseable, hay que pelear por conseguir lo posible, lo concreto, aquello que se puede traducir, hoy, mañana, en pasos cabales para mejorar las condiciones de vida de los más débiles.
La patronal toma nota. Pero, lo que es peor, previamente ha tomado nota de los movimientos que viene realizando el Noi del Sucre. Su aproximación a la política, su relevancia nacional cada vez más evidente y su influencia para llevar a la CNT a un juego democrático y organizado con el que va ganando las demandas laborales que plantea, lo convierten en alguien mucho más peligroso que sus compañeros violentos. «Ese Seguí pacifista es mucho más explosivo que todos sus amigos juntos cargados de bombas», se oyó decir más de una vez en los círculos de empresarios barceloneses. «Con las huelgas que pone en pie y sus negociaciones nos desarma. Es el más subversivo, el más resbaladizo, el más dañino».
Layret, Domingo y Companys van a estar además unidos en un proyecto político de gran ambición. Junto a Gabriel Alomar, Ramón Noguer y otros destacados nacionalistas de izquierda fundan en la primavera de 1917 el Partit Republicà Català, germen de la futura Esquerra Republicana de Catalunya. Marcelino Domingo es nombrado presidente del nuevo partido, Noguer secretario general, Layret tesorero. En la cabeza de todos está el programa federal que en su día señalara Pi i Margall, el laicismo y la defensa de la clase obrera. El diario La lucha se convierte en su portavoz.
En sus apretadas páginas, el periódico denunciará cualquier abuso de poder o atropello contra los más desfavorecidos. Por ejemplo: el enriquecimiento de algunos destacados militares africanistas a costa de la guerra de Marruecos mientras los soldados, hijos del pueblo, mueren a causa de las fiebres o las balas. Tanto es así que incluso crean una sección fija sobre el caso: Marruecos: Sangría y Robo. Como es fácil de entender, las amenazas —anónimas y con firma—, las denuncias y las suspensiones gubernamentales son cosa habitual.
El piso principal del número 10 de la calle Aviñó, que es donde La lucha ha establecido su redacción, se convierte en la sede de una tertulia permanente. Marcelino Domingo, que ya es diputado, suele estar por allí cuando sus obligaciones se lo permiten. Siempre aporta al periódico aquel temple y aquella visión política que lo irán alejando de los radicalismos, incluido el nacionalista, y que con el tiempo lo llevarán a ocupar varias carteras ministeriales al lado de Manuel Azaña durante la Segunda República. Sus artículos son un revulsivo para el periódico y cada vez que aparecen hacen subir la tirada de modo sensible. A pesar de eso y de ocasionales momentos en que sus hojas se ven por toda la Barcelona obrera, La lucha nunca llegará a ser un negocio rentable. Es un arma política, un medio de orientar a la sociedad catalana. Así lo entendió siempre Layret.
El periódico es uno de sus proyectos más queridos. Cada día va a la redacción, casi siempre acompañado de Lluís Companys. Ambos recorren a diario el trayecto entre la calle Balmes, donde vive Layret, y la de Aviñó. Companys pasa puntualmente a recoger a su amigo y juntos marchan hacia el periódico. Habitualmente van a pie y aprovechan ese camino, que al paso renqueante de Layret es largo, para poner en orden el mundo.
La pareja dispar es conocida por los tenderos y vecinos del recorrido. Companys con su andar leve, casi flotando, el pañuelo blanco y vaporoso derramado por su pecho. Layret aferrado a sus muletas, la barba del siglo XIX, el tupé como esculpido en escayola, tan negro como sus ojos, la boca carnosa, roja y hambrienta. Hambrienta de mundo. Grave Layret pero emitiendo algunos comentarios ferozmente irónicos que hacen desternillarse de risa a su acompañante.
El paseo es un calentamiento verbal para las charlas con los redactores del periódico y la tertulia que irremisiblemente va a tener lugar. Por allí aparece cada tarde el Noi del Sucre. La llegada de Seguí nunca pasa desapercibida. Su voz se oye al otro lado de la mampara que aísla el cubículo de Layret de las otras mesas. Truena, ríe, aguijonea, razona, provoca.
Los primeros encuentros con Layret y Companys después de haber estado desaparecido tras la gran huelga tuvieron algún punto de tensión.
«Nuestra gente se sintió abandonada. Los políticos os portasteis como políticos».
Layret le niega el razonamiento, de raíz.
