
Periférica, 2008. 364 paginas.
Tit. or. Proiecte de trecut. Trad. Viorica Patea.
Incluye los siguientes cuentos:
Una herida esquemática
Aves voladoras para el consumo
En el campo
Reportaje
Lo soñado
Proyectos de pasado
La gimnasia nocturna
Imitación de una pesadilla
La lección de teatro
El traje de ángel
La iglesia fantasma
Que beben de la tradición que se inicia en Kafka y que han seguido otros como Levrero o Piñeira, ambientes fantásticos tratados con rigor matemático, exactamente como la lógica de los sueños. No en vano uno de los relatos empieza narrando uno y otro el título ya lo sitúa como imitación de una pesadilla.
En Aves voladoras para el consumo de unos huevos nacen unos querubines, en La iglesia fantasma el traslado de una iglesia de madera deriva en un desenlace poético y en Reportaje la amenaza de una inundación obliga a tomar unas medidas tan drásticas como macabras. Pero es en el relato que da título al volumen, Proyectos de pasado, donde se condensa la estrategia narrativa de la autora. Unas familias con llevadas a un terreno en medio de ninguna parte y reconstruyen su vida como modernos Crusoes.
Aunque a veces hay, en mi humilde opinión, un exceso verbal que lastra un poco los textos, los ambientes que retrata son fascinantes y te transportan a un extraño mundo tan verosimil como el real.
Muy bueno.
Existen tantas modalidades de lo fantástico que no es de extrañar que algunas de ellas puedan dar en ocasiones el salto a la realidad. A veces, la realidad misma sobrepasa arrogantemente sus fronteras y, entonces, las zonas superpuestas permanecen ambiguas durante años, decenios y aun siglos, y resulta incierto a qué dominio pertenecen. Después, por no se sabe qué casualidad, o simplemente por la erosión del tiempo, su doble naturaleza difumina uno de sus aspectos y la franja que antes era equívoca acaba cayendo a uno de los dos lados de la frontera, acompañada únicamente por el asombro de que antes las cosas hubieran podido parecer de otra manera. Claro está que, para un ojo avezado y capaz de ver más allá de las apariencias, ni el fluir de la realidad en los moldes de lo fantástico, ni la penetración de lo fantástico en el terreno de la realidad pueden conducir a conclusiones de mucha importancia, y el mero acontecer de un hecho no es capaz de sacarlo fuera del perímetro de lo imaginario, de la misma manera que las sombras fantásticas de un acontecimiento tampoco bastan para sustraerlo del imperio de la eficacia. Entre la realidad y la irrealidad hay una línea divisoria trazada desde la creación del mundo, y la transgresión de esta línea no supone su anulación, sino el poner a prueba su fuerza, de la misma manera que tomar una droga no significa menospreciarla, sino experimentarla. Lo real y lo irreal coexisten en mundos paralelos, independientes, y la mayor parte del tiempo son incluso indiferentes entre sí. Pero es verdad que, en los escasos momentos en que se funden, su unión resulta doblemente reveladora: un elemento fantástico, a través del tamiz de la realidad, regresa a lo imaginario, fortalecido por la autoridad de esta comprobación, mientras que un elemento objetivo que se vuelve irreal va adquiriendo significados capaces de transfigurar su existencia, de la que se ha evadido sólo por un instante.
El extraordinario viaje de la iglesia de madera que salió de la aldea de Subpiatra[28] (en la sierra de Bihor) a finales del siglo XVIII, más exactamente en el invierno del año 1778, forma parte de esos acontecimientos que, aunque reales, pertenecen por su propia naturaleza a lo fantástico, y que pasados por la realidad, aunque bajo el signo de lo milagroso, brindan a la irrealidad un prestigio incuestionable y, a la vez, totalmente innecesario.
El comienzo, históricamente demostrable, de este acontecimiento fue el siguiente:
Ya que, de acuerdo con las leyes vigentes en aquella época, los siervos de Subpiatra no tenían derecho a construirse una iglesia, decidieron traer a su pueblo una iglesia ya construida. Quizás esta idea insólita no se les hubiera ocurrido si a unos diez kilómetros, en el valle del Criș Repede, en el pueblo de Lugosu de Jos, no hubiera existido, abandonada, una iglesia de madera, antiguo lugar de culto de un pueblo de campesinos libres que habían conseguido edificar una iglesia nueva de piedra. Trasladar unos diez kilómetros más lejos y unos cientos de metros más arriba una iglesia completa, con pórtico, torre, tejado, atrio, nave y altar, estrados, iconostasio, e incluso iconos colgados de las paredes, hoy en día puede parecer una idea exclusivamente literaria, un símbolo ingenioso, siempre que no se tome en serio y se considere una aberración, pero en aquel entonces, a finales del siglo XVIII, antes de la sublevación de Horea[29], a la gente que iba a participar en ella todo esto pudo parecerle algo posible y digno de llevarse a cabo. La leyenda, dotada de bastantes detalles épicos, no cuenta, sin embargo, si al principio hubo voces que dudaran de la posibilidad de realizar aquel traslado, y se limita a describir con precisión las negociaciones de la compra de la iglesia, la complicada consecución del dinero y la construcción, aún más dificultosa que el desplazamiento en sí, de una inmensa sierra, tan larga como el ancho de la iglesia, con la que iban a despegarla del lugar donde había sido levantada hacía más de un siglo. Porque fue así como desprendieron la iglesia de sus cimientos originarios de pilares gruesos, hundidos en el suelo al igual que unas raíces profundas: con la sierra, como si se tratara de un árbol. Así de sencillo.
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