Editorial Milenio, 2009. 176 páginas.
Historia bastante documentada -y complementada con pequeños fragmentos de entrevistas/declaraciones- de grupos de música que, o bien tenían componentes homosexuales entre sus miembros o bien trataban estos temas en sus canciones.
La parte más interesante para mí ha sido la primera mitad, la lucha de muchos artistas para defender su arte en una sociedad llena de prejuicios en la que ciertos temas eran tabú. Aunque hemos avanzado mucho todavía hay artistas que tienen problemas, bien con la iglesia, bien con ciertos sectores anticuados y anclados en mentalidades antiguas.
Se incluye un capítulo sobre música homófoba -que también se da- y en un apéndice una lista de discos y temas de ambiente.
Recomendable.
La Ley de Vagos no tan sólo facultaba la detención y el interrogatorio, sino que con posterioridad, al aplicar el Código Penal, preveia el encausamiento por algunos de los tres delitos de escándalo público, abusos deshonestos y/o corrupción de menores, yendo las penas entre tres meses y un año de prisión. El paso por los centros penitenciarios terminaba por propinar correctivos oficialmente no previstos y que se producían ante el desdén del personal carcelario, como abusos, violaciones y agresiones físicas. Para culminar este proceso denigrante, la ley de Vagos contemplaba que al paso por prisión le siguiese el exilio del detenido homosexual a otra provincia y dos años de vigilancia judicial, además de una mancha en el expediente policial que afectaba muy significativamente el posterior devenir de los homosexuales en circunstancias básicas como, por ejemplo, encontrar empleo.
En ocasiones, el arraigo de legítimas convicciones conlleva a transgredir lo férreamente establecido, a burlarse de la desfachatez nacida de la ignorancia y a menospreciar las imposiciones arbitrarias sin considerar los riesgos derivados. De ahí que Antonio Amaya, en 1956, con la Ley de Vagos y Maleantes colgando sobre su cabeza como una espada de Damocles, grabase el tema Gitano colorines, un sutil alegato en defensa de la homofobia:
“Porque llevo todos mis trajes de colores, muy estrecho y ajustado el pantalón, me critican todas las niñas de Triana y en mi barrio yo soy la revolución
Me señalan con el dedo cuando paso: si mi blusa es amarilla o ‘colora Pero yo de cuanto dicen no hago caso, porque visto como quiero y nada más Y me suenan igual que clarines cuando gritan: ‘Ahí va el colorines’
Colorines, me llaman el colorines por donde quiera que voy Colorines, me gusta que así me llamen Porque colorines soy… »
Al igual que en el cine, cuando se aludía al homosexual era, por lo general, para retratarlo de manera bufonesca, pudiendo hallar en la música producida durante el período franquista ejemplos que lo ridiculizaban, como Marianito, una canción que en 1964 grabó Lola Flores y que a pesar de su tono burlesco no fue mal recibida por la comunidad gay (parece ser que aquellos homosexuales que vieron interpretar a Lola Flores el tema no se sintieron ofendidos, probablemente porque nunca fue la voluntad de La Faraona la de lastimar a nadie).
El tema describe al tal ‘Marianito Camacho Remacho’ como “un fino muchacho de garbo y postín «, el cual “se pone a barrer, se pone a limpiar, se pone a coser, se pone a bordar, se pone a guisar, se pone a fregar, se pone a lavar, se pone a planchar, con su gran plumero se pone a limpiar», rematando la composición con manifiesta claridad respecto a la condición del personaje: “Se pone, se pone, ¿cómo se pondrá?¡Se pone mirando para Gibraltar!».
En 1970, la Ley de Vagos y Maleantes de 1954 fue substituida por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que, además de no modificar su contenido respecto al colectivo homosexual, ‘promocionó’ un peculiar programa de reeducación de sus miembros siguiendo una filosofía similar a las ‘investigaciones’ que en su momento habían realizado los Servicios Psiquiátricos del Ejército Nacional bajo la dirección del médico militar Antonio Vallejo Nájera.
Las pautas de los estudios de Vallejo Nájera para encontrar las raíces biopsí-quicas del marxismo en el denominado ‘gen rojo’ se valían de técnicas vejatorias como terapias psiquiátricas correctivas, inyecciones antierección, electroshocks (a los homosexuales se les mostraban imágenes sensuales de hombres y mujeres; con las femeninas no pasaba nada, pero con las masculinas recibían descargas eléctricas para provocar rechazo) e incluso operaciones quirúrgicas en el cerebro, técnica que abogaba por la lobotomía como medio de curación de la homosexualidad, tal y como defendió el doctor Juan José López Ibor en 1973 durante un congreso médico celebrado en San Remo.
A las lesbianas, aún también víctimas de una fuerte represión social, ni siquiera se las tuvo en consideración, aunque aún más chocante resulta que el franquismo ignorase a los ‘visibles’ transexuales, tal y como comentaba el fallecido periodista Julià Peiró a Pierrot, en declaraciones aparecidas en el libro Memorias Trans: “Recuerdo los primeros años del transexualismo que fue a finales de los años sesenta. El transexualismo no molestó al régimen, ellas son muy distantes, son de otro planeta; en cambio los travestís eran muy cercanos, con sus coñas».
Precisamente, el mundo del espectáculo fue uno de los reductos en los que el régimen de Franco actuó con esa permisividad a la que aludía Peiró, tal y como Jordi Petit, presidente honorífico de la Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya y miembro de honor de Stop Sida, escribía en su ensayo Vidas del Arco Iris (DeBol-sillo, 2004): “Durante el franquismo sólo hubo cierta tolerancia de facto con las locas del espectáculo, el cabaret, la revista, e inclusive con los mariquitas de cada pueblo…
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