«No confundas, Seguí. No mezcles. Porque de ese modo, al final, lo que haces es mentir».
«¿Mentir?».
«Faltar a la verdad».
«No digo que tú lo hayas hecho, pero los políticos nos abandonaron a nuestra suerte. Y ahora están ahí, por ahí hablando, subidos en el pedestal. Encima de nuestros muertos».
«Ni yo ni nuestro partido», puntualiza sereno Layret, con la oscuridad de los ojos fija en las pupilas del Noi del Sucre.
Se encoge de hombros Seguí.
«No, Seguí. No seas injusto. Eso deberías decírselo a otros. En otra parte».
«A todo el mundo se lo digo. En todas partes».
«Marcelí Domingo fue encarcelado por participar en la huelga, él y más de una docena de los nuestros, dirigentes. Yo me libré por tullido y Companys, Companys no sé por qué. La lucha nos la suspendieron dos meses, sin poder publicarse, por su apoyo incondicional a la huelga y a los trabajadores. Y te recuerdo que Domingo es el presidente de nuestro partido y el director de este periódico. Algo haríamos a favor de los obreros y de los sindicalistas para recibir ese premio, ¿no te parece?».
Estanislao Maqueda es un viejo adversario de Seguí. Pertenece al Sindicato de Carroceros de la CNT, es un teórico del anarquismo revolucionario que pertenece al grupo radical Tierra y Libertad. Maqueda ha elaborado un documento en el que se enumeran al por menor todas las actuaciones, palabras y omisiones sospechosas del Noi del Sucre. A través de ellas, Maqueda llega a la conclusión de que el Noi es un traidor y señala que sus pasos están encaminados a la creación de un partido político obrero o al ingreso de Seguí y de otros dirigentes de la CNT en un partido ya existente —el Partit Republicà Català de Companys— al que, además, como siniestros flautistas de Hamelín, arrastrarían a una gran parte de las bases de la Confederación que abandonarían cualquier rastro de anarquismo y se transformarían en peones de la ralea política.
Palabra por palabra, el Noi del Sucre debe oír todas las acusaciones en un cónclave que se celebra a finales de noviembre de ese año de 1922 en el Ateneo Sindicalista de la calle de La Paloma. Aquella especie de juicio empieza a las siete de la tarde. Salvador Seguí, acompañado por sus fieles Josep Viadiu y Francesc Comas alias Perones —que días antes ha participado brillantemente en un mitin en el teatro del Bosque defendiendo las tesis de Seguí y que va a morir a su lado alrededor de cien días después—, escucha sin inmutarse las acusaciones. No se indigna, no protesta ni gesticula. En alguna ocasión contiene a Viadiu y aplaca las protestas de Perones.
Deja que Maqueda y sus compañeros se explayen. Cuando éstos han acabado de hablar pide la palabra. Con paso tranquilo se acerca a la tribuna. Apoya las manos en el estrado, mira a los concurrentes. No lleva ninguna cuartilla ni ningún apunte. Habla. Habla con aquella voz que llevó a cambiar de opinión a los iracundos de la plaza de Las Arenas en la huelga de La Canadiense, con la que movilizó las fábricas o enmudeció durante horas a sus compañeros presos en La Mola.
Eran las nueve de la noche cuando tomó la palabra. La ejerce, ininterrumpidamente, durante siete horas. Son las cuatro de la madrugada cuando el Noi del Sucre cierra su discurso con su habitual He dicho.
Ante él tiene el mismo número de personas que había cuando inició el discurso. Aquellos que tenían dudas sobre su integridad han dejado de tenerlas. Algunos de ellos piensan ahora que el Noi del Sucre puede estar equivocado en algunas cuestiones de carácter ideológico o práctico, pero saben que ni miente ni es un traidor. Sus partidarios previos lo son aún más después de aquella profunda exaltación del movimiento obrero y de la búsqueda de una justicia social que no debe ser por definición enemiga de la paz.
Los que habían promovido la acusación contra el Noi han seguido el discurso con atención, recopilando aquí y allí nuevos argumentos contra él. Además de haberse aburguesado lo acusan de un desmedido afán de protagonismo por mucho que sus palabras digan lo contrario: «en el sindicalismo el único héroe que existe es el colectivo. Nosotros no toleramos los prestigios. Entre nosotros no puede haberlos. Como no puede haber sangre, aunque otros, aquí presentes, se empeñen en afirmar otra cosa».
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