Penguin Random House, 2021. 302 páginas.
Amelia cuenta su vida, desde su adolescencia en Rumanía donde fue violada con 13 años hasta su periplo por ese gran campo de concentración que son los prostíbulos de España. Denunciando con conocimiento de causa el maltrato que sufren miles de mujeres mientras el gobierno mira hacia otro lado.
Para mí la clave de este libro está en una anécdota que cuenta la autora, que se le acercaron dos mujeres feministas para escucharla, no para decirle lo que tenía que hacer, sino para aprender. Y ante este testimonio lo menos que podemos hacer es aprender y reflexionar. Confieso que antes de su lectura era regulacionista y ahora me he pasado al bando del abolicionismo.
Se cuentan muchas cosas, a veces de una manera un tanto atropellada, pero todo lo que se explica te pone los pelos de punta. ¿Se puede ser feliz siendo puta? No:
Durante todo el tiempo que estuve en la prostitución no conocí a ninguna mujer feliz de estar en un prostíbulo. Lo que vi fue mujeres que habían creado lazos de complicidad con los proxenetas, y que estos las utilizaban como ganchos para captar a chicas jóvenes e inexpertas y engañarlas. Las únicas putas felices las he conocido una vez fuera y están todo el día en las redes sociales defendiendo la prostitución. Es obvio que estas chicas repiten este discurso como mecanismo de supervivencia, porque necesitan creérselo. Pero desde luego, el privilegio de unas pocas es el yugo de todas las demás, porque su discurso es el mejor marketing, la mejor publicidad para que la rueda de la prostitución siga girando. Creo que no se dan cuenta del daño, pero tampoco siento que pueda responsabilizarlas porque ellas necesitan sobrevivir. Y sin embargo, ellas no paran de hacernos responsables a las abolicionistas del estigma social que sufren por ser putas, cuando lo que hacemos nosotras es simplemente contar la realidad de la prostitución. Contar la verdad no nos convierte en culpables, sino que nos permite dejar de ser cómplices. A la gente le gustan las putas que defienden el derecho de los hombres a prostituirnos. No debería ser representativa la figura de las que ocupan el lugar del kapo en los campos de concentración exclusivos para mujeres y niñas vulneradas y empobrecidas que son los espacios de prostitución. Siempre ha habido y habrá quien se identifique con el agresor y actué en la misma línea, aun formando parte de la clase oprimida. No lo juzgo. Entiendo que es una manera de sobrevivir y adaptarse en contextos de mucha ferocidad. La especie humana no es ni de lejos una demostración de afabilidad y compasión constante.
Lo que sí resulta hipócrita, profundamente perverso y cuando menos peligroso, es centrar la cuestión de la prostitución en el consentimiento de las mujeres, responsabilizándolas de esta manera de su propia esclavitud y sometimiento a los deseos sexuales de los varones para sobrevivir.
El lobby proxeneta ha impuesto su discurso mediante la batalla del lenguaje, que nunca es inocente:
Hablar de «trabajo sexual» no es inocuo. Hablar de «trabajadoras sexuales» tampoco. Adquirir este lenguaje implica ser consecuente con lo que implica a continuación. Y lo que implica es que los proxenetas deben ser considerados meros «empresarios» o «patronos», la explotación sexual mera «explotación laboral», «el trabajo sexual autónomo» implica que puede haber «trabajo sexual por cuenta ajena», un «sindicato de trabajadoras sexuales» implica que debe haber «una patronal proxeneta» y podríamos seguir. No estamos en contra de este concepto por capricho. Tenemos motivos y argumentos de sobra. Las mujeres en situación de prostitución pueden organizarse. El asociacionismo es un derecho democrático. Pero aquí no hablamos de una asociación. Un sindicato es otra cosa y tiene otras implicaciones. Implicaciones que no estamos dispuestas a aceptar.
Muchas víctimas de trata no nos reconocemos precisamente porque nos dicen que lo hemos elegido, consentido y que tenemos que apechugar con lo que nos pasa: ser explotadas sexualmente. Esta visión deja fuera de cualquier consideración el hecho de que no tenemos capacidad ni emocional, ni cultural, ni psicológica, ni intelectual, ni económica, ni política para que nuestro consentimiento sea de verdad un ejercicio de libertad. Además, ¿puede el consentimiento eximir de responsabilidad a un criminal? Sí. Siempre que lo que haga no sea considerado un crimen. Hay una enorme tolerancia hacia los puteros y proxenetas.
Ante nuestros ojos se están manteniendo a miles de mujeres en un estado de esclavitud sin que a nadie le parezca extraño:
Es urgente, ya que delante de nuestros ojos hay carreteras plagadas de prostíbulos, mujeres en la calle medio desnudas, pasando frío o calor, pisos donde las mujeres «nuevas, complacientes y disponibles las veinticuatro horas» desfilan cada vez que entra un putero y decide hacer uso de su privilegio. Anuncios en prensa, en internet, flyers, tarjetas… ¿Cómo podemos permitirlo?
Mientras estamos leyendo esto solo en España hay al menos doscientas mil mujeres en prostíbulos, en la calle y en miles de pisos. Mujeres como nosotras, que merecen vivir una vida libre de violencia proxeneta y putera.
¿Qué podemos hacer para acabar con la impunidad con la que los perpetuadores actúan y se desenvuelven ante la sociedad? Esos proxenetas que son amigos de políticos, periodistas, policías, jueces. Que son hombres vinculados al poder, que se enriquecen a costa de nuestros cuerpos, nuestras vidas y sostienen al que los sostiene, como lo que es, un sistema que se autorreproduce en el Estado proxeneta. Esos puteros que pueden ser el panadero, el profesor, el vecino, el amigo, el esposo, el camarero, el hijo y el padre.
El patriarcado capitalista actual intenta convencernos de que la prostitución debe abordarse como un derecho. Como sostiene Sonia Sánchez, el «trabajo sexual» es la penetración de boca, vagina y ano. El campo de concentración te convierte en un agujero, ¿qué más quiere el patriarcado más atroz que reducirnos a un hoyo? Y luego la industria del sexo convierte a ese hoyo en una mina de oro.
¿Podemos hablar de igualdad cuando hay centenares de miles de esclavas sexuales en el Estado español? ¿O es que la igualdad es solo para las mujeres autóctonas? España tiene una larga tradición imperialista y colonial en su pasado y ese colonialismo continúa en la actualidad a través de la esclavitud de las mujeres pobres de otros países: colonialismo sexual que les permite a los hombres de todas las clases sociales tener a su alcance a rumanas, paraguayas, dominicanas, brasileñas, nigerianas… No nos engañemos, la aceptación de la esclavitud sexual de las mujeres y la prostitución tienen también que ver con el colonialismo, la raza y la clase.
Y no hay que confundir la libertad sexual con la prostitución. Que una mujer quiera acostarse con quien se le ponga por delante es una cosa, que te secuestren para obligarte a tener sexo con el primero que pase es otra muy distinta:
Me repatean las niñas pijas que se visten de manera provocativa a ojos patriarcales y se les llena la boca con que son putas y a mucha honra. Niña, cierra el pico. Porque tú te vas a casa con tus padres, que te esperan con la calefacción puesta y la cena preparada, después de divertirte con tus amistades tras salir de la uni, donde posiblemente estudias artes escénicas, plásticas o sonoras (porque las artes siempre han sido muy permisivas e incluso han fomentado aquello que podría parecer transgresor, pero solo si sirve para alimentar el orden patriarcal). Eso como te descuides y no adquieras conciencia feminista para intentar revertir el arte y su función. Y en todo caso sería a un coste personal y profesional muy alto; muy cerca de tu hogar, en donde dejas de hacer el papel frívolo de puta… ¡Un momento! ¿te piensas que ser puta es ponerse minifalda, pintarse los labios de rojo y follar con quien te apetece? Ya es hora de que despiertes de tu ignorancia. Hay miles de niñas y mujeres que no han tenido ni la mitad de tus oportunidades —que también son pocas porque eres mujer en un mundo patriarcal— y que solo se les ha permitido ser un cuerpo. Un cuerpo reducido a tres agujeros penetrados sistemáticamente por los cuatro de cada diez hombres que reconocen pagar por instrumentalizar, cosificar, mercantilizar y convertir a las mujeres en meros receptáculos de semen al servicio de su placer de dominar y despreciar a todas las mujeres a través de la figura de la puta. Con el respaldo del Estado proxeneta y la sociedad cómplice, el cuerpo de la puta como campo de batalla en donde se disputa la batalla real y simbólica del machismo y la misoginia que todavía tienen visto bueno.
Serás puta el día que estés a cientos o a miles de kilómetros de tu casa, en un lugar extraño del que tal vez no conozcas ni el idioma, en una rotonda, en tanga y tacones —haga frío o haga calor— (en realidad con esto ya te valdría para comprender lo violento del lugar de la puta y su sentir) o en un prostíbulo, o en un piso, medio desnuda desfilando frente a hombres de todas las edades, tamaños, colores, clases sociales, ideología política, etc., para que te elijan para que les chupes el pene a cambio de un billete que acabará en los bolsillos de tu proxeneta. Porque ¿no te creerás que sin la «protección» de un hombre sobrevivirías en la selva en la que se convierte la prostitución, que mueve más dinero que las armas y las drogas a nivel mundial (siempre que incluyamos en esos cálculos la pornografía, que pornografía es prostitución grabada)? ¿No serás tan inocente como para pensar que detrás de las «máquinas de hacer dinero» —palabras textuales de un proxeneta— no están los mayores criminales, muy bien organizados a todos los niveles?
Serás puta cuando, tras acabar un día y una noche, tengas que empezar de nuevo otra jornada para hacer lo mismo, una y otra vez, hasta el agotamiento y sin fecha exacta de caducidad.
Una lectura estremecedora.
Impactante.
